miércoles, 30 de junio de 2010

EL MONJE

El Monje es recordada por ser una de las novelas góticas más escabrosas y transgresoras y también por ser una de las primeras. Destaca también por mostrar a un sacerdote como villano, lo que sirvió como modelo para otros trabajos literarios futuros como Nuestra Señora de París.

Destacando pactos demoníacos, violaciones, incesto, el tema del judío errante, castillos en ruinas y la inquisición española, El Monje sirve más o menos como un compendio del gusto literario hoy llamado gótico. Ambrosio, un hipócrita frustrado por su propia lujuria y mala conducta sexual dentro de las paredes de conventos y monasterios, es un villano vivamente retratado, como también una incorporación de muchas de las tradicionales desconfianzas inglesas en el catolicismo romano, con su entrometida penitencia, su autoritarismo político y religioso y su estilo de vida enclaustrado. Las ficticias calumnias anticatólicas estadounidenses, como en The Awful Disclosures of Maria Monk, usaron mucho del argumento de ésta novela. A pesar de sus críticos comentarios sobre su crudeza y carencia de profundidad, ha probado ser una de las novelas más populares del período del Romanticismo. Ha de tenerse en cuenta que fue escrita por un joven británico imbuido en el ambiente "antipapista" (anticatólico) y -por rivalidad entre potencias- antiespañol imperante en la Gran Bretaña (hegemonizada aún hoy por Inglaterra-) de su época ("antipapismo" que en ciertos sectores aún persiste). Pese a ello siempre es interesante (se podría extrapolar la historia a otros lugares, épocas y religiones) su planteo narrativo bien elaborado a partir de lo siniestro.


A la abarrotada iglesia de la orden monacal de los capuchinos, sita en Madrid, llegan la anciana Leonila y su sobrina Antonia, una joven "que nada sabe del mundo". Al ver la belleza de Antonia, dos caballeros les ceden sus asientos. Uno de ellos, Lorenzo de Medina, se ofrece a la joven para servirla durante su estancia en la capital, a donde ambas mujeres acaban de llegar para pedir a Raimundo, conde de Las Cisternas, heredero del recientemente fallecido marqués de Las Cisternas, abuelo de Antonia, que le renueve la pensión que el difunto le había asignado a su madre, hija de un zapatero cordobés que se había casado a escondidas con el hijo del marqués. Muerto el hijo, el marqués asignó dicha pensión a la madre de Antonia a condición de no volver a oír hablar de ellas. Lorenzo, que conoce a Raimundo, se compromete a abogar en su favor ante él.

Ambrosio, prior del monasterio, conocido como El Hombre Santo, y admirado por su elocuencia, va a dar un sermón, motivo por el cual el lugar está abarrotado. El prior, que siendo niño fue abandonado en la puerta de la abadía, se dedicó desde joven al estudio y a la mortificación de la carne. Ahora, a sus 30 años, abandona su reclusión únicamente para dar sermones en la iglesia. Antonia queda fascinada al verlo y oírlo, no así Leonila, a la que no le gusta su aspecto de serenidad. Cuando ambas mujeres se marchan, Lorenzo le dice a su amigo, don Cristóbal, conde de Osorio, que algún día se casará con Antonia. Ambos amigos se despiden y Lorenzo queda solo en la iglesia pensando en su amada, y quédase así dormido. Sueña con la boda, que es interrumpida por un ser monstruoso que intenta raptar infructuosamente a la novia, que cual ángel alado asciende hacia el techo abierto de la iglesia. Al despertar, observa a un hombre embozado en su capa que deposita una carta al pie de una estatua. Al salir, Lorenzo vuelve a encontrarse con su amigo, quien le dice que, gracias a la portera, amiga suya, verán pasar sin velos a la abadesa de Santa Clara y a su séquito de monjas, que, aprovechando la oscuridad nocturna, vienen a la abadía a ser confesadas por Ambrosio antes de que éste se recluya de nuevo. Una de las monjas recoge con sigilo la carta dejada por el misterioso desconocido, y al hacerlo, Lorenzo, oculto junto a su amigo, reconoce en ella a su hermana Inés, a quien habría ido a visitar al convento ese día si no se hubiese quedado dormido. Cuando las monjas terminan de pasar por el recinto, Lorenzo, airado, corre al encuentro del desconocido que, tras permanecer oculto, se dispone a abandonar la iglesia. Se entabla una reyerta con espadas, a la que don Cristóbal pone fin. Se descubre entonces que el embozado es Ramón de Las Cisternas, que promete contarles las razones de este proceder. Por su parte, al regresar a la hospedería, Leonela y Antonia se cruzan con una gitana que les lee las manos. A Leonila le dice que asuma su edad y olvide amores imposibles (ésta habíase sentido atraída por don Cristóbal) y a Antonia le dice que su fin está cerca y que desconfíe de alguien que ante ella se mostrará amable.

Tras el sermón, Ambrosio regresa a su celda, sintiéndose superior a los que le rodean. Fascinado por un retrato de la Virgen, cree ser inmune a la tentación de la carne. Rosario, un novicio misterioso, con la cara siempre oculta por la capucha, es el único que le merece aprecio. Ya en el confesionario, tras confesar a varias monjas de Santa Clara, le toca el turno a Inés, a la cual se le cae la carta y el prior la recoge, leyéndola para horror de Inés. Descubre así que ésta piensa fugarse con su amante y que está embarazada. Ambrosio, sin un ápice de compasión, entrega la misiva a la superiora, que promete ser estricta con Inés. Para olvidar el incidente, el prior baja al jardín de la abadía. Allí, en la ermita, encuentra a Rosario, que le confiesa su deseo de ser ermitaño, disuadiéndole Ambrosio de tal intención. Rosario le cuenta que tuvo una hermana, Matilde, que se enamoró de un tal Julián, que la rechazó por estar ya comprometido, y ella murió por ello. Entonces, Rosario le revela su secreto: él es Matilde y Julián es Ambrosio. Ella, desdeñando a los numerosos pretendientes, pues es rica, por encontrarlos intelectualmente inferiores, vio, oyó y se enamoró de él cuando dio su primer sermón. Lo ama por sus virtudes, con un amor puro. Nada desea sino estar a su lado. Pero Ambrosio no acepta tal situación. Matilde saca una daga y amenaza con matarse si la delata. Ante esta amenaza, y ante la visión a medias de sus pechos, donde amenaza clavarse la daga, el prior acepta que se quede. Pero al día siguiente, tras sueños turbadores, temeroso de no resistir la tentación, vuelve a pedirle que se marche. Ella acaba aceptando. Le dice que se recluirá en un convento para siempre. Sólo le pide que de vez en cuando piense en ella, así como una rosa de un rosal cercano para llevarla siempre consigo. Al coger la flor, Ambrosio es mordido por una serpiente venenosa. Cae desmayado. El cirujano de la abadía le da sólo tres días de vida. Pero milagrosamente la herida desaparece y Ambrosio sana. Ya a solas, Matilde, creyéndole dormido, le vuelve a hablar de su amor puro por él, y al descubrir que está despierto, se sobresalta, lo que provoca que la capucha caiga hacia atrás. El prior ve admirado su rostro, idéntico al de la Virgen del retrato. Éste es en realidad su propio retrato, que ella hizo llegar hasta él. Ambrosio le da tres días de plazo para que se marche. Luego piensa que es mejor vencer la tentación que evitarla, y permite que se quede. Pero Matilde cae enferma. Le revela que la causa es que succionó con sus labios cuando él dormía el veneno de la herida que le provocó la serpiente. También le dice que si viviera, no podría reprimir su cada vez más intenso deseo carnal hacia él. En este momento, él flaquea, y ambos se abrazan y besan.

Llegados a los aposentos de Raimundo, conde de Las Cisternas, éste cuenta su historia: Terminados sus estudios en la Universidad de Salamanca, se pone a viajar para ver mundo. Pero no lo hace como conde, sino como un simple gentilhombre, para así evitar un viaje superficial. Se hace llamar Alfonso de Alvarado. Camino de Estrasburgo, su tílburi se avería en medio de un bosque, y gracias al postillón, pasa la fría noche en la cercana cabaña del leñador Baptiste. A poco llega un carruaje extraviado, y también la baronesa de Lindenburg es alojada en la cabaña, a donde finalmente llegan los dos hijos del leñador. Gracias a la mujer de éste, Marguerite, Raimundo se entera que el postillón, Baptiste y sus dos hijos (hijos de él pero no de ella) forman parte de una banda de bandidos. A ella le repugna que lo sean. Marguerite, que mata a su marido, Ramón y la baronesa escapan de los bandidos, que son capturados por los soldados que acompañan al barón, que venía en su busca. Marguerite cuenta su historia: ella siguió a su amante, que se hizo bandido al derrochar la herencia paterna. Al morir éste, fue obligada a unirse a Baptiste, con quien tuvo dos hijos. Théodore, el mayor, de 13 años, fue quien dio aviso al barón. Éste y Ramón la ayudan a reconciliarse con su anciano padre, y por deseo de Théodore, Raimundo lo toma como paje. Ambos marchan junto a los Lindenberg al castillo que los barones tienen en Baviera.

En el castillo, Raimundo se enamora de Inés, la sobrina de la baronesa, que a sus 16 años ya está destinada a ingresar en un convento, cosa que su hermano desconocía. Y ello es así porque la madre de Inés, estando embarazada, enfermó y prometió que si se curaba, el hijo o hija que naciera lo dedicaría a San Benito o a Santa Clara, cosa que ocurrió. Inés, al crecer, comprende que no tiene vocación para ser monja, aunque acepta la imposición de sus padres. Este hecho es ocultado a Lorenzo, para que no interceda a favor de su hermana. Ramón le propone a Inés huir, pero ella no acepta, pese a amarle. Quien también le declara su amor a Ramón es la baronesa, pero al verse rechazada, jura vengarse de quien Ramón ama en verdad. Se desmaya por la cólera y él aprovecha esta circunstancia para dejarla sola. Encuentra a Inés dibujando, y por uno de los dibujos conoce que en el castillo, según se cuenta, hay el fantasma de una monja que se aparece cada 5 años. Inés le regala un autorretrato, que Raimundo besa. Rodolfa, la baronesa, restablecida del desmayo, y sospechando de su sobrina, observa la escena. Inés huye de la habitación, y Rodolfa le espeta a Raimundo que al desengaño de ella le seguirá el desengaño de él, pues Inés pronto entrará en el convento. Raimundo parte al día siguiente. Rodolfa le comunica que su venganza aún no ha terminado. Ya lejos del castillo, Théodore, el paje, le entrega una carta de Inés. En ella le dice que se oculte en alguna aldea cercana. Y concerta una cita para tiempo después, cuando su tía lo crea lejos y le devuelva la libertad de movimientos a ella. En la cita, Inés le propone huir la noche en la que se supone que debe aparecerse la monja ensangrentada, disfrazándose ella de monja para salir del castillo, pues el portero deja las puertas abiertas debido a este acontecimiento. Pero entonces, Cunegunda, aya de Inés, los sorprende. Ramón amordaza a la anciana y se la lleva consigo, encerrándola en su aposento. Llegada la noche señalada, escapan en un carruaje. Théodore ha marchado a liberar a Cunegunda. El carruaje, en la veloz huida, sufre un accidente. Malherido, Ramón recibe la ayuda de unos campesinos, que lo trasladan a un aposento. De Inés no hay rastro alguno. De noche, Ramón recibe la visita de la monja ensangrentada, visita que vuelve a repetirse. En ambas ocasiones, la monja repite: «¡Ramón, eres mío, soy tuya!», parafraseando lo que él le dijo a Inés al verla antes de huir en el carruaje. Descubre así que raptó a la monja y no a Inés, que debido a un contratiempo llegó tarde al encuentro. Las apariciones se repiten. Con la ayuda de un extraño personaje, condenado a errar eternamente, averigua Ramón que para deshacerse de Beatriz, la monja, debe trasladar sus huesos desde una cueva cercana al castillo de Lidenberg a la cripta familiar en un castillo andaluz. Conoce también la depravada vida de Beatriz, quien mató a su marido para huir con el hermano de éste, que a su vez la mató a ella. Devueltos los restos óseos a la cripta indicada, Ramón busca sin éxito a Inés. Una noche es atacado por tres hombres. Un cuarto acude en su ayuda. Se trata de Gastón de Medina, padre de Inés, por quien conoce que ella se halla en el convento de Santa Clara. Uno de los agresores, herido de muerte, revela a Ramón que fueron enviados por Rodolfa, hermana de Gastón. Raimundo soborna al jardinero del convento, haciéndose pasar por su ayudante. Inés, engañada por Rodolfa, quien la convenció de que la despreciaba, finalmente es convencida por Ramón de que todo fue una infamia. Le cuenta lo ocurrido con Beatriz. Ambos se citan repetidamente. En una de estas citas, Inés viola sus votos, lo que le produce remordimientos y rechaza a Raimundo. Pero al saberse embarazada, se decide a huir con él. Se cartean planeando la huida. Y es entonces cuando Ambrosio los descubre, aunque Ramón desconoce este contratiempo y aún cree que la fuga se producirá al día siguiente. Lorenzo promete ayudarle. Le dice que Rodolfa murió, y le habla de su encuentro con Antonia, a la que Ramón promete ayudar. Elvira, la madre de Antonia, no ve con buenos ojos, dada su propia experiencia, el amor entre su hija y el acaudalado Lorenzo. La fuga de Inés se ve nuevamente frustrada, pues la priora la tiene recluida. Lorenzo nada puede hacer para verla. Consigue una bula del Papa que permitirá que su hermana abandone el convento. A su vez, consigue que Elvira acceda a darle la mano de su hija siempre que él consiga de sus parientes la autorización para el enlace. Acude al convento con la bula papal, pero la priora le comunica que Inés, tras dar a luz un bebé muerto, también murió al poco tiempo. Lorenzo acaba resignándose, pero Ramón no termina de creerse la noticia.

Matilde y Ambrosio pasan la noche juntos. Él duda sobre su proceder, pero acaba rechazando las dudas en beneficio del goce carnal. Con su ayuda, y para salvar su vida tras succionar el veneno de la serpiente, Matilde accede a la cripta del cementerio de Santa Clara, contiguo a la abadía. El prior, a la puerta de la cripta, pues Matilde le ordena no entrar por su propio bien, siente que la tierra tiembla bajo sus pies y ve cómo un resplandor sale del interior de la cripta. Matilde sale de ella completamente restablecida. Él no comprende nada. Continúan sus relaciones, aunque la frecuencia hace que Ambrosio vaya perdiendo interés. No así Matilde. Antonia y Leonila acuden a ver a Ambrosio para pedirle que rece por Elvira y para que le envíe un confesor, ya que ha caído gravemente enferma. Él se enamora de la cándida muchacha, a la que opone a la lujuriosa Matilde. Con cautela, acude él mismo a su casa como confesor, saliendo así por primera vez de los dominios de la abadía. Para su suerte, su contraria Leonila ha marchado a Córdoba por una pequeña herencia, sin poderse quitar de la cabeza a su adorado don Cristóbal, a quien no ha vuelto a ver. Aún así, en la ciudad andaluza se casa con un joven que sólo busca su dinero. Ambrosio le promete a Elvira que si ella muere él se ocupará de que su hija no quede desamparada. Cuando se marcha, la madre le comenta a su hija que tiene la sensación de haber oído su voz, o una muy parecida, alguna vez. Viendo que Elvira se restablece, el prior se decide a declararse a Antonia. Entra en su habitación, comprueba que ella le estima y la abraza y besa. La joven, sorprendida, intenta oponerse. Entonces aparece en la puerta Elvira, que lo comprende todo, pero decide no montar un escándalo, dado el poder del abad; simplemente le dice que ya no son necesarias sus visitas. Ya en su celda, Ambrosio jura vengarse de Elvira poseyendo a su hija, pero no sabe cómo. Entra Matilde, que lo sabe todo, incluyendo que él la desprecia, y le dice que está dispuesta a ayudarle a conseguir su objetivo. Le revela que su tutor le enseñó ciencias quiméricas, y que el demonio, si lo desea, está a su servicio. Ambrosio rechaza de plano esta ayuda infernal. Matilde le enseña un espejo por el cual le ha estado espiando. Él lo utiliza y ve a Antonia disponiéndose a tomar un baño. Esta visión le decide a aceptar la ayuda de Matilde. Acuden a la cripta antedicha, donde, tras una ceremonia, se les aparece el ángel caído, no como un ser monstruoso, sino como un joven efebo de mirada extraviada y melancólicas facciones. Lucifer le da a Matilde una rama plateada, un mirto constelado que ella da a su vez a Ambrosio: con esto todas las puertas se le abrirán, y podrá adormecer a Antonia y gozar de ella sin que se entere, lo que sí hará al despertar, aunque ignorando quién la poseyó.

Ramón de Las Cisternas permanece postrado por la noticia de la muerte de Inés. Gracias a Théodore, él y Lorenzo reciben una carta de la Madre Santa Úrsula. Théodore se había hecho pasar por mendigo, pero ella le había reconocido. En la carta dice que deben detener a ella y a la priora por el asesinato de Inés. Lorenzo se moviliza para hacerlo. Mientras tanto, Ambrosio, con la ayuda de la rama de mirto, entra en la alcoba de Antonia, si bien es sorprendido a tiempo por Elvira, que esta vez sí decide desenmascarar al hipócrita abad. Pero éste, tratando de acallar sus gritos, la asfixia con una almohada y huye. Matilde, sin embargo, le incita a proseguir su acoso a Antonia, que, sin la protección de su madre, queda en mala situación económica. El fantasma materno se le presenta y le dice que volverá a hacerlo unos días después. La casera oye un grito y encuentra a Antonia desmayada. Recuperada, le dice lo que ha pasado. Doña Jacinta, mujer supersticiosa, corre a ver a Ambrosio para pedirle que devuelva al fantasma al trasmundo. El abad, viendo la oportunidad de acercarse de nuevo a Antonia, accede. Matilde planea darle un licor que la dejará aparentemente muerta, con lo cual el abad se hará cargo del funeral, reavivándola luego y teniéndola así a su disposición sin que nadie le moleste. Tras echar un poco del licor en una poción medicinal, que Antonia bebe, todo transcurre según lo previsto. Leonila, la tía de Antonia, regresa de Córdoba casada, pero viendo lo ocurrido, regresa a la ciudad andaluza. Durante una procesión, la priora es detenida por miembros de la Inquisición, encabezados por Lorenzo. La priora pide ayuda a la gente, pero Santa Úrsula relata lo ocurrido a Inés y la muchedumbre enfurecida lincha a la priora. Las monjas huyen a casa de sus familiares. El convento es asaltado e incendiado, muriendo por el fuego muchos de los asaltantes. Lorenzo, que ha entrado en el convento para proteger a las pocas monjas que allí quedan, huye del incendio por el cementerio. Sorprende a alguien en la puerta de la cripta, que antes de ser identificada se interna en ella. Intrigado, Lorenzo baja en su busca. Encuentra a un grupo de monjas, refugiadas allí de los asaltantes. Él promete protegerlas. Las monjas andan además atemorizadas por unos gemidos que se oyen no saben dónde, y que creen de algún alma en pena. Lorenzo, moviendo una figura de Santa Clara, descubre una abertura. Desciende y encuentra a una joven desconocida encadenada a la pared, la cual lleva dos días sin comer ni beber. Lorenzo arranca la argolla de la pared y la lleva arriba. Virginia de Villafranca, pensionista del convento, se hace cargo de la desvalida. Llega ayuda, encabezada por Ramiro de Melo, tío de Lorenzo. El populacho ya se ha disuelto. Lorenzo, su tío y algunos más se quedan en la cripta para comprobar que no queda ningún otro prisionero. Entonces oyen un grito. Antonia, que ha sido llevada a la cripta aparentemente sin vida, la recobra en un calabozo, en brazos de Ambrosio, que la viola. Horrorizado por su crimen, el abad no deja, sin embargo, que Antonia abandone el lugar por temor a que lo delate. Entra Matilde y le advierte de la presencia de Lorenzo de Medina y de oficiales de la Inquisición en la cripta. Al oír ese nombre, Antonia escapa por la puerta abierta pidiendo auxilio, gritos estos que son oídos. Ambrosio la persigue, le da alcance y la hiere en el pecho con una daga para acallarla. Don Ramiro alcanza a verlo huir y corre tras él. Lorenzo queda con la moribunda, que sabiéndose amada por él, muere en sus brazos. Ambrosio y Matilde son llevados a las cárceles de la Inquisición. Los capuchinos silencian el hecho por temor al populacho, viendo lo ocurrido al convento de Santa Clara. La joven rescatada de la cripta resulta ser Inés de Medina, hermana de Lorenzo, el cual no la reconoció debido a la penumbra y al lamentable estado en el que Inés se hallaba. Su cuidadora, Virginia de Villafranca, enamorada de Lorenzo sin éste saberlo, aunque sí su hermana, ve aumentada la posibilidad de casarse con él. Ramón de Las Cisternas se recupera al lado de su amada Inés, pero ahora es Lorenzo quien se abate por la muerte de su amada Antonia. Para distraerlo de sus cuitas, su hermana le cuenta lo que le ocurrió en el convento: la priora le administró un veneno y todos la creyeron muerta. Pero en realidad se trataba de un narcótico. El castigo de la priora era, no matarla, sino encerrarla en un calabozo de la cripta, dándole únicamente agua y un trozo de pan, dejándola así a solas con su arrepentimiento, sin otro consuelo que la contrición. Sola, Inés da a luz al hijo esperado, que muere al poco tiempo dada la insalubridad del calabozo. La monja encargada de llevarle la comida, enferma y deja de hacerlo. Pasa unos días sin comer, y es entonces cuando es liberada. Finalmente, Inés y Ramón se casan; también Virginia y Lorenzo acabarán haciéndolo.

Un testigo propaga que Ambrosio es el asesino de Antonia. La gente, desconcertada, discute sobre su inocencia o culpabilidad. El abad es procesado por un tribunal del Santo Oficio. Reconoce su crimen pero no admite la acusación de brujería, por lo que es torturado hasta que pierde el conocimiento. Matilde reconoce su participación en el crimen y la acusación de brujería, por lo que es condenada a morir en la hoguera. Declara que ella es la única culpable de brujería, pero el tribunal no la cree. Matilde se presenta en el calabozo de Ambrosio, con un vestido deslumbrante. Le propone, como ya ha hecho ella, renunciar a Dios y alistarse en el bando de sus enemigos infernales. Ambrosio no acepta. Matilde desaparece, no sin antes dejarle un libro por si cambia de opinión. Vuelven a interrogarlo. Esta vez se confiesa culpable de todo lo que le acusan para evitar ser de nuevo torturado. Es condenado a morir esa misma noche. Devuelto a su calabozo, y con la ayuda del libro, convoca a Lucifer, que lo libera a cambio de su alma. El maligno lo lleva hasta el borde de un precipicio y le revela que Antonia era su hermana y Elvira su madre; que Matilde sólo era un espíritu subordinado que tomó apariencia humana; que la Inquisición, en el último momento, le había perdonado la vida; que todo lo había urdido él, Lucifer, pues sabía que en su persona había más vanidad que santidad. Lo arroja al precipicio. Ambrosio queda destrozado, aunque muere al séptimo día. Una tormenta desborda un río cercano y sus aguas acaban llevándose su cadáver, medio comido por las aves y los insectos.

lunes, 28 de junio de 2010

KAMIKAZES


Teniendo en cuenta la notable diferencia que existía, en orden al potencial bélico, entre el Japón y los Aliados en los últimos años de la guerra en el Pacífico, para los japoneses ya estaba bastante claro que su país tendría que afrontar una gravísima crisis, a menos que de una manera u otra lograran hacer intervenir elementos que fueran capaces, por sí solos, de cambiar radicalmente la situación. Así, pues, era muy natural que, en semejantes circunstancias, los combatientes nipones estuvieran dispuestos a sacrificar sus vidas por el emperador y por la patria.

Su patriotismo tenía su origen en la convicción, profundamente arraigada en el ánimo de todos estos hombres, de que la nación, la sociedad e incluso el universo entero se identificaban en la persona del emperador, y por esta causa estaban decididos a sacrificar sus vidas. Por lo que respecta a la cuestión de la vida y de la muerte, la base espiritual de los japoneses, estaba constituida por una absoluta obediencia a la autoridad indiscutible del soberano, incluso, como ya se ha dicho, a costa de la propia vida.

El credo de los kamikaze derivaba, en cierto modo, del Bushido, el código de conducta del guerrero japonés, basado en el espiritualismo propio del budismo y que revela una especial insistencia en el valor o en la conciencia del hombre. Otro de sus más ardientes deseos, era el de conseguir una muerte henchida de un profundo significado, en el momento justo y en el puesto que les correspondía, y no suscitar con su conducta la pública censura.

Cuando se analiza el comportamiento de los kamikaze hay que tener muy presente que ellos juzgaban aquellas misiones de ataque única y exclusivamente como una parte más de su obligación, y que no consideraban este deber como algo extraordinario ni fuera de lo normal. Se apasionaban de tal manera ante el problema de cómo alcanzar con éxito los buques señalados como objetivo que acababan por dar poca o ninguna importancia a su destino. A nivel de conciencia tenían la sensación precisa y profunda de “conquistar la vida a través de la muerte” y se comportaban y obraban de acuerdo con éste principio.

El ataque kamikaze tenía, ante todo, un significado espiritual, y cualquier piloto dotado de una normal habilidad estaba capacitado para llevar a cabo adecuadamente su misión. Por ello, no existía un método especial de adiestramiento, excepto el que consistía en hacer especial hincapié, ante los pilotos, sobre determinados factores que ya habían revelado tener una cierta importancia, en el curso de anteriores experiencias, en todos estos “ataques especiales”. Sin embargo, puesto que los pilotos elegidos para estas misiones habían recibido una preparación un tanto limitada y tenían escasa experiencia de vuelo, se les sometía a un curso de adiestramiento técnico intensivo, con el fin de ponerles en situación de aprender, en un tiempo mínimo, los elementos fundamentales del ataque kamikaze.

Por ejemplo, el programa que debían seguir los pilotos con base en Formosa se dividía en breves y diversas fases: en primer lugar, el adiestramiento de los pilotos kamikaze tenía una duración de siete días, dedicando las dos primeras jornadas únicamente al ejercicio de despegue. Este tipo de ejercicio cubría el período de tiempo que iba desde el momento en que se impartía la orden para una misión hasta el momento en que los aparatos quedaban situados en formación de vuelo. Los dos días siguientes se dedicaban al vuelo en formación, mientras al mismo tiempo proseguían los ejercicios de despegue. Los últimos tres días estaban dedicados, de manera especial, al estudio teórico y a los ejercicios prácticos de aproximación al objetivo y al ataque; entre tanto, continuaban también los ejercicios de despegue y de vuelo en formación. Si aún se disponía de tiempo, se repetía el programa completo una segunda vez.

Para los cazas ligeros y rápidos, como los Zero (Zeke), y para los bombarderos embarcados tipo Suise (Judy) se adoptaron dos métodos de aproximación con vistas a los ataques especiales, métodos que se habían revelado especialmente eficaces.

La aproximación debía realizarse a la máxima o la mínima altura posible. Aunque desde el punto de vista de la exactitud de la navegación y de la buena visibilidad hubiera sido preferible una altura media, se prefería renunciar a estas ventajas en consideración a otros factores. En efecto, la altura preferida estaba comprendida entre los 5.500 y los 6.600 metros, y ello por dos razones:

Cuanto mayor es la altura, más difícil se hace la interceptación por parte del enemigo;

Había que tener en cuenta la maniobrabilidad de un avión cargado con una bomba de 250 kilogramos.

Por lo que respecta a la aproximación a muy poca altura los aparatos volaban lo más cerca posible de la superficie del mar, de manera que se retrasara al máximo su localización por los radares enemigos. En las postrimerías de 1.944 se consideraba que el radar americano tenía un alcance efectivo de 160 km. a gran altura y de 30 – 50 km. a baja altura. En las ocasiones en que se disponía de muchas unidades de ataque, se aplicaban simultáneamente bien el método de aproximación a baja cota bien el de alta cota, que además se efectuaban en rutas distintas.

En la aproximación a gran altura era necesario que los pilotos estuvieran muy atentos, a fin de que el ángulo de picado no resultase excesivo, pues entonces el aparato sería más difícil de manejar y además, bajo la creciente acción de la fuerza de gravedad, el piloto perdería fácilmente su control.

Era, pues, de la mayor importancia que el picado fuera lo menos profundo posible y que el piloto prestase gran atención al viento de cola y a cualquier movimiento por parte del objetivo.

En el caso de aproximación a baja altura, apenas se avistaba un navío enemigo, el avión se remontaba bruscamente a 3.500 – 4.500 metros, para luego arrojarse en picado sobre el objetivo previsto.

Este método requería una habilidad muy particular por parte del piloto, puesto que el impacto debía producirse en la cubierta del navío que se elegía como blanco. Además, el método de picado en candela, sobre la cubierta del buque resultó ser más eficaz que el de estrellarse contra el costado del mismo. Por esta razón, los pilotos kamikaze eran inducidos a adoptar el método del picado en candela en cuanto su grado de adiestramiento lo permitía y siempre que las condiciones en que se desarrollaba el ataque fueran favorables.

Para llevar a cabo una misión kamikaze, además de conseguir hacer blanco sobre el buque objetivo, era de suma importancia que el piloto supiera montar en su aparato, despegar, situarse en formación y conseguir luego volar siempre entre el violento fuego de los cañones enemigos. Con este fin, los pilotos kamikaze también eran sometidos a un entrenamiento muy riguroso respecto a todo aquello que se refería al embarco, al despegue, al vuelo en formación así como al ataque.

En el caso de un despegue a plena carga, era muy importante que el piloto no remontase el vuelo bruscamente, que maniobrase los mandos con la necesaria lentitud y que se situase a unos 50 metros de altura antes de recoger el tren de aterrizaje.

Otro importante factor en el momento del despegue era alcanzar al conjunto de la formación y mantenerse en filas estrechamente cerradas, de manera que no fuera necesario realizar evoluciones demasiado amplias.

En los portaaviones, el mejor blanco era el elevador principal; seguían luego, en orden de preferencia, el elevador de popa o el de proa. En cuanto a los demás tipos de grandes unidades de guerra, el mejor blanco era la base del puente de mando. Y por lo que hace referencia a los destructores y a otros pequeños buques de guerra y de transporte, un impacto en un punto cualquiera situado entre el puente de mando y el centro del navío, resultaba generalmente de gran eficacia.

De no haber sido por la falta del número necesario de aparatos, lo ideal hubiera sido enviar contra cada gran portaaviones cuatro aviones kamikaze: dos contra el elevador principal y los otros dos contra los de popa y proa respectivamente. Así, en teoría, dos o tres atacantes se consideraban el número ideal para un portaaviones de escolta.

Pero lo cierto era que en la práctica los portaaviones americanos eran demasiados y los japoneses disponían de muy pocos aparatos para realizar esa tarea. En consecuencia, para obtener al menos un golpe “centrado” y eficaz, contra cada portaaviones se enviaba a un solo aparato: “un avión por cada buque de guerra”.

Durante la lucha por las Filipinas, se calculó que los japoneses perdieron 9.000 aviones, 5.000 en accidentes de vuelo y 4.000 en combate. De éstos últimos, 650 fueron empleados en ataques suicidas, que hundieron 16 buques americanos y dañaron otros 150 alcanzándoles de lleno o superficialmente. En Iwo Jima, 25 aviones suicidas (21 de la Marina y 4 del Ejército) hundieron un portaaviones de combate y dos unidades menores.

En marzo de 1.945, 24 bombarderos bimotores de la Marina nipona despegaron de Kyushu, en dirección al atolón de Ulithi. Sólo 15 alcanzaron el objetivo. El único de estos aparatos kamikaze que consiguió cierto éxito fue el que alcanzó el portaaviones Randolph causándole graves daños.

Pero fue en Okinawa donde los pilotos del tokko tai (ataque especial) llevaron a cabo el esfuerzo supremo. En realidad se creía que los pilotos japoneses ya no eran lo suficientemente diestros para destruir los buques americanos valiéndose de los medios tradicionales, y los americanos, gracias a la experiencia adquirida, llevaron siempre la mejor parte en las batallas aéreas.

Algunos buques fueron alcanzados mientras se aproximaban a Okinawa y durante las incursiones lanzadas por las formaciones de portaaviones ligeros contra las islas del archipiélago japonés. El 6 y el 7 de abril, como preludio de la última salida del acorazado Yamato, los japoneses atacaron con violencia inusitada a los buques americanos a lo largo de la isla de Okinawa. Unos 700 aparatos despegaron de Kyushu, de los que 355 iban en misión suicida. Más de 200 de ellos fueron abatidos por la Task Force de los portaaviones ligeros, unos 50 por los aviones procedentes de los portaaviones de escolta y 40 por el fuego de la artillería antiaérea de las unidades de guerra. Pero 28 consiguieron caer sobre los buques americanos hundiendo tres de ellos.

Entre el 12 y el 13 de abril, unos 185 aviones japoneses desencadenaron otro masivo y bien organizado ataque suicida contra los buques en Okinawa, infligiendo graves daños a 14 unidades de guerra. El 12 un destructor fue hundido y otro dañado por un nuevo tipo de ataque: las bombas pilotadas, que los japoneses llamaban Ohka (flores de cerezo). Se trataba de un proyectil-cohete constituido por un tipo especial de avión monoplaza de madera, con casi 1.200 kg. de explosivo a bordo. Transportado hasta una distancia de menos de 20 km. del objetivo por un bombardero bimotor G4M2 Betty, una vez lanzado se dirigía en picado sobre el blanco, acelerado por el encendido de sus tres cohetes de cola. Desde una altura de unos 6.000 metros podía alcanzar un objetivo situado en un radio de más de 30 km. Cuando se aproximaba al punto indicado, el piloto del Ohka se deslizaba a través de la escotilla de bombardeo del aparato nodriza hasta alcanzar la minúscula carlinga del aparato, y, apenas informado de la exacta posición del blanco, tiraba del mando de lanzamiento, lanzándose así a una carrera hacia la muerte, alcanzando más de 1.000 km/h en el momento del impacto. Los americanos dieron a estas bombas el apodo de bombas Baka (estúpidas). Cuarenta o cincuenta de ellas fueron transportadas por los grandes aparatos de la base de Kanoya sobre las islas del archipiélago japonés, para ser utilizadas más tarde contra los buques americanos empleados en las operaciones de Okinawa. Pero casi todas fueron destruidas con sus aviones nodriza mucho antes de alcanzar sus objetivos; sólo unas pocas consiguieron llegar. Aparte de los éxitos conseguidos el 12 de abril, se sabe que algunas Ohka dañaron un destructor el 4 de mayo y otro el 11 del mismo mes.

De las 1.900 misiones suicidas llevadas a cabo por los japoneses durante la batalla de Okinawa, sólo un 14% resultaron eficaces. Las unidades que más sufrieron los efectos de estos ataques fueron los pequeños buques vigía, estacionados a unos 80 km. al norte de Okinawa para interceptar, mediante el radar, a los aviones enemigos que se aproximaban. Incluso a costa de pérdidas gravísimas, los destructores y las cañoneras destinadas en esta misión permanecieron valerosamente en su puesto. A mediados de abril, hubo un momento en que algunos oficiales americanos llegaron a temer que los kamikaze quizás consiguieran impedir la invasión.

Al final de la guerra, Japón disponía aún de 10.700 aviones en condiciones de volar y aproximadamente la mitad estaban dispuestos para ser empleados en misiones suicidas. Puesto que los grandes aeródromos habían quedado inservibles, se pensó hacer despegar a los aparatos suicidas de pequeñas pistas herbosas para lanzarlos contra los buques de la escuadra de invasión a lo largo de Kyushu. Y si hubieran sido tan eficaces como lo fueron en Okinawa, habrían alcanzado a unos 900 buques aliados, hundiendo quizás unos 90.

Después de la contienda, el informe oficial sobre los bombardeos estratégicos estadounidenses hizo la siguiente valoración de los kamikaze:

“Macabro, eficaz, extremadamente práctico en aquellas circunstancias, apoyado y estimulado por una poderosa campaña propagandística, el ataque especial se convirtió, virtualmente, en el único método empleado para contener a las fuerzas de ataque y anfibias de los EEUU, y los buques de estas fuerzas se convirtieron en su único objetivo”.

La noticia de los ataques suicidas no se hizo pública en EEUU hasta el 12 de abril – seis meses después de su comienzo en Filipinas -, pero sus repercusiones en la opinión pública fueron neutralizadas por el anuncio de la muerta de Roosvelt, que se hizo pocas horas después.

He aquí algunas de las preguntas formuladas por la “Bombardment Investigation Mission” estadounidense después de la guerra, y las respuestas obtenidas de oficiales japoneses supervivientes de la 205ª División aérea, o sea, la División kamikaze. Las preguntas ponen de manifiesto la resistencia de los Aliados a creer que estos ataques fueron efectuados voluntariamente, y en cambio en cada respuesta japonesa se refleja el estupor del interrogado ante esta incredulidad.

La filosofía en la que se funda todo el “credo” de la unidad kamikaze está en completa contradicción con las ideas dominantes en EEUU, donde nada es más precioso que la vida. Según usted, ¿ cómo se explica que las fuerzas japonesas pudieran obligar a tan gran número de pilotos a realizar misiones de ataque suicida de este tipo?
La filosofía kamikaze surgió en un período muy antiguo de la historia del Japón, y en la larga existencia de nuestro país pueden hallarse muchos ejemplos de este tipo. La filosofía fundamental del Japón es la del sacrificio individual por el bien de la patria. Esta filosofía está profundamente arraigada en todos nosotros. En el curso de la guerra en el Pacífico, la situación crítica en la que llegamos a encontrarnos nos indujo a adoptar la idea del ataque kamikaze. Este tipo de ataque, pues, no fue impuesto nunca desde el exterior.

El almirante Onishi se dio cuenta simplemente del sentimiento que animaba a los pilotos japoneses, particularmente a los más jóvenes, sentimiento nacido de manera total y absolutamente espontánea. En la práctica, fue el almirante quién constituyó las unidades kamikaze, pero mucho antes de que él tomase esta iniciativa, los pilotos de combate ya habíamos discutido la idea de efectuar ataques kamikaze durante la batalla de Saipán; sin embargo, el Estado Mayor de la Marina no aprobó entonces la idea.

Estoy firmemente convencido de que la idea del ataque kamikaze nació y se desarrolló de manera absolutamente espontánea en el ánimo combativo de nuestros más jóvenes pilotos.

¿ Qué opina del reclutamiento de los hombres destinados a las unidades kamikaze? ¿ Era forzado o voluntario?

Desde el primero al último hombre el reclutamiento fue siempre voluntario. Incluso se dieron casos en que grupos aéreos completos se ofrecieron para misiones kamikaze, sobre todo al darse cuenta de la difícil situación bélica a que se había llegado en diversos frentes, por ejemplo en el de las islas Filipinas.

¿ Cómo se realizaba el reclutamiento de voluntarios para las unidades kamikaze en el suelo de la patria?
Cuando estuve encargado del reclutamiento de pilotos kamikaze para su adiestramiento en suelo japonés, pude comprobar que, prácticamente, todos los hombres de los diversos grupos aéreos estaban deseosos de participar en aquellas misiones. Algunos de ellos me hicieron llegar expresamente su solemne deseo escrito en sangre, mientras otros me despertaron varias veces por la noche para pedir que les enrolase. A veces, yo mismo me ocupé de seleccionar a los voluntarios, teniendo en cuenta su situación personal o familiar: nunca se aceptó a un piloto que fuera el hijo único de una familia. Pues bien, aún así, tras conocer mi decisión por una carta que su único hijo le había escrito, una madre se dirigió a mi suplicándome que lo aceptase. De estos episodios se puede deducir fácilmente hasta qué punto el carácter del reclutamiento era exclusivamente voluntario.

Basándonos en la mentalidad común de los jóvenes americanos de veinte años de edad, nos es imposible creer en ninguna de estas afirmaciones. ¿ Cómo podían ustedes aceptar la idea de inmolarse en ataques suicidas de este tipo por la patria o por el emperador sin ninguna posibilidad de sobrevivir? ¿ No existía escuela especial para el adoctrinamiento de los jóvenes japoneses destinados a las unidades kamikaze?
No existía ninguna escuela especial de este tipo.

En vuestra calidad de voluntarios para las unidades kamikaze, ¿ cuál era vuestro estado de ánimo?
Los graduados teníamos sólo un año de instrucción militar: por lo tanto, éramos más civiles que militares, nos dábamos cuenta de que la situación bélica era muy precaria y estábamos convencidos de que en aquellas circunstancias el sistema de ataque especial era el mejor. Nos enrolábamos, pues, como voluntarios decididos a sacrificarnos para que el Japón pudiera ganar y para que los más jóvenes pudieran estudiar en mejores condiciones.

¿ Acaso creíais que los pilotos kamikaze realizaban las misiones a fin de que su espíritu reposara en paz y su nombre fuera honrado en el altar nacional de Yasakuni?
(El altar de Yasakuni está consagrado a la memoria de los caídos en el campo de batalla). No era necesario realizar misiones kamikaze para ser honrado en el altar de Yasakuni, puesto que todo hombre caído en combate, cualquiera que sea su grado o su procedencia, es honrado en este altar. Nunca nos movió una idea semejante. La verdadera razón que nos impulsaba a utilizar este tipo de ataques consistía en la enorme diferencia existente entre el potencial productivo de ambos países y en la carencia de métodos de combate alternativos. Así fue cómo llegamos a la conclusión de que el mejor método que podíamos adoptar era el de matar miles de hombres con un solo hombre y hundir un buque de guerra con un solo avión.

¿ Se celebraba alguna clase de ceremonia antes de cada misión especial? ¿ Recibíais instrucciones del almirante? ¿ Escribíais a casa o hacíais testamento?
En el sector de Filipinas, al principio, se celebraba un brindis con el almirante. Pero pronto esto resultó imposible, pues a causa de la difícil situación bélica y del gran número de acciones a realizar ya no quedaba tiempo para ninguna ceremonia. Algunos de nosotros escribíamos a casa y hacíamos testamento; pero lo hacíamos una sola vez, cuando se solicitaba ser enrolados, y no antes de partir para la misión kamikaze.


miércoles, 23 de junio de 2010

BRATISLAVA MÁGICA

Acabo de llegar de viaje y estando en Bratislava volví a sentir esa sensación de ciudad especial, mágica, culta, con un encanto como Praga pero en pequeño. Se la aconsejo a todo el mundo.

SYD BARRETT

Syd Barrett es una de las figuras mas míticas y enigmáticas de la historia del pop, nacido en Cambridge, Gran Bretaña, en 1946, a temprana edad empezó a mostrar intereses musicales y pronto militó en bandas locales como Geoff Mutt and The Mottoes. En la escuela mayor de Cambridge conoció a Roger Waters y a David Gilmour con los que compartía su devoción por la música. Con Gilmour realizó una serie de actuaciones versioneando temas de los Rolling Stones que les hizo ganar cierta popularidad.
En 1963 Barrett se translada a Londres para asistir a clases en la Camberwell School Of Art, al tiempo que forma con algunos músicos de la capital el grupo The Hollering Blues, un combo de versiones de blues y Rock’n'roll.

En esa misma época, Roger Waters, que tambien estaba estudiando en Londres contaba ya con su propia banda, The Screaming Abdabs y pronto contactó con Barrett para que se uniese al proyecto que cambió su nombre por el de The Pink Floyd Sound a sugerencia de Barrett, tomando el nombre de dos bluesmen americanos.
En los Abdabs ya militaban Nick Manson (bateria) y Rick Wright (teclado) aunque con la incorporacion de Syd Barrett el grupo tomaría una dirección muy diferente a la del primitivo Blues-rock que practicaban, Barrett estaba muy influenciado por los Beatles, los Rolling Stones y por toda la música psicodélica que llegaba de EE.UU, con Love a la cabeza.
El recien llegado pronto tomó el control casi absoluto de la banda, convirtiendose en el principal compositor, cantante y guitarrista de la formación, introduciendo inauditos elementos de experimentación y psicodelia que pronto empezaron a llamar la atención en sus actuaciones en Londres, complementando sus conciertos con imágenes y proyecciones salidas de la fértil imaginación de Barrett.
En 1967 el grupo firma un contrato con EMI que les publica su primer single: “Arnold Layne” un excepcional tema compuesto por Barrett que ya definía el sonido del grupo, tremendamente extraño, experimental y con un magnetismo dificil de describir. El segundo single de la banda “See Emily Play” supuso un enorme éxito, lo que propició la entrada inmediata de la banda en los estudios Abbey Road para grabar lo que sería el primer álbum del grupo: “The Piper At The Gates Of Down”.

El primer disco de Pink Floyd es considerado el mas claro exponente de la psicodelia británica, muy influenciada por la de la costa oeste americana pero con sus propias señas de identidad, aquí Syd Barrett dispuso ya de todos los elementos necesarios para plasmar sus extravagantes y originales ideas, al tiempo que se introducía de lleno en el consumo masivo de drogas, principalmente LSD, práctica muy habitual en el circuito londinense de la época, mientras el resto de banda tomaba una actitud mucho mas moderada.
Los efluvios lisérgicos en las composiciones de Barrett se aprecian con claridad en temas extraños y crípticos como “Interstellar Overdrive”, “Astronomy Domine” o “Lucifer Sam”, canciones alucinógenas realmente originales y brillantes, con largos y complicados desarrollos instrumentales en los que destaca la peculiar forma de tocar de Barrett y el distintivo bajo de Roger Waters.
Las letras de Syd Barrett son aquí complejos jeroglificos con referencias oníricas ciertamente sugerentes y extrañas. Barrett compuso todos los temas y fue el cantante principal en todas ellas.
“The Piper At The Gates Of Down” es un disco único, un disco que juega con la experimentación hasta límites desconocidos, introduciendo elementos y sonidos que luego serían imitados hasta la saciedad, traspasando el limite del rock para adentrarse en el Jazz, en ritmos étnicos y en el ruidismo mas salvaje.
Con la acertada promocion de EMI el disco tuvo un éxito casi instantaneo y el grupo empezó a ser demandado intensivamente para tocar por todo el país y por los EE.UU.
Llegados a este punto es cuando la historia se vuelve confusa, Barrett había seguido tomando LSD y su estado psicológico se empezó a resentir en esos meses de gira con la banda, arruinando algunas actuaciones del grupo con episodios psicóticos de cierta gravedad, se suele citar como punto culminante el colapso que sufrió en una entrevista para una cadena norteamericana que dió la vuelta al mundo.
Ante esta situación, la banda, con Roger Waters a la cabeza, disfrutando de un exito que exigía plena concentración optó por substituir a Barrett por otros músicos en algunas actuaciones, obligandoles obviamente a reestructurar y adaptar todo el repertorio, hasta que finalmente se optó, una vez que el grupo volvió a entrar en el estudio en dejar fuera definitivamente al lider indiscutible de la banda.
Syd Barrett fue substituido por David Gilmour y el grupo continuó su camino alejandose de las coordenadas psicodélicas del primer disco en una carrera hacia las masas bien conocida por todos.

Syd Barrett padecía esquizofrenia agravada por episodios psicóticos, una situación totalmente incapacitante que le obligó a someterse a cuidados intensivos y a retirarse a casa de sus padres. En 1970, no obstante, Barrett contactó con David Gilmour y le planteó la idea de grabar en estudio algunos temas que tenía completados, con el tremendo éxito de Pink Floyd no resultó problemático contactar con los estudios Abbey Road de la EMI para realizar esas sesiones a pesar de las “especiales” circunstancias y de la practicamente nula posibilidad comercial que de antemano se sabía tendrían esas canciones.
De esas primeras sesiones saldría practicamente todo el material del primer disco en solitario de Syd Barrett, llamado “The Madcap Laugh”, producido por David Gilmour y con colaboraciones de The Soft Machine, Roger Waters y diversos músicos de estudio, un disco extraño y alucinado dominado casi en exclusiva por la guitarra y la voz de Barrett que navega por espacios de folk espectral, blues lisergico y rock espacial con la soltura y convicción que solo él podía conseguir.
Destacan dentro de este conjunto tan heterogeneo de canciones las tomas de “Terrapin”, “Octopus”, “Late Night”, “No Good Trying” y “Love you” dotadas de irresistibles melodías y magníficos arreglos, el resto del material es bastante mas experimental y oscuro, algunos temas son simplemente esbozos sin completar, canciones extrañas dificilmente clasificables.
Las sesiones de “The Madcap Laugh” fueron ciertamente complicadas, Syd Barrett se mostraba disperso y ausente en muchos momentos y fue necesario “pinchar” las tomas una y otra vez, añadiendo arreglos solamente cuando la parte de guitarra y voz ya estaba grabada, aunque lo cierto es que a pesar de todo Barrett seguía mostrando aún una imaginación fuera de toda discusión y un entusiasmo por sus canciones que fue capaz de transmitir a todo el equipo.
El disco salió publicado ese mismo año con escaso apoyo comercial de EMI y pocos se enteraron de su existencia, David Gilmour volvio con los Floyd y Syd Barrett se retiró otra temporada.

Quizas contra pronóstico, tan solo unos meses mas tarde, en Noviembre de 1970, Syd Barrett volvió a ponerse en contacto con EMI para grabar nuevos temas, la compañía de nuevo accedió aunque esta vez se intentó por todos los medios dar un toque mas comercial a las composiciones con vistas a una mayor repercusión mediatica, aunque fuese captando a los nuevos fans de Pink Floyd, para ello se optó por dar a la mayoria de los temas un tratamiento mas rotundo, mas directo, mas de banda.
David Gilmour se volvió a unir al proyecto que esta vez recibiría simplemente el nombre de “Barrett”, las nuevas sesiones fueron igualmente caoticas pero igualmente interesantes, con un ambiente marcado por la esquiva y fertil imaginación de Barrett, enfrascado en sacar adelante temas absolutamente geniales como “Baby Lemonade”, “Gigolo Aunt” o “Rats” junto a temas mucho mas extraños cercanos al espitiritu de “The Madcap Laughs” como “Wined and Dined” o “Wolfpack”. Este segundo disco de Syd Barrett no alcanza quizás el nivel de genialidad del primero, resultando un tanto disperso, pero aún así los temas citados se encuentran sin duda entre lo mejor que hizo nunca.

En Febrero de 1970, tras completar “The Madcap Laugh”, Syd Barrett grabó una actuación en el celebre programa de John Peel para la BBC acompañado por David Gilmour y Jerry Shirley interpretando temas de su primer disco como “Terrapin” pero centrandose en temas que luego aparecerian en “Barrett” como “Gigolo Aunt”, “Baby Lemonade” o “Effervescing Elephant. Este concierto es interesante porque los temas muestran matices distintos y porque Barrett se muestra bastante inestable durante la actuación, provocando cambios imprevistos dificiles de seguir por los músicos.

Tras la publicación de su segundo disco Syd Barrett se retiró definitivamente y su figura fue poco a poco eclipsada por el enorme éxito mediático de Pink Floyd que alcanzó su cima a mediados de los 70 con discos como “Dark Side Of The Moon” o “Wish You Were Here”. Syd se instaló permanentemente en casa de su madre y lo que ha sido de su vida desde entonces permanece en el mas profundo anonimato ya que nunca ha concedido entrevistas y apenas se le ha visto en publico. La naturaleza de su enfermedad y la influencia que tuvo ésta en su carrera y en su posterior desaparición permanecen por tanto en el mas absoluto de los misterios, no hay un patrón fijo para describir o predecir el comportamiento y los pensamientos de un esquizofrénico, si es que Barrett padecía en verdad esquizofrenia y la ausencia de datos precisos sobre sus últimos años tampoco ayuda a solventar ese misterio.

En 1989, coincidiendo con una revitalización de la figura de Syd Barrett se publicó el album “Opel”, una recopilación de temas inéditos y tomas alternativas de aquellas míticas sesiones de 1970, con lo que practicamente todas las canciones han visto ya la luz, unas canciones que siguen manteniendo un magnetismo y una magia dificilmente asimilable, unos temas y un músico, Syd Barrett, envueltos para siempre en una inigualable leyenda de genialidad y misterio.


sábado, 5 de junio de 2010

H.G. WELLS

En 1874 el joven Herbert George Wells vivió un hecho que tendría notables repercusiones en su futuro: Sufrió un accidente que lo dejó en cama con una pierna quebrada. Para matar el tiempo, empezó a leer libros de la biblioteca local que le traía su padre. Se aficionó a la lectura y comenzó a desear escribir. Ese mismo año entró a una academia comercial llamada Thomas Morley's Commercial Academy, en la que continuó hasta 1880.

En 1877 su padre sufrió un accidente que le impidió ganarse la vida como lo hacía hasta entonces. Ello condujo a que Herbert y sus hermanos comenzaran a emplearse en diversos oficios. Fue así como entre 1881 y 1883 llegó a ser aprendiz de una tienda de textiles llamada Southsea Drapery Emporium: Hyde's, experiencia que se ve reflejada en sus novelas The Wheels of Chance (1896) y Kipps: The Story of a Simple Soul (1905) cuyo protagonista es aprendiz textil.

En 1883 se enroló en la escuela de gramática Midhurst de Sussex Occidental como alumno y tutor, donde continuó su avidez por la lectura.

En 1884 obtuvo una beca para estudiar Biología en el Royal College of Science de Londres, donde tuvo como profesor a Thomas Henry Huxley. Estudió allí hasta 1887. Wells mismo recordando esa época habla de haber sufrido hambre constantemente.

En este período también ingresa a un club de debate de la escuela llamado Debating Society, donde expresa su interés en una transformación de la sociedad. Formó parte de los fundadores de The Science School Journal, una revista en la que dio a conocer sus postulados en literatura y en temas sociales. Fue en ella que vio la luz por primera vez su novela La máquina del tiempo, pero con el título original: The Chronic Argonauts (Los Argonautas Crónicos).

Al fallar en el examen de geología en 1887, perdió la beca. Por eso no fue sino hasta 1890 que recibió el título de grado en zoología del Programa Externo de la Universidad de Londres.

Sin la beca, es decir sin ingresos, se fue a vivir a casa de una pariente llamada Mary, prima de su padre, donde se interesó en la hija de ésta, Isabel. Entre 1889 y 1890 fue profesor de la Henley House School.

Fue uno de los fundadores de la Royal College of Science Association, siendo su primer presidente en 1909.

Su relación con Rebecca West, que duró diez años, dio por fruto un hijo, Anthony West, nacido en 1914.

Al contraer tuberculosis abandonó todo para dedicarse a escribir, llegando a completar más de cien obras. Se le considera uno de los precursores de la ciencia-ficción y sus primeras obras tuvieron ya por tema la fantasía científica, descripciones proféticas de los triunfos de la tecnología y comentarios sobre los horrores de las guerras del siglo XX: La máquina del tiempo (The Time Machine, 1895), su primera novela, de éxito inmediato, en la que se entrelazaban la ciencia, la aventura y la política; El hombre invisible (The Invisible Man, 1897); La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1898) y Los primeros hombres en la luna (The First Men in the Moon, 1901). Muchas de ellas dieron origen a varias películas.

A la vez se interesó por la realidad sociológica del momento, especialmente por la de las clases medias, defendiendo los derechos de los marginados y luchando contra la hipocresía imperante, que dibujó con cariño, compasión y sentido del humor en novelas como Love and Mr. Lewisham (1900), Kipps, the Story of a Simple Soul (1905) y Mr. Polly (1910), novela de extenso retrato de los personajes en la que, como en Kipps, describe con fina ironía el fracaso de las aspiraciones sociales de sus protagonistas.

La gran mayoría de sus restantes libros pueden clasificarse como novelas sociales. Entre ellas se encuentran Ana Verónica (Ann Veronica 1909), en la que defiende los derechos de las mujeres, Tono Bungay (1909), un ataque al capitalismo irresponsable, y Mr. Britling va hasta el fondo (1916), que describe la reacción del inglés medio ante la guerra.

Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), redactó la historia de la humanidad en tres partes, Outline of History (1920), en la que colaboró Julian Huxley.

A lo largo de toda su vida Wells se preocupó, y dejó amplia constancia de ello, de la supervivencia de la sociedad contemporánea. Durante un breve período fue miembro de la Sociedad Fabiana. Aunque creyó firmemente en la utopía según la cual las vastas y terroríficas fuerzas materiales puestas a disposición del ser humano podían ser controladas por la razón y utilizadas para el progreso y la igualdad entre los habitantes del mundo, poco a poco fue volviéndose más pesimista y cesó su pertenencia a dicha sociedad. Así dedicó su obra 42 to 44 (1944) a la crítica de muchos de los líderes mundiales del tiempo. Por otro lado, en El destino del homo sapiens (1945) expresaba las dudas acerca de la posibilidad de supervivencia de la raza humana. Escribió asimismo Experimento en autobiografía (1934) antes de su muerte acaecida el 13 de agosto de 1946, en Londres.

H.G. Wells fue toda su vida un izquierdista convencido. De hecho, su primera novela, La máquina del tiempo (1895), trataba fundamentalmente la lucha de clases. Los hermosos Eloi eran descendiente de los antiguos capitalistas, y los Morlocks de los proletarios, enterrados junto con las máquinas y la industria y que, en la novela, acaban por dominar a sus antiguos opresores.

Convencido de la necesidad de un sistema social más justo, se uniría a la Sociedad Fabiana, cuyo objetivo era instaurar el socialismo de forma pacífica, si bien diferencias con ciertos miembros (por ejemplo Bernard Shaw) acabaron por distanciarlo del grupo.

Wells criticó también la hipocresía y la rigidez de la época victoriana, así como el imperialismo británico y en su novela Ana Verónica (1909) se adelanta a lo que serían los movimientos de liberación femeninos.

Wells estaba convencido de que la especie humana podría ser mejorada gracias a la ciencia y a la educación. Sin embargo, no cayó en la ingenuidad de muchos de sus contemporáneos y fue uno de los primeros pensadores que advirtió del peligro de confiar ciegamente en las máquinas. Siempre postuló que era el hombre quien debería dominar a las máquinas, y no al revés.

Durante la última época de su vida, Wells asumió la tarea de defender en escritos y conferencias todo aquello que considerara positivo para el progreso, así como en criticar los grandes conflictos bélicos que asolaron Europa.

Toda la obra de H.G. Wells está influenciada por sus profundas convicciones. En La máquina del tiempo (1895) abordó el tema de la lucha de clases; en La isla del doctor Moreau (1896) y en El hombre invisible (1897), los límites éticos de la ciencia y la obligación del científico de actuar de forma ética más allá del poder que le otorgan sus descubrimientos; en La guerra de los mundos (1898), la crítica de los usos y costumbres de la época victoriana y las prácticas imperialistas británicas. Esto en lo que respecta a sus primeras novelas, que lo han convertido en uno de los más grandes escritores de ciencia ficción.

A partir de 1900 comenzó a escribir novelas que describían la vida de las gentes humildes, entre las que se encuentra Ana Verónica (1909), en la que aborda el tema de la liberación de la mujer.

Además de sus novelas, escribió ensayos de carácter enciclopédico como El perfil de la historia (1919) o La conspiración abierta (1922) y, si bien jamás desistió en su intento de crear un mundo más justo y solidario, sus últimos escritos El destino del homo sapiens (1939) y La mente a la orilla del abismo (1945) están marcados por un pesimismo fruto de contemplar una humanidad que, por ambición y odio, se destruye a sí misma.

El estilo literario de Wells, sin embargo, no está a la altura de los temas que trata, y es a estos últimos que debe su fama como escritor. Según él, lo que cuenta es lo que se escribe, no cómo se escribe. Como él mismo dijo:


«Yo hago honradamente lo que puedo por evitar repeticiones en mi prosa y cosas así pero, quitando un pasaje de altura, no veo el interés de escribir por la belleza del lenguaje sin más.»


Poseyó también vocación de historiador, público dos obras : Breve historia del mundo y Esquema de la historia universal, ambos comienzan en la creación de la Tierra, extendiéndose el primero hasta la formación de la Sociedad de Naciones y la segunda hasta la caída de la Alemania nazi.

En 1997 fue incluido en el Salón de la Fama de la ciencia ficción con carácter póstumo en reconocimiento a su obra pionera en el género. Igualmente se ha reconocido su influencia en muchos otros eventos, como en el hecho de que aparezca reseñado en la encuesta Locus de 1997 como uno de los mejores autores de ciencia ficción de todos los tiempos, y en el que sus obras La máquina del tiempo y La guerra de los mundos obtuvieran también esa distinción en la encuesta realizada en 1998, todo un siglo después de la publicación de la segunda de ellas.


viernes, 4 de junio de 2010

ZIGGY STARDUST

El álbum narra la historia de Ziggy Stardust, un extraterrestre bisexual de imagen andrógina que se convierte en estrella del rock con el que Bowie quiso combinar la ciencia ficción y el teatro japonés kabuki. Este personaje fue el primer álter ego que adoptó Bowie en su carrera, al que posteriormente seguirían otros como Aladdin Sane o el Duque Blanco. El disco comienza con Ziggy revelando a los habitantes de La Tierra que sólo quedan cinco años para que su planeta desaparezca, tras lo que decide convertirse en un «mesías rock» para salvarlo de la destrucción. Finalmente termina por abandonar sus objetivos y siendo víctima de su propio éxito.

El propósito de Bowie al concebir el personaje fue adaptar el concepto de los musicales de Broadway al rock, creando una estrella prefabricada que aunara elementos de ambos géneros. Para dotar de una mayor teatralidad a su puesta en escena, utilizó las técnicas que aprendió durante su etapa como actor en la compañía teatral del performer y mimo Lindsay Kemp, quien también fue el responsable de la coreografía de Ziggy y el grupo durante sus conciertos.

Para crear el personaje, Bowie se inspiró en el excéntrico cantante británico de rock'n'roll Vince Taylor, a quien conoció personalmente a mediados de los años 1960. El estilo de Taylor estaba fuertemente influido por Elvis Presley y en 1959 logró un notable éxito con el single Brand New Cadillac, que años más tarde versionarían The Clash en su álbum London Calling. En sus conciertos, Taylor salía a escena enfundado en cuero negro, maquillado y moviéndose espasmódicamente. En la época en la que conoció a Bowie, deteriorado por su adicción a las drogas y el alcohol, creía conocer los lugares exactos del mundo en los que supuestamente aterrizarían OVNIS y proclamaba en sus conciertos que era la reencarnación de Jesucristo.

Sobre el motivo por el que Bowie escogió el nombre de Ziggy para su personaje hay varias teorías. El propio artista afirmó en su momento que el nombre estuvo inspirado en una sastrería de Londres llamada de esta forma, aunque más tarde declararía a Rolling Stone que lo eligió por ser el único nombre cristiano que comenzaba con la letra Z. Otras fuentes han señalado la similitud del nombre y los de Iggy Pop y la modelo Twiggy, ambos amigos suyos y por quienes siempre ha sentido una admiración declarada. También se ha apuntado como origen del nombre su amistad con Marc Bolan durante los últimos años 60, quien había planeado adoptar el sobrenombre de Zinc Alloy ante un hipotético fracaso de T. Rex. En este caso, Ziggy sería una combinación entre la Z de Zinc e Iggy.

El origen del apellido Stardust está más claro, ya que Bowie ha comentado en varias ocasiones que lo tomó en honor a Norman Carl Odmon, un cantante country que en sus conciertos se presentaba como The Legendary Stardust Cowboy.

Para crear la andrógina imagen de Ziggy Stardust, Bowie se inspiró en el maquillaje y la puesta en escena del kabuki, contando para ello con el diseñador de moda Kansai Yamamoto, quien fue el encargado de crear toda la ropa que luciría Ziggy en sus conciertos. También el característico peinado del personaje lo inspiró Yamamoto, ya que Bowie decidió cortarse el pelo de esta forma tras ver unas fotografías en la revista Harper's Bazaar en las que el diseñador japonés usó pelucas que imitaban la melena de los leones al estilo kabuki para sus modelos.

Además de otros grupos de glam rock anteriores que lucían una imagen ambigua como T. Rex o New York Dolls, otras influencias en la estética de Ziggy Stardust fueron la por entonces reciente película La naranja mecánica y la imagen de las drag queens que frecuentaban la Factory de Andy Warhol, círculo en el que Lou Reed introdujo a Bowie poco antes de la gestación del álbum.

The Spiders from Mars fue la banda que acompañó a David Bowie / Ziggy Stardust desde 1971 hasta mediados de 1973 y estuvo compuesta por Mick Ronson (guitarra, piano y coros), Trevor Bolder (bajo) y Mick Woodmansey (batería). Los sobrenombres que daría Bowie a estos dos últimos en la canción Ziggy Stardust serían los de Weird y Gilly respectivamente. Los tres eran originarios de Hull y habían participado juntos en varios grupos antes de ser los Spiders from Mars.

De los tres miembros fue Ronson quien acaparó mayor atención y fue una pieza clave en el sonido del disco debido su técnica con la guitarra eléctrica, por la que es considerado uno de los mejores guitarristas de la historia del rock. En 1994 Bowie se referiría a Ronson como «el contrapunto perfecto para personaje de Ziggy, un norteño rudo con una actitud insolentemente masculina». Respecto a la relación entre ambos como dúo de rock, la definiría como «un yin y yang a la antigua usanza, con todo lo mejor de Mick Jagger y Keith Richards o de Axl Rose y Slash, la personificación de ese tipo de dualidad en el rock'n'roll».

El grupo se disolvió durante la gira de 1973 después de grabar su siguiente álbum Aladdin Sane, terminando así su colaboración con Bowie e iniciando Mick Ronson su carrera en solitario. Por su parte Bolder y Woodmansey comenzaron a trabajar como músicos de sesión con otros grupos y en 1976 grabaron un disco como The Spiders from Mars que no obtuvo una excesiva repercusión.

El álbum se grabó en los estudios Trident de Londres entre el 9 de septiembre de 1971 y el 18 de enero de 1972 y fue producido por Ken Scott y el propio David Bowie. Su título se inspiró en una canción de 1967 perteneciente al repertorio de The Rats, uno de los primeros grupos de los miembros de The Spiders from Mars y cuyo título era The Rise and Fall of Bernie Gripplestone. Este tema fue escrito por el batería de la banda, John Cambridge, que posteriormente se integraría en el grupo de Bowie hasta que en 1970 fue sustituido por Woody Woodmansey.

Musicalmente, el disco marcó una diferencia con el rock que predominaba a finales de los 60 y principios de los 70 basado en canciones con desarrollos largos y solos de guitarra, recibiendo en cambio influencias de otros grupos que Bowie admiraba como T. Rex, The Stooges y The Velvet Underground. El sonido de la guitarra de Mick Ronson evocaba a los guitar heroes de la época, pero añadiendo más dinamismo, mientras que en la parte vocal, Bowie enfatizó el dramatismo tomando como referencia las canciones de Jacques Brel.

Lado A

Las canciones del primer lado del disco son en su mayor parte medios tiempos y en ellas no se mencionan los nombres de Ziggy Stardust ni de su banda, lo que hace que estos primeros temas puedan verse indistintamente como la primera parte de la historia de Ziggy o como entidades propias.

  • "Five Years" (4:42): La primera canción anuncia que la Tierra está condenada a la destrucción en cinco años debido al agotamiento de los recursos naturales y Ziggy decide cantar sobre ello para concienciar al mundo.
  • "Soul Love" (3:34): Hace referencia a varios tipos de amor: el amor hacia las personas queridas que han muerto (stone love), el romántico (new love) y el religioso (soul love).
  • "Moonage Daydream" (4:39): Ziggy se presenta como el invasor del espacio que quiere salvar al mundo transformándose en una «rock'n'roll bitch».
  • "Starman" (4:13): Fue el primer sencillo del álbum y una de las canciones más conocidas de Bowie. En ella se narra cómo un extraterrestre contacta con los jóvenes por la radio para prometerles la salvación a pesar de que el mundo no está preparado para su mensaje. Según Bowie, es una canción repleta de mentiras que Ziggy escribió para que los habitantes de la Tierra le siguieran.
  • "It Ain't Easy" (2:57): Es la única canción del disco no compuesta por Bowie, ya que se trata de una versión de una composición del músico estadounidense de blues Ron Davies que pone de manifiesto las dificultades que hay en el camino hacia el estrellato.

Lado B

En el lado B del álbum predominan las canciones de glam rock arquetípico basadas en guitarras eléctricas enérgicas, y a diferencia de las del lado A aluden directamente a Ziggy y los Spiders from Mars.

  • "Lady Stardust" (3:19): Balada con el piano como instrumento protagonista en la que Ziggy comienza a travestirse en el escenario provocando la admiración del público.
  • "Star" (2:47): Bowie escribe sobre el deseo de Ziggy de ser una estrella del rock'n'roll.
  • "Hang On to Yourself" (2:38): Ziggy y los Spiders from Mars están en la cumbre del éxito y tienen a sus pies a muchas admiradoras que buscan relaciones sexuales con ellos. El riff de la canción está inspirado en los del músico rockabilly Eddie Cochran.
  • "Ziggy Stardust" (3:13): Es la canción que cuenta la historia principal de Ziggy y, junto a "Starman" la más conocida del disco. En ella, Ziggy comienza su decadencia y decide disolver The Spiders from Mars a causa de su ego. Hay una probable referencia a Jimi Hendrix al referirse a la cualidad de zurdo del guitarrista Ziggy.
  • "Suffragette City" (3:24): Después de la ruptura con su grupo, Ziggy deja de lado sus propósitos y su vida anterior y sólo se interesa por el sexo y las drogas.
  • "Rock'n'Roll Suicide" (2:58): El disco finaliza con Ziggy tocando fondo y convirtiendo su vida en un rock'n'roll suicida. Los primeros versos de la canción están inspirados en un poema de Manuel Machado, cuyo primer verso es La vida es un cigarrillo...

Las fotografías que ilustran el álbum fueron tomadas en enero de 1972 por el fotógrafo Brian Ward durante una noche lluviosa en la calle Heddon de Londres, donde el fotógrafo tenía su estudio. En total se tomaron 17 fotografías en blanco y negro, de las que se eligieron dos como portada y contraportada respectivamente tras ser coloreadas a mano.

La portada del disco muestra a David Bowie / Ziggy Stardust vestido con un mono azul junto al portal del número 23 de dicha calle. En su mano derecha porta una guitarra eléctrica mientras apoya su pie izquierdo sobre un cubo de basura. Otros detalles característicos de la portada son la farola de gas que dota a la imagen de una luz tenue y borrosa, y un cartel sobre la cabeza de Bowie con la leyenda K. West, que en el año 1980 sería robado por un seguidor del artista y que pertenecía a un establecimiento de peletería aún activo en la actualidad.

La contraportada muestra a Bowie dentro de una cabina telefónica también situada en la calle Heddon, junto al listado de canciones y a una recomendación concluyente respecto al disco: To be played at maximum volume. El libreto interior contiene otras cuatro fotografías más en blanco y negro de Bowie, Ronson, Woodmansey y Bolder tomadas en el estudio de Brian Ward tras la sesión fotográfica exterior y que imitan intencionadamente la estética de La Naranja Mecánica.