Bela Guttman fue un exitoso entrenador nacido en el este europeo. Ganador de dos Copas de Campeones Europa con el Benfica, el día que no le renovaron contrato lanzó un aviso que pasó desapercibido… y lo mal que hicieron.
Campeón en lugares tan disímiles como Holanda, Hungría, Italia, Brasil y Portugal, sin dudas Bela Guttman se encuentra en el grupo de los mejores entrenadores del siglo pasado
“Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una copa europea en los próximos cien años”, proclamó quien había nacido en Budapest en el año 1900. Corría el verano europeo del ´62 y la dirigencia del club más ganador de Portugal decidía no renovarle contrato al entrenador con el que habían saboreado la gloria a nivel continental, a punto tal de ser los vigentes bicampeones de la actual UEFA Champions League.
Como jugador, Guttman había sido un verdadero trotamundos, destacándose como mediocampista en ligas tan disímiles como la austríaca o la estadounidense. Pero habiéndose retirado con 32 años, pronto se dio cuenta que lo suyo era la dirección técnica, trabajo en el que alcanzaría gran consideración.
Arrancó en el Hakoah Viena austríaco (su condición de judío hizo que de muy joven viviera en aquel país), para pasar luego al Enschede holandés (actual Twente), club con el ganó su primera liga desde el banco. Marchó pronto al Ujpest de Hungría, entidad con la que ganó el certamen 1938/39. Luego del paréntesis impuesto por la Segunda Guerra Mundial, Bela partió a otro club húngaro, el Honved; allí mandaba el padre de Ferenc Puskas y su hijo era la gran estrella del conjunto. Precisamente con uno de los mejores delanteros de la historia tuvo un cruce a fines de la década del ´40, que marcaría un quiebre en su carrera y sería la primera demostración de que no tenía una personalidad cualquiera: una vez quiso sacar a un defensor, pero el astro se negó a que el cambio se hiciera. Ante ello Guttman no reaccionó, pero en ese instante comprendió que ya sus jugadores no lo respetaban como él quería. ¿Qué hizo? No dio una sola indicación más, se sentó muy tranquilo a leer una revista y al llegar al vestuario, presentó su renuncia al cargo.
Llegó el momento de hacer las maletas e ir al competitivo fútbol italiano, donde tras entrenar a los modestos Padova y Triestina le encomendaron la dirección técnica nada menos que del Milan, allá por 1953. Dando muestra de su ojo clínico, de Trieste al “Rossonero” se fue acompañado de un ignoto defensor: era Cesare Maldini, jugador que siendo capitán una década más tarde levantaría la primera Copa de Europa del club norteño.
Con un plantel integrado, entre otros, por el uruguayo Juan Schiaffino y los suecos Gunnar Gren, Gunnar Nordahl y Nils Liedholm (la famosa “Gre-No-Li”, que llevó a Suecia al oro en Londres ´48), Guttman alcanzó la gloria también en la península, al ganar el scudetto 1954/55. Pero pronto se fue por la puerta de atrás, y después de una breve etapa en el Vicenza volvió a su país natal por un par de años, para entrenar al MTK y al Honved.
Fue en una gira que este último club realizó por Brasil, que le surgió una propuesta laboral a la que no hizo asco (?) y se quedó a dirigir allí, para salir campeón paulista con el San Pablo en 1957, con jugadores como Dino Sani y Mauro Ramos, -que al año siguiente ganarían el mundial sueco con el “Scratch”- además de Zizinho, quien a pesar de haber vivido la frustración de 1950 es considerado uno de los mejores jugadores de la historia brasileña.
Hombre inquieto, un nuevo país recibiría al gran estratega a fines de esa década y fue Portugal, donde con el Porto ganó la liga de 1958/59. Pero Bela se fue al Benfica, club con el que su nombre se relaciona inmediatamente… por todo lo que ganó y además, por haber hecho debutar en la primera del club a un pibito nacido en Mozambique y que se transformaría en uno de los mejores delanteros de toda la historia.
Porque cabe destacar que además de sapiencia, Guttman tenía algo de suerte. Cuenta la leyenda que poco antes de firmar con su nuevo equipo en Portugal, el tipo pasó por la peluquería y allí coincidió con su amigo José Bauer, en ese entonces DT del SPFC (el Sporting de Lisboa). Mientras conversaban surgió el nombre de un joven africano (pero de una colonia lusa) que tenía cautivado a JB. El húngaro decidió mandar un ojeador y así fue que el desconocido Eusebio llegó a Lisboa a fines del ´60 para calzarse la camiseta roja. Con la “Pantera negra”, el veterano entrenador había encontrado lo que le faltaba para hacer del Benfica un club de primera línea a nivel europeo.
En su primer campeonato con el nuevo equipo, Guttman demostró que lo de exitoso no era mito y ese trofeo local de la 1959/60 le permitió al equipo de la capital jugar la Copa de Campeones de Europa en su edición 1960/61. Sorprendiendo a propios y extraños, “Las Águilas” llegaron a la final y en Berna se impusieron 3 a 2 ante un Barcelona que era favorito (con los húngaros Kubala, Kocsis y Czibor como grandes referentes) pero que debería esperar tres décadas para ganar su primera “orejona”. Ya nadie podía pensar en casualidades cuando en la temporada 1961/62 desbancaron al mismísimo Real Madrid, team que entre 1956 y 1960 había ganado cinco veces en forma consecutiva el certamen. Pero nada pudieron hacer su “enemigo” Puskas, Di Stéfano, Gento y Cía. en esa noche de Amsterdam, ya que pese a estar dos goles arriba en el marcador los “Merengues” cayeron 5-3 y vieron como los lisboetas mantenían su corona. En esta final sí jugó Eusebio -es más, hizo dos goles-, ya que en la del año anterior por un tema contractual no había podido participar.
Daba toda la sensación de que el Benfica sustituiría a los de la capital española como EL equipo europeo de la década. Parecía un conjunto imbatible, con poderío ofensivo notable y un sistema de juego que explotaba a la perfección las virtudes de su gran figura, pero ocurriría algo lejos del verde césped que iba a ser clave en esta historia…
Más allá de perder ambas finales de la naciente Copa Intercontinental (en el ´61 ante Peñarol y en el ´62 ante el Santos de Pelé), Guttman ya era un semi Dios para los hinchas del “Glorioso”. Sin embargo, el tipo estaba convencido de que el tercer año es siempre el más difícil para un técnico y allí fue cuando pidió el aumento que la dirigencia consideró excesivo. Entonces, el húngaro lanzó una maldición que fue tomada con mucha tranquilidad, pero que a casi cinco décadas de haber sido proferida se mantiene vigente.
La primera oportunidad de ver cuan cierta era la amenaza del ex-entrenador (reemplazado por el chileno Fernando Riera) se dio muy pronto, ya que en la 1962/63 el Benfica llegó a la final de la actual UCL y tenía la oportunidad de lograr el tricampeonato, lástima que no pudo ser. El Milan de Gianni Rivera, Cesare Maldini, Giovanni Trapattoni y José Altafini fue superior al elenco portugués y le sacó el trono europeo, tras ganar 2 a 1 con dos goles del brasileño en el mítico Wembley.
Luego de una rápida (y muy sorpresiva) eliminación a manos del Borussia Dortmund en la siguiente edición, la de 1964/65 volvió a tener a los lusos como grandes protagonistas, llegando a la instancia decisiva para enfrentar al vigente campeón: Inter. En partido jugado en el San Siro bajo una intensa lluvia -favorable a los planes italianos-, un solitario gol de Jair (grosero error de Costa Pereira mediante) le alcanzó al equipo del polémico Helenio Herrera para ser bicampeón, al tiempo que el Benfica del holandés Elek Schwartz perdía su segunda final en tres años. A esta altura, más de uno seguramente recordaba la profecía de Guttman.
Campeón en lugares tan disímiles como Holanda, Hungría, Italia, Brasil y Portugal, sin dudas Bela Guttman se encuentra en el grupo de los mejores entrenadores del siglo pasado
“Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una copa europea en los próximos cien años”, proclamó quien había nacido en Budapest en el año 1900. Corría el verano europeo del ´62 y la dirigencia del club más ganador de Portugal decidía no renovarle contrato al entrenador con el que habían saboreado la gloria a nivel continental, a punto tal de ser los vigentes bicampeones de la actual UEFA Champions League.
Como jugador, Guttman había sido un verdadero trotamundos, destacándose como mediocampista en ligas tan disímiles como la austríaca o la estadounidense. Pero habiéndose retirado con 32 años, pronto se dio cuenta que lo suyo era la dirección técnica, trabajo en el que alcanzaría gran consideración.
Arrancó en el Hakoah Viena austríaco (su condición de judío hizo que de muy joven viviera en aquel país), para pasar luego al Enschede holandés (actual Twente), club con el ganó su primera liga desde el banco. Marchó pronto al Ujpest de Hungría, entidad con la que ganó el certamen 1938/39. Luego del paréntesis impuesto por la Segunda Guerra Mundial, Bela partió a otro club húngaro, el Honved; allí mandaba el padre de Ferenc Puskas y su hijo era la gran estrella del conjunto. Precisamente con uno de los mejores delanteros de la historia tuvo un cruce a fines de la década del ´40, que marcaría un quiebre en su carrera y sería la primera demostración de que no tenía una personalidad cualquiera: una vez quiso sacar a un defensor, pero el astro se negó a que el cambio se hiciera. Ante ello Guttman no reaccionó, pero en ese instante comprendió que ya sus jugadores no lo respetaban como él quería. ¿Qué hizo? No dio una sola indicación más, se sentó muy tranquilo a leer una revista y al llegar al vestuario, presentó su renuncia al cargo.
Llegó el momento de hacer las maletas e ir al competitivo fútbol italiano, donde tras entrenar a los modestos Padova y Triestina le encomendaron la dirección técnica nada menos que del Milan, allá por 1953. Dando muestra de su ojo clínico, de Trieste al “Rossonero” se fue acompañado de un ignoto defensor: era Cesare Maldini, jugador que siendo capitán una década más tarde levantaría la primera Copa de Europa del club norteño.
Con un plantel integrado, entre otros, por el uruguayo Juan Schiaffino y los suecos Gunnar Gren, Gunnar Nordahl y Nils Liedholm (la famosa “Gre-No-Li”, que llevó a Suecia al oro en Londres ´48), Guttman alcanzó la gloria también en la península, al ganar el scudetto 1954/55. Pero pronto se fue por la puerta de atrás, y después de una breve etapa en el Vicenza volvió a su país natal por un par de años, para entrenar al MTK y al Honved.
Fue en una gira que este último club realizó por Brasil, que le surgió una propuesta laboral a la que no hizo asco (?) y se quedó a dirigir allí, para salir campeón paulista con el San Pablo en 1957, con jugadores como Dino Sani y Mauro Ramos, -que al año siguiente ganarían el mundial sueco con el “Scratch”- además de Zizinho, quien a pesar de haber vivido la frustración de 1950 es considerado uno de los mejores jugadores de la historia brasileña.
Hombre inquieto, un nuevo país recibiría al gran estratega a fines de esa década y fue Portugal, donde con el Porto ganó la liga de 1958/59. Pero Bela se fue al Benfica, club con el que su nombre se relaciona inmediatamente… por todo lo que ganó y además, por haber hecho debutar en la primera del club a un pibito nacido en Mozambique y que se transformaría en uno de los mejores delanteros de toda la historia.
Porque cabe destacar que además de sapiencia, Guttman tenía algo de suerte. Cuenta la leyenda que poco antes de firmar con su nuevo equipo en Portugal, el tipo pasó por la peluquería y allí coincidió con su amigo José Bauer, en ese entonces DT del SPFC (el Sporting de Lisboa). Mientras conversaban surgió el nombre de un joven africano (pero de una colonia lusa) que tenía cautivado a JB. El húngaro decidió mandar un ojeador y así fue que el desconocido Eusebio llegó a Lisboa a fines del ´60 para calzarse la camiseta roja. Con la “Pantera negra”, el veterano entrenador había encontrado lo que le faltaba para hacer del Benfica un club de primera línea a nivel europeo.
En su primer campeonato con el nuevo equipo, Guttman demostró que lo de exitoso no era mito y ese trofeo local de la 1959/60 le permitió al equipo de la capital jugar la Copa de Campeones de Europa en su edición 1960/61. Sorprendiendo a propios y extraños, “Las Águilas” llegaron a la final y en Berna se impusieron 3 a 2 ante un Barcelona que era favorito (con los húngaros Kubala, Kocsis y Czibor como grandes referentes) pero que debería esperar tres décadas para ganar su primera “orejona”. Ya nadie podía pensar en casualidades cuando en la temporada 1961/62 desbancaron al mismísimo Real Madrid, team que entre 1956 y 1960 había ganado cinco veces en forma consecutiva el certamen. Pero nada pudieron hacer su “enemigo” Puskas, Di Stéfano, Gento y Cía. en esa noche de Amsterdam, ya que pese a estar dos goles arriba en el marcador los “Merengues” cayeron 5-3 y vieron como los lisboetas mantenían su corona. En esta final sí jugó Eusebio -es más, hizo dos goles-, ya que en la del año anterior por un tema contractual no había podido participar.
Daba toda la sensación de que el Benfica sustituiría a los de la capital española como EL equipo europeo de la década. Parecía un conjunto imbatible, con poderío ofensivo notable y un sistema de juego que explotaba a la perfección las virtudes de su gran figura, pero ocurriría algo lejos del verde césped que iba a ser clave en esta historia…
Más allá de perder ambas finales de la naciente Copa Intercontinental (en el ´61 ante Peñarol y en el ´62 ante el Santos de Pelé), Guttman ya era un semi Dios para los hinchas del “Glorioso”. Sin embargo, el tipo estaba convencido de que el tercer año es siempre el más difícil para un técnico y allí fue cuando pidió el aumento que la dirigencia consideró excesivo. Entonces, el húngaro lanzó una maldición que fue tomada con mucha tranquilidad, pero que a casi cinco décadas de haber sido proferida se mantiene vigente.
La primera oportunidad de ver cuan cierta era la amenaza del ex-entrenador (reemplazado por el chileno Fernando Riera) se dio muy pronto, ya que en la 1962/63 el Benfica llegó a la final de la actual UCL y tenía la oportunidad de lograr el tricampeonato, lástima que no pudo ser. El Milan de Gianni Rivera, Cesare Maldini, Giovanni Trapattoni y José Altafini fue superior al elenco portugués y le sacó el trono europeo, tras ganar 2 a 1 con dos goles del brasileño en el mítico Wembley.
Luego de una rápida (y muy sorpresiva) eliminación a manos del Borussia Dortmund en la siguiente edición, la de 1964/65 volvió a tener a los lusos como grandes protagonistas, llegando a la instancia decisiva para enfrentar al vigente campeón: Inter. En partido jugado en el San Siro bajo una intensa lluvia -favorable a los planes italianos-, un solitario gol de Jair (grosero error de Costa Pereira mediante) le alcanzó al equipo del polémico Helenio Herrera para ser bicampeón, al tiempo que el Benfica del holandés Elek Schwartz perdía su segunda final en tres años. A esta altura, más de uno seguramente recordaba la profecía de Guttman.
La campaña de 1967/68 marcó el cierre de un ciclo dorado para el club más famoso de Portugal. En el año en que Eusebio se quedó con el primer “Balón de Oro” de la historia, un grupo cargado de batallas y con poco más para dar logró alcanzar su quinta final de la década a nivel continental, pero el Manchester United se desvirgó y goleó por 4 a 1 en el suplementario (los 90´ habían terminado en un gol por bando) al conjunto dirigido por el brasileño Otto Gloria; nuevamente era Wembley el cementerio para las ilusiones de las “Águilas”.
Durante la década del ´70 el Benfica no alcanzó final alguna a nivel europeo, pero en la temporada 1982/83 (una década y media después de su última final) volvió a los primeros planos, tras alcanzar la definición de la Copa UEFA frente al Anderletch belga. Sin embargo, el conjunto que dirigía un desconocido Sven Goran Eriksson (ganador el año anterior del certamen con el modesto Goteborg sueco) penó en el ida y vuelta, sumando una nueva perla en la maldición proferida por un Guttman que había fallecido un par de años antes pero que seguramente se reía desde el más allá.
Dos ocasiones tuvo Sven Goran Eriksson para cortar la malaria, pero ni en la UEFA ´83 ni en la Copa de Campeones del ´90 pudo abrazarse a la gloria…
La temporada en que se cumplían 20 años sin Benfica en la final de la Copa de Europa vio quebrar esa racha, para llegar al cotejo decisivo ante el PSV Eindhoven. Para colmo, en la edición anterior el Porto se había consagrado por primera vez, motivo por el cual los de camiseta roja estaban un poquito presionados. A pesar de que casi todo el mundillo futbolero estaba a su favor (los holandeses de Guus Hiddink habían llegado a la final sin ganar ningún partidoen las series de cuartos y semis que pasaron por goles en campo contrario), la ciudad de Stuttgart fue sede de una nueva frustración lusitana. Y para que la cosa sea más dolorosa para los dirigidos por Toni Oliveira, fue por penaltis: al cabo de 120 minutos que terminaron con el marcador en blanco, la tanda de remates desde los once metros terminó 6 a 5 para el equipo que al poco tiempo acogería a un joven Romario, luego de que Hans van Breukelen detuviera el remate del zaguero Veloso.
Hubo una última final europea en esta historia, al menos hasta hoy. En la quinta ocasión para llevarse la actual UCL (hay que sumar la UEFA del ´83), el destino daba un guiño al Benfica -que otra vez tenía a Eriksson en su banco-, si ese guiño era cómplice o macabro se sabría el 23 de mayo del ´90. Es que por la final de la temporada 1989/90, el vigente campeón Milan buscaba el bi ante nuestros héroes (?) y la sede era nada menos que Viena. Por ende, la dirigencia lusa quiso aprovechar la situación y mandó una delegación que llevó flores a la tumba de Bela Guttman, que fue encabezada nada menos que pr Eusebio. Pero el “Rossonero” de Arrigo Sacchi y sus holandeses era tal vez el mejor equipo del mundo en ese momento y lo demostró ganando un nuevo título, gracias al 1-0 logrado por un gol de Frank Rijkaard cuando promediaba el complemento.
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