Fue dibujante para empresas discográficas y escritor de novelas de vaqueros; estudió Arquitectura y Ciencias Exactas -nunca acabó- y le encantaba levantar pesas -llegó a ser campeón de España-. Pero en la mente de Jacinto Molina Álvarez (o Paul Naschy) sólo había sitio para el cine. El lunes por la noche falleció a los 75 años, víctima de un cáncer, y ese mundo que había idolatrado desde que de niño vio Frankenstein y el hombre lobo le devolvió el cariño con millones de mensajes por Internet de sus fans.
Molina nació en Madrid el 6 de septiembre de 1934. Hijo de un peletero, en sus memorias, Cuando las luces se apagan, recordaba que la primera película de terror que vio era en realidad apta para todos los públicos: Blancanieves y los siete enanitos. "Y me dio tanto miedo la bruja que me hice pis en los pantalones". Probablemente en ese momento debió decidir que quien daría miedo sería él. Tras aparecer como extra en Rey de reyes y 55 días en Pekín, escribe el guión en 1968 de La marca del hombre lobo, de León Klimovsky, que además protagoniza. Comienza así su carrera y cuando el filme se estrena en Alemania, el distribuidor germano le obliga a cambiar el nombre. Nace así Paul Naschy. "Jamás me he arrepentido de ese cambio. Sería de desagradecidos renegar de él", confesaba Molina de su álter ego.
Hasta en 14 ocasiones Naschy encarnó al licántropo con su personaje de Waldemar Daninsky. "Me fascina. Es un monstruo muy humano y fatalista", aseguraba. Entre esta serie destacan La noche de Walpurgis (1971), Doctor Jekyll y el hombre lobo (1972) o Licántropo (1996). "Hacer de hombre lobo exige una gran fuerza física y capacidad de actuación. No hay nadie así en el cine español. Bueno, tal vez Javier Bardem".
Trabajó constantemente, sin descanso, hasta completar más de cien filmes. "En los ochenta, con las dañinas subvenciones a fondo perdido, tuve unos años de parón. Ahora sólo me retiraría la salud", comentó en el estreno de School killer en 2001. Encarnó al conde Drácula, a la momia, a demonios, a zombies, a jorobados, a cualquier personaje que le resultara atractivo. "Me gusta el cine para soñar y ejercitar la imaginación, no para revivir los problemas diarios". En su espectacular tour de force El aullido del diablo (1987), llegó a interpretar a ocho personajes. De ahí su sobrenombre de "El Lon Chaney español", por su facilidad para las mil caras.
Pero reducir el talento de Naschy a ese apodo es olvidar que dirigió 14 películas (tenía la última, la 15ª, Empusa, a punto, tras retomar un rodaje que se interrumpió con la muerte el año pasado de su amigo y director Carlos Aured) y escribió 40 guiones. "Mi aportación a la historia de nuestro cine puede que haya sido pequeña, pero existe".
Y cómo. Todos los amantes mundiales del género del fantaterror (el cine fantástico y de terror) idolatraban sus películas y su figura. En persona, Molina era encantador, jovial, de mirada amable que sólo transformaba en volcánica en la pantalla, siempre atento con sus admiradores, muy musculoso -seguía yendo al gimnasio hasta sus últimos años-, dispuesto a trabajar en filmes de debutantes y a cultivar su leyenda. "La leyenda no la haces tú, la crean los demás. Así que no soy responsable de eso". Por su pasión, cuando los proyectos decaen en los setenta, tras filmes de terror como La rebelión de las muertas; Jack, el destripador de Londres o Una libélula para cada muerto, que mezcló con policiacos como El francotirador o Comando Txiquía, muerte de un presidente, Naschy empieza a trabajar con productoras japonesas, para las que dirige documentales culturales y películas con referencias niponas como La bestia y la espada mágica o El carnaval de las bestias.
Con la resurrección del género en España, los nuevos realizadores le llamaron para pequeños personajes, que él cuidó con su cariño habitual: School killer, Mucha sangre, Rottweiler o Rojo sangre. Además no cerró la puerta a filmes "más serios" como Octavia, La gran vida o Érase otra vez, el primer dogma español. Incluso mejoró su inglés para rodar en Hollywood, ya que en EE UU y Japón era famosísimo. El 22 de enero se estrenará su último trabajo, La herencia Valdemar.
Paul Naschy entró en el Hall of Fame del cine fantaterror junto a Tim Burton, recibió la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes en 2001, fue homenajeado en los festivales de Sitges y de Oporto (el popular Fantasporto) y recibió el galardón Carl Laemme. La industria española nunca supo qué hacer con él, y en los últimos dos meses un movimiento en Internet había solicitado firmas para que recibiera el Goya de honor. Ya no habrá tiempo para remediar tamaño error.
Molina nació en Madrid el 6 de septiembre de 1934. Hijo de un peletero, en sus memorias, Cuando las luces se apagan, recordaba que la primera película de terror que vio era en realidad apta para todos los públicos: Blancanieves y los siete enanitos. "Y me dio tanto miedo la bruja que me hice pis en los pantalones". Probablemente en ese momento debió decidir que quien daría miedo sería él. Tras aparecer como extra en Rey de reyes y 55 días en Pekín, escribe el guión en 1968 de La marca del hombre lobo, de León Klimovsky, que además protagoniza. Comienza así su carrera y cuando el filme se estrena en Alemania, el distribuidor germano le obliga a cambiar el nombre. Nace así Paul Naschy. "Jamás me he arrepentido de ese cambio. Sería de desagradecidos renegar de él", confesaba Molina de su álter ego.
Hasta en 14 ocasiones Naschy encarnó al licántropo con su personaje de Waldemar Daninsky. "Me fascina. Es un monstruo muy humano y fatalista", aseguraba. Entre esta serie destacan La noche de Walpurgis (1971), Doctor Jekyll y el hombre lobo (1972) o Licántropo (1996). "Hacer de hombre lobo exige una gran fuerza física y capacidad de actuación. No hay nadie así en el cine español. Bueno, tal vez Javier Bardem".
Trabajó constantemente, sin descanso, hasta completar más de cien filmes. "En los ochenta, con las dañinas subvenciones a fondo perdido, tuve unos años de parón. Ahora sólo me retiraría la salud", comentó en el estreno de School killer en 2001. Encarnó al conde Drácula, a la momia, a demonios, a zombies, a jorobados, a cualquier personaje que le resultara atractivo. "Me gusta el cine para soñar y ejercitar la imaginación, no para revivir los problemas diarios". En su espectacular tour de force El aullido del diablo (1987), llegó a interpretar a ocho personajes. De ahí su sobrenombre de "El Lon Chaney español", por su facilidad para las mil caras.
Pero reducir el talento de Naschy a ese apodo es olvidar que dirigió 14 películas (tenía la última, la 15ª, Empusa, a punto, tras retomar un rodaje que se interrumpió con la muerte el año pasado de su amigo y director Carlos Aured) y escribió 40 guiones. "Mi aportación a la historia de nuestro cine puede que haya sido pequeña, pero existe".
Y cómo. Todos los amantes mundiales del género del fantaterror (el cine fantástico y de terror) idolatraban sus películas y su figura. En persona, Molina era encantador, jovial, de mirada amable que sólo transformaba en volcánica en la pantalla, siempre atento con sus admiradores, muy musculoso -seguía yendo al gimnasio hasta sus últimos años-, dispuesto a trabajar en filmes de debutantes y a cultivar su leyenda. "La leyenda no la haces tú, la crean los demás. Así que no soy responsable de eso". Por su pasión, cuando los proyectos decaen en los setenta, tras filmes de terror como La rebelión de las muertas; Jack, el destripador de Londres o Una libélula para cada muerto, que mezcló con policiacos como El francotirador o Comando Txiquía, muerte de un presidente, Naschy empieza a trabajar con productoras japonesas, para las que dirige documentales culturales y películas con referencias niponas como La bestia y la espada mágica o El carnaval de las bestias.
Con la resurrección del género en España, los nuevos realizadores le llamaron para pequeños personajes, que él cuidó con su cariño habitual: School killer, Mucha sangre, Rottweiler o Rojo sangre. Además no cerró la puerta a filmes "más serios" como Octavia, La gran vida o Érase otra vez, el primer dogma español. Incluso mejoró su inglés para rodar en Hollywood, ya que en EE UU y Japón era famosísimo. El 22 de enero se estrenará su último trabajo, La herencia Valdemar.
Paul Naschy entró en el Hall of Fame del cine fantaterror junto a Tim Burton, recibió la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes en 2001, fue homenajeado en los festivales de Sitges y de Oporto (el popular Fantasporto) y recibió el galardón Carl Laemme. La industria española nunca supo qué hacer con él, y en los últimos dos meses un movimiento en Internet había solicitado firmas para que recibiera el Goya de honor. Ya no habrá tiempo para remediar tamaño error.
GREGORIO BELINCHÓN
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