martes, 29 de mayo de 2012

LA CONQUISTA DEL EVEREST

El Everest, con sus 8848 m de altitud, es la montaña más alta del mundo. En la región, este pico del Himalaya, al que los ingleses dieron el nombre de Everest en honor del topógrafo de la India del siglo XIX que midió por primera vez su altitud, es más conocido por Chomolungma, o "Diosa Madre del Mundo". Chomolungma se alza entre el Tíbet y Nepal, y, fianqueado por otras cimas inmensas, aparece inconquistable e inaccesible. "En primer lugar, sería necesario encontrar la montaña", decía el alpinista inglés George Mallory, antes de su precursora expedición de 1921.

Mallory encontró el Everest, pero en 1924 perdió la vida en su intento de escalarlo. En el curso de los tres decenios siguientes, no menos de otras nueve expediciones debieron declararse vencidas por las aterradoras dificulta des que presenta: abruptas paredes de roca, gruesas capas de nieve en polvo, furiosas ventiscas, un frío cruel y penetrante, y una altitud tal que los pulmones no pueden soportarla.
 A pesar de ello, cuando la Royal Geographical Society y el Club Alpino designaron al coronel John Hunt, de 42 años, para que capitanease la expedición británica de 1953 al monte Everest, centenares de montañistas le ofrecieron sus servicios.

De ellos, diez fueron aceptados: Charles Evans, cirujano del cerebro, hombre pelirrojo de 33 años de edad; Charles Wylie, de 32, silencioso militar; Alfred Gregory, de 39, agente viajero, hombre atildado y de corta estatura; Wilfrid Noycc, de 34, tímido maestro de escuela; Tom Bourdillon, de 28, físico corpulento pero ágil; Michacl Westmacott, de 27, especialista en estadísticas y dueño de una insuperable técnica montañista; y George Band, de 23, que fue presidente del Club de Alpinismo de la Universidad de Cambridge y a quien Hunt consideraba "el moiitañista más brillante de Inglaterra". Hunt, que necesitaba hombres con experiencia en la nieve y el hielo, tuvo que buscar a los tres últimos expedicionarios fuera de las Islas Británicas.

Dos neozelandeses satisfacían los requisitos: George Lowe, de 28 años de edad, hombre larguirucho y de vigor casi sobrehumano; y Edmund Hillary, de 33, soltero, apicultor en Auckland, de casi dos metros de estatura, que calzaba enormes botas y que, según decía, practicaba el montañismo "por mera diversión". Luego se les agregó un veterano de cinco expediciones anteriores al Everest: Tensing Norkay, de 39 años, individuo de la tribu sherpa del Himalaya; aunque no sabía leer ni escribir, mostraba el aire inconfundible del hombre que sabe lo que vale. Mientras los demás componentes del equipo se ejercitaban en Gales y en Nueva Zelanda, Tensing subía y bajaba los cerros cercanos a su casa de la India, cargado con una mochila llena de piedras. "Esta vez lo voy a lograr", se juraba en silencio. "O lo hago o me muero."
 Durante la primera semana de marzo de 1953, los expedicionarios del Everest se reunieron en Katmandú, ciudad de templos y palacios situada en el boscoso valle de Nepal. Allí, se les agregaron Tensing y un médico, un fisiólogo, un camarógrafo y un corresponsal del Times de Londres, diario que había adquirido derechos exclusivos para publicar la crónica de la ascensión.


 Llegado el 10 de marzo, la expedición había emprendido la marcha de 270 km hacia el este, hacia el primer campamento base, establecido en el monasterio de Thyangboche. Engrosaban ya sus filas un grupo de sherpas experimentados, hechos a trabajar a grandes altitudes, y 350 porteadores entre los que se contaban algunas mujeres, que constituían un bullicioso complemento.
 Los montañistas de Hunt cruzaron el valle cubierto por las rojas flores del rododendro. Luego iniciaron el sinuoso ascenso de las montañas, doblaron hacia el norte y atravesaron Namcha Barwa, la pequeña capital de los sherpas. Un poco más arriba, a 4100 m, se alzaba el santuario budista de Thyangboche. En este punto, Hunt y sus compañeros armaron 20 tiendas de campaña.


 El monasterio, vasto edificio coronado por una perilla de oro, se levantaba entre campos de azules primaveras y bosques de enebro. Alrededor vagaban faisanes, perdices y almizcleros. Los monjes dedicaban el tiempo a destilar un licor de arroz con aroma de clavo, conocido como leche del lama, y a adorar a los dioses que habitan el Chomolungma. La cima del Everest se avistaba desde una eminencia y de su silueta triangular se levantaba una nube de nieve en polvo como un penacho de plumas.
 Dio comienzo entonces un periodo de riguroso entrenamiento y aclimatación que duraría tres semanas. A medida que los

 expedicionarios se aventuraban a alturas cada vez mayores, sus pulmones se expandían, se les tensaban los músculos, preparándose al asalto de la pared meridional de la montaña gigantesca. Los siete rasgos topográficos de esta pared les eran bien conocidos: el glaciar de Khumbu, ondulado y cubierto de morenas; la escarpada Cascada de Hielo; el Circo Occidental, valle de hielo entre el Everest y el Lhotse; la pared de éste, aterradora, casi vertical; el ventoso Collado del Sur, de 8000 m; el Pico del Sur, que se eleva a 8748; y, por último, la inmaculada cresta que lleva hasta la cumbre y que sólo se conocía por algunas fotografías aéreas.


 La aclimatación a alturas de 6000 m debía lograrse gradualmente. Los montañistas requerían tiempo para que su médula ósea formara más glóbulos rojos portadores de oxígeno. A más de 6000 metros se necesitaba respirar con tanques de oxígeno. La falta de este elemento causa náuseas, aceleración del pulso, visión nublada y peligroso aturdimiento. Hunt experimentaba con dos sistemas diferentes: el de circuito abierto, en el cual el aire exhalado se pierde definitivamente, y el de circuito cerrado, en el cual pasa por un filtro de cal y sosa cáustica que elimina el anhídrido carbónico para poder aspirar otra vez el aire, mezclado con oxígeno puro.


 En la tercera semana de abril el campamento base se había trasladado ya al glaciar de Khumbu, a una altitud de 5450 m. La cabecera del Khumbu, al pie mismo del Everest, es la formidable y cambiante Cascada de Hielo, de 600 m de longitud.Allí, Hillary, Lowe, Band y Westmacott se dedicaron a abrir una "escalinata" lo bastante firme para los sherpas cargados con pesados fardos. Era obra dificultosa y traicionera, complicada aún más por las ventiscas, los aludes y el lento avance de todo glaciar. Había moles de hielo del tamaño de una casa, y agujas como campanarios que sólo se podían salvar con escalas de cuerda. Era preciso valerse de pértigas y escaleras de aluminio para cruzar profundas grietas, demasiado anchas para franquearlas de un salto.


 El campamento 11, consistente en dos tiendas de un metro cada una, se estableció a mitad de la Cascada de Hielo, a 5900 m. A éste seguía el campamento 111, a 6150, y en breve se hicieron sentir los efectos de tales altitudes: confusión mental, entusiasmo decreciente. Fue allí donde James Morris, el corresponsal del Times, advirtió por primera vez que Hillary "tenía una vena de grandeza". Morris, que vio a aquel hombre vigoroso tallando gradas en el hielo sin descanso, pintaba su energía como "casi demoniaca". Hillary "exhalaba una vitalidad desbordante, elemental, contagiosa ... bajo esa energía y compañerismo mostraba una sutil gravedad".

Si no lograban llegar, Hillary y Tensing habrían de partir del Collado del Sur antes de 24 horas, recogiendo en su camino una tiendecilla y provisiones que Gregory y Hunt descargarían a 8500 m. La pareja debería establecer a continuación el campamento IX lo más cerca posible de la cima, para iniciar el asalto decisivo tras una noche de sueño reparador.
 El médico del equipo, Michael Ward, de 27 años de edad, fue el único que objetó el plan de Hunt. Se oponía a que el capitán ascendiera a aquella altura. Mejor que nadie, Ward apreciaba los reveladores surcos del rostro de Hunt. "Ya ha hecho usted más de la cuenta", le advertía a Hunt. r-ste le agradeció su interés, pero el plan original no sufrió alteración.
 A las 5 de la tarde siguiente Lowe comunicó por radio, desde la pared del Lhotse, que Band se encontraba enfermo y tendría que descender. Entre tanto, ayudado intermitentemente por Ward, Noyce y el sherpa Ang Nyima, Lowe continuaba metiendo clavijas en la pared del Lhotse, decidido a mantener una ruta abierta contra los fuertes vientos y las densas nevadas. Al concluir su obra, Lowe había pasado diez noches consecutivas a más de 7000 metros de altitud. Griffith Pugh, el fisiólogo, estaba inquieto por los posibles efectos que ello tuviera en el cerebro de Lowe. Su hazaña, declaró Hunt, "ha pasado a la historia del montañismo como un épico triun~ fo de la tenacidad y la destreza". Ya para terminar, contaría Noyce, Lowe se encontraba tan agotado que cayó dormido durante una de las comidas, con una sardina colgándole de la boca.


 El 21 de mayo, Noyce y el sherpa Annulla efectuaron la primera ascensión de la pared del Lhotse hasta el campamento Vlll, en el Collado. "En el curso de mi vida he estado en muchos sitios desiertos y salvajes", decía Tensing refiriéndose al lugar, "pero jamás en ninguno como el Collado del Sur. Es un llano abierto ... una desolación de roca y hielo castigada sin cesar por el rugido del viento."
 El primer intento para alcanzar la cima del Everest se hizo el 26 de mayo, partiendo del campamento VIII. El día previsto amaneció despejado y brillante. Evans y Bourdillon, equipados con oxígeno de circuito cerrado, emprendieron el ascenso de la enorme garganta nevada de más de 300 m de altura que conduce al Pico Sur del Everest. Ya entrada la mañana, los que estaban en el Collado vieron dos lejanas siluetas que trepaban con paso firme hacia el pico. En el campamento reinaba enorme agitación. George Lowe informó que sólo Tensing, por lo general inclinado a dar voces y a cantar en falsete cuando se sentía feliz, "había dejado de sonreír ... La idea de que cualquiera que no fuera Tensing llegase a la cúspide no le complacía."
 A la una de la tarde Evans y Bourdillon alcanzaron el Pico del Sur. Con sus 8748 m era el punto más alto jamás escalado por el hombre. Los dos montañistas anhelaban seguir adelante por la última crestería, que descendía precipitadamente antes de subir hasta la cima. Pero el día estaba muy avanzado, y Evans calculaba que tardarían cinco horas en llegar hasta allá y volver, aparte de las que necesitarían para regresar al Collado del Sur. Por añadidura, su provisión de oxígeno se agotaba, y se hallaban más rendidos de lo que se figuraban.
 Completamente exhaustos, descendieron parte de la garganta a trompicones y llegaron al campamento Vlll a las 4:30 de la tarde, "con el rostro cubierto de escarcha", escribía Hunt, "como seres de otro planeta".


 Esa noche la temperatura descendió a 253 C bajo cero. Apretujados en tres tiendas, sin suficientes aparatos de "oxígeno nocturno" para que pudieran dormir, todos pasaron una mala noche. "El viento azotaba el Collado", comentaría Lowe, "sacudiendo las tiendas, gimiendo, rugiendo y restallando incesantemente." Evans y Bourdillon amanecieron en malas condiciones, y Hunt tuvo que conducirlos hasta una altura inferior. Los fortísimos vientos continuaban machacando las tiendas, lo que obligó al segundo grupo de escaladores a postergar su intento hasta el siguiente día. El 28 amainó el viento y, a las 8:45 de la mañana, Lowe, Gregory y Ang Nyima se pusieron en marcha a fin de preparar la ruta garganta arriba. Una hora después Hillary y Tensing los siguieron. Iban provistos de oxígeno en circuito abierto, que Tensing prefería porque "no causaba tan mal efecto cuando se cerraba la llave de paso".
 Al mediodía, los escaladores y su grupo de apoyo se reunieron en una elevada cordillera. Continuaron adelante hasta una altitud de 8340 m donde recogieron la tienda y las provisiones allí descargadas por Hunt y Gregory dos días antes. Su cargamento les resultaba ya agobiante, pues pesaba entre 20 y 30 kilos. A las 2:30 de la tarde llegaron a una altitud de 8500 m aproximadamente. En este punto, las dos parejas se separaron.


 Hillary y Tensing ocuparon las horas siguientes en disponer una plataforma de dos metros (el campamento IX) bajo una escarpa rocosa para armar allí su tienda. El sitio resultaba incómodo por tener dos niveles, uno 30 cm más alto que el otro. No obstante los fuertes vientos que soplaban, los montañistas consiguieron asegurarlas sogas a unos tanques de oxígeno hundidos en la nieve circundante. Tensing preparó una cena de sopa caliente, sardinas, frutas en conserva descongeladas, dátiles, bizcochos, jalea, miel y enormes cantidades de té, asícomo una bebida compuesta de jugo de limón y azúcar en polvo, disueltos en agua tibia. A las 6 de la tarde se metieron en sus sacos de dormir: Tensing en el nivel inferior, y el larguirucho Hillary en el superior, donde se acomodó semitendido, semisentado. Tensing no olvidaría nunca las incomodidades de esa noche. "A oscuras", relató después, "charlamos de nuestros planes para el día siguiente. Luego, nos colocamos las mascarillas de oxígeno y tratamos de dormir. Dentro de nuestros sacos acolchados, llevábamos puesta toda la ropa. Pasaban las horas. Yo dormitaba y despertaba, dormitaba y despertaba. Y cada vez que despertaba, me ponía a escuchar. A medianoche el viento había dejado de soplar. Dios es muy bueno con nosotros, me dije."


 A las 3:30 de la madrugada Tensing se asomó a mirar fuera de la tienda. A la luz del alba se distinguía el monasterio de Thyangboche, a unos 4250 m más abajo del campamento IX. El sherpa abrigaba la esperanza de que los monjes estuviesen rezando por él y su compañero. Tras de hacer un rápido desayuno, los dos montañistas se encontraban listos para acometer la prueba más importante -de su vida. Pero cuando Hillary fue a coger sus botas, lo único que se había quitado, las halló completamente congeladas. Tardaron una hora en deshelarlas. Por fin, a las 6:30 de la mañana, los escaladores cubiertos con tanta ropa que sus extremidades parecían de hidrópico, conectaron el oxígeno y emprendieron el ascenso hacia el Pico del Sur. Tensing iría delante hasta que Hillary se sintiera seguro de sus botas.
 La cuesta estaba nevada y resbaladiza. En determinado momento Hillary cayó al suelo tan pesadamente que lanzó una exclamación, preguntándose en alta voz si no sería peligroso seguir adelante, a lo que Tensing contestó: "Como usted quiera." Sin que mediase otra palabra, ambos continuaron ascendiendo. No tardaron en encontrarse trepando por un filo cada vez más angosto hacia el punto donde Evans y Bourdilloti les habían depositado valiosos tanques de oxígeno. "Aquel estrecho filo conducía hasta una grandiosa y empinada ladera de nieve que llegaba al Pico del Sur", contaba Hillary. "Evans y Bourdillon habían subido por los peñascos de la izquierda, y descendieron por la cuesta nevada. Sus huellas apenas se veían, y ni una ni otra ruta nos agradaba. Analizamos la cuestión y optamos por la nieve. Comenzamos a ascender por escalones de unos 30 cm de fondo, cubiertos de una delgada costra de nieve formada por el viento y con muy poco espacio para valerse del piolet. La situación era deplorable, y, cuando me asaltaba el miedo, yo mismo me decía: '¡No hagas caso! Se trata del Everest, y tienes que correr riesgos.' Tensing parecía muy contrariado, pero no decía nada de regresar. Turnándonos en la delantera, avanzábamos lentamente. Un centenar de metros más arriba la subida se hizo menos pendiente, entre la nieve asomaban más rocas y nuestra tensión disminuyó."


 A las. 9 de la mañana Hillary y Tensing pisaron el Pico del Sur y vieron cómo se extendía frente a ellos la crestería final que llega a la cúspide. "Contemplábamos la cresta con cierta ansiedad, pues allí estaba el meollo de la ascensión ... Tanto Tom como Charles (Bourdillon y Evans) habían comentado las dificultades que presentaba, y no abrigaba yo grandes esperanzas." Ofrecía una vista "impresionante y aun aterradora", decía Hillary. "A la derecha, grandes y contorsionadas cornisas, y moles voladizas de nieve y hielo, se extendían cual dedos retorcidos sobre la caída vertical de 3000 m que mide el paredón del Kangshung. Cualquier intento de poner pie en tales cornisas sólo podría llevar al desastre. Desde las cornisas, la cordillera descendía bruscamente hacia la izquierda, hasta donde la nieve termina en la inmensa pared de roca que se eleva del Circo Occidental. Sólo parecía haber algo a nuestro favor: la fuerte cuesta nevada que se extendía entre las cornisas y los rocosos precipicios estaba cubierta de nieve probablemente helada y firme. Con nieve blanda tendríamos pocas esperanzas de avanzar por la crestería. Pero si lográbamos tallar escalones en aquella pendiente, conseguiríamos adelantar un poco."
 Por fortuna, la nieve estaba firme. Mientras Tensing le iba soltando cuerda, Hillary se aventuraba a lo largo de la cresta, abriendo pacientemente un escalón tras otro.

Los escaladores llegaron, cerca de las 10 de la mañana, a un obstáculo formidable que Hillary temía desde que lo observó por primera vez, con unos prismáticos, cuando estaban en Thyangboche. Era un gran peñasco, de unos 12 m de altura que de pronto juzgó "imposible de salvar para nuestras débiles fuerzas". No podrían escalarlo directamente por ser de paredes demasiado lisas, resultaba insalvable por la izquierda, y al lado derecho sólo había una profunda y angosta grieta entre la roca y una cornisa de nieve congelada. Comprimiéndose dentro de esta chimenea, Hillary fue clavando sus crampones hacia atrás en la nieve y asiéndose a todo intersticio que lograba encontrar, para ascender poco a poco a lo alto del peñasco y alcanzar un resalto seguro. Tensing lo siguió, y Hillary sintió "la vehemente seguridad de que ya nada podría impedirnos llegar a la cima". Y continuaron adelante, cortando gradas pausadamente, siempre ascendiendo la escarpa interminable.


 Hillary escribía: "Nuestro ardor del principio había desaparecido ya por completo, convertido en una torva brega. En esto, advertí que la cordillera., en vez de seguir ascendiendo monótonamente delante de mí, descendía bruscamente, y divisé allá abajo, a lo lejos, el Collado del Norte y el Glaciar de Rongbuk. Al levantar la vista vi un estrecho borde de nieve que subía hasta una cumbre nevada. Unos golpes más del hacha contra la dura nieve, y nos hallamos en la cima."
 Tensing lo describe así: "Un poco antes de la cumbre, Hillary y yo nos detuvimos. Los dos miramos hacia arriba. Y seguimos adelante. Seguimos subiendo despacio pero seguros. Y de pronto nos vimos allí. Hillary pisó la cumbre el primero, y yo después que él." Eran las 11:30 de la mañana de] 29 de mayo de 1953.
 La primera reacción de Hillary fue de profunda gratitud por no tener más peldaños que abrir. Tensing sonreía bajo la mascarilla de oxígeno. Ambos montañistas cambiaron un formal apretón de manos. Esto, sin embargo, no fue bastante para el gozoso sherpa. "Agité los brazos y luego se los eché al cuello a Hillary, y nos dimos palmadas en la espalda, hasta casi faltarnos el aliento a pesar del oxígeno." Tensing desplegó, atadas a su piolet, las banderas de las Naciones Unidas, del Reino Unido, la India y Nepal. A continuación se irguió en la cumbre, y Hillary lo fotografió.


 Cuando ambos tendían la mirada hacia abajo desde la cima del mundo, Hillary pensó en los. muchos montañistas que habían perdido la vida por querer encontrarse donde él estaba. Incluso buscó alguna señal de Mallory y de su compañero, Andrew Irvine, que rnurieran en la empresa, pero nada encontró. Tensing abrió un agujero en la nieve, y depositó una ofrenda de chocolate, caramelos y bizcochos para los dioses del Chomolungma. Hillary, por su parte, enterró un pequeno crucifijo blanco que alguien había enviado a Hunt por correo. Transcurrieron quince minutos, durante los cuales Hillary tomó algunas fotografías. En seguida, recordando que su provisión de oxígeno era limitada y tendría que bastarles para bajar desde la cúspide hasta el Pico del Sur, emprendieron el descenso, hundiendo los crampones con cuidado en los escalones tan laboriosamente abiertos durante su ascensión. Al cabo de una hora llegaban al Pico del Sur, donde recogieron los tanques de oxígeno guardados allí.


 Después de beber unos tragos de jugo de frutas, continuaron la marcha. Para entonces ambos montañistas se sentían fatigados en extremo. Un fuerte soplo de viento, un movimiento en falso podría precipitarlos de cabeza al glaciar de Kangshung, 3000 m más abajo. Consciente de ello, Hillary apisonaba cada escalón para que estuviera seguro antes de bajar.
 Pararon en el campamento IX para beber algo caliente, y allí cambiaron de tanques de oxígeno. Al ir abriéndose camino en su descenso por la helada garganta, podían ver allá abajo, a sus pies, las tiendas del campamento VIII, sacudidas por el viento. A unos 50 m del campamento esperaba George Lowe con sopa caliente para los escaladores, que ya sentían entumecidas las piernas. "¡Vaya! ¡Hemos vencido a ese endemoniado!", exclamó Hillary sonriendo.


 Al día siguiente el grupo victorioso descendió la pared del Lhotse para llegar al Circo Occidental, donde Hunt aguardaba noticias con gran impaciencia. De repente, alguien avistó a los escaladores, y una ansiosa muchedumbre salió de las tiendas. Cuando estaban a sólo 15 m del campamento, señaló Lowe hacia la cima agitando los brazos triunfalmente. Westmacott y Hunt se precipitaron al encuentro de los que volvían, y tras de ellos fueron Gregory con su gorro de borla, Bourdillon con los tirantes colgando, Evans con el sombrero vuelto hacia arriba. Hillary alzó el piolet en alto; Tensing mostraba una luminosa sonrisa. Todos se abrazaron y se estrecharon las manos, riendo y llorando a la vez.

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