miércoles, 9 de abril de 2014

SINDROMES RAROS


EL SÍNDROME DE CAPGRAS es un trastorno mental que afecta a la capacidad de identificación del paciente. Este cree que una persona, generalmente un familiar, es reemplazado por un impostor idéntico a esa persona.

En el Tratado de Psiquiatría de Hales-Talbott (Ancora, 1996) se define como: "el paciente cree que una persona estrechamente relacionada con él ha sido sustituida por un doble". Y en la Sinopsis de Psiquiatría de H. Kaplan (Panamericana, 1999) como: "la idea delirante de que otras personas, normalmente muy cercanas al paciente, han sido reemplazadas por dobles exactos, que son impostores".

Fue nombrada en honor a Jean Marie Joseph Capgras, psiquiatra francés que reconoció la enfermedad bajo el nombre de l'illusion des sosies (ilusión de los dobles) en 1923. Capgras reportó el caso de una mujer de 74 años que afirmaba que su esposo había sido remplazado por un extraño. La paciente reconocía con facilidad a los demás familiares, todos excepto a su esposo.

Esta enfermedad está relacionada con la pérdida del reconocimiento emocional de los rostros familiares. Su causa podría ser una desconexión entre el sistema de reconocimiento visual y la memoria afectiva.

Es una de las falsas identificaciones que se han descrito en el 23-50% de los pacientes con demencia, así como el Síndrome de Frégoli, la confusión entre televisión y realidad o el Síndrome del huésped fantasma.

KORO es una extraña enfermedad mental que por lo general se presenta en personas chinas.Los individuos afectados comienzan a creer que su pene está disminuyendo de tamaño en el caso de los hombres. En el caso de las mujeres es la vulva o los pechos. El afectado generalmente muere debido al pánico que se presenta y a las acciones extremas que hacen para detenerlo.

EL SINDROME DE STRANGELOVE o también llamado Síndrome de la mano ajena o anárquica es un trastorno neurológico donde una de las dos manos del individuo actúa de forma individual y sin ningún tipo de orden consciente por parte de la persona que padece la enfermedad.
Esta enfermedad fue descrita por primera vez en 1908 en un paciente que sufrió infarto cerebral en el hemisferio derecho,pero al presentarse los efectos secundarios sentía que su mano izquierda actuaba sola.
El paciente que sufre el síndrome de la mano ajena tiene sensibilidad en la mano, pero cree que no forma parte de su cuerpo y que no posee control sobre sus movimientos. 

EL SINDROME DE ANOK  se presenta en personas de la isla de Java e Indonesia y consiste en que tras sufrir una gran vergüenza, el individuo comienza a correr y destruir todo lo que se presenta en su camino sin detenerse.Generalmente los asesinan por ser un peligro para el resto de la sociedad.
En mi opinión,este caso demuestra claramente la discriminación que sufren las personas con enfermedades y la incompetencia de las autoridades de dichos lugares,ya que se priva a la persona de su vida por padecer este extraño síndrome,que realmente debería atenderse de otra manera.

EL SINDROME DEL ACENTO EXTRANJERO  es consecuencia de una lesión cerebral,quienes son afectados comienzan a pronunciar su lengua materna como lo haría un extranjero,es decir,en los escasos 20 casos que han sido registrados en el mundo,un inglés hablaba con acento chino,y un argentino con un acento castellano muy peculiar.
Lo más sorprendente de este transtorno es que las personas que lo padecen,no tienen ninguna relación con la cultura del acento que están pronunciando.
No cabe duda que el cerebro humano es de lo más sorprendente y  magnífico,al grado de llegar a provocar enfermedades que no somos capaces de imaginar.

EL SINDROME DE COTARD, también llamado delirio de negación o delirio nihilista, es una enfermedad mental relacionada con la hipocondría. El afectado por el síndrome de Cotard cree estar muerto (tanto figurada como literalmente), estar sufriendo la putrefacción de los órganos o simplemente no existir. En algunos casos el paciente se cree incapaz de morir.

Recibe su nombre de Jules Cotard, neurólogo francés descubridor de este síndrome, al que denominó le délire de négation ("delirio de negación"), en una conferencia en París en 1880.

En dicha conferencia, Cotard describió el caso de una paciente, a la que dio el apodo de Mademoiselle X, que negaba la existencia de Dios y el diablo, así como de diversas partes de su cuerpo y de la necesidad de nutrirse. Más adelante, creía que estaba eternamente condenada y que ya no podría morir de una muerte natural.

Los pacientes llegan a creer que sus órganos internos han paralizado toda función, que sus intestinos no funcionan, que su corazón no late, que no tienen nervios, ni sangre ni cerebro e incluso que se están pudriendo, llegando a presentar algunas alucinaciones olfativas que confirman su delirio (olores desagradables, como a carne en putrefacción), inclusive pueden llegar a decir que tienen gusanos deslizándose sobre su piel.

En sus formas más complejas el paciente llega a defender la idea de que en realidad él mismo está muerto e incluso que han fallecido personas allegadas a él. Junto con esta creencia de muerte el paciente mantiene una idea de inmortalidad, como si se hubiera convertido en un "alma en pena". Aunque es un delirio típico de las depresiones más graves (psicóticas o delirantes) se puede ver en otras enfermedades mentales severas (demencia con síntomas psicóticos, esquizofrenia, psicosis debidas a enfermedades médicas o a tóxicos).

Young y Leafhead describen un caso moderno de síndrome de Cotard en un paciente que sufrió daños cerebrales debido a un accidente de motocicleta:

Los síntomas [del paciente] se dieron en el contexto de sensaciones más generales de irrealidad y de estar muerto. En enero de 1990, después de recibir el alta en el hospital de Edimburgo, su madre lo llevó a Sudáfrica. Estaba convencido de que había sido llevado al infierno (lo que se confirmaba por el calor), y que había muerto de septicemia (que había sido un riesgo al principio de su recuperación), o quizá de sida (había leído una historia en The Scotsman acerca de alguien aquejado de sida que había muerto de septicemia), o de una sobredosis de una inyección contra la fiebre amarilla. Pensaba que se habían «apropiado del espíritu de mi madre para mostrarme el infierno», y que seguía dormido en Escocia.

El síndrome puede aparecer en el contexto de una enfermedad neurológica o mental y se asocia particularmente con la depresión y la desrealización.

EL SINDROME DE TOURETTE es un trastorno neuropsiquiátrico heredado con inicio en la infancia, caracterizado por múltiples tics físicos (motores) y vocales (fónicos). Estos tics característicamente aumentan y disminuyen; se pueden suprimir temporalmente, y son precedidos por un impulso premonitorio. El síndrome de Tourette se define como parte de un espectro de trastornos por tics, que incluye tics transitorios y crónicos.

El síndrome de Tourette se consideraba un raro y extraño síndrome, a menudo asociado con la exclamación de palabras obscenas o comentarios socialmente inapropiados y despectivos (coprolalia), pero este síntoma está sólo presente en una pequeña minoría de afectados. El síndrome de Tourette ya no es considerado una enfermedad rara, pero no siempre es correctamente diagnosticado porque la mayoría de los casos son leves y la severidad de los tics disminuyen en la mayoría de los niños a su paso por la adolescencia. Entre 0,4% y el 3,8% de los niños de 5 a 18 años pueden tener el síndrome de Tourette; la prevalencia de tics transitorios y crónicos en niños en edad escolar es alta, y los tics más comunes son parpadeo de ojos, toser, carraspear, olfatear y movimientos faciales. Un Tourette grave en la edad adulta es una rareza, y el síndrome de Tourette no afecta negativamente a la inteligencia o la esperanza de vida.

Por lo general, los síntomas del síndrome de Tourette se manifiestan en el individuo antes de los 18 años de edad. Puede afectar a personas de cualquier grupo étnico y de cualquier sexo, aunque los varones lo sufren unas 3 ó 4 veces más que las mujeres.

El curso natural de la enfermedad varía entre pacientes. A pesar de que los síntomas oscilan entre leves hasta muy severos, en la mayoría de los casos son moderados.

En LA CEGUERA AL MOVIMIENTO, la visibilidad del paciente no tiene problema alguno con los objetos estáticos. El problema viene cuando se sirve, por ejemplo, limonada en un vaso, él verá sin dificultad la jarra, el vaso y la mesa sobre la cual está el vaso, pero el chorro de limonada aparecerá ante sus ojos como una columna inmóvil.

EL SINDROME DE MUNCHHAUSEN es un trastorno mental que se caracteriza por los padecimientos a consecuencia de crear dolencias para asumir el papel de enfermo. El paciente «crea» y hasta se produce autolesiones para lograr unos síntomas físicos y/o psicológicos con conciencia de acción, pero forzado a ello por una impulsión relacionada a su necesidad de consideración por terceras personas de ser asistido/a

miércoles, 26 de febrero de 2014

RIP VAN WINKLE



DE WASHINGTON IRVING

La siguiente relación se encontró entre los papeles del difunto Dietrich Knickerbocker, un anciano caballero de Nueva York que se interesó profundamente por la historia de las colonias holandesas de la provincia y las costumbres de los descendientes de los primitivos pobladores. Sus investigaciones históricas no se efectuaban, sin embargo, entre libros, sino entre seres humanos, pues en los primeros no abundaban sus temas favoritos, mientras que los encontraba en los viejos burgueses y aun más en sus mujeres, que poseían enormes tesoros de aquel folclor, tan valioso para el verdadero historiador. En cuanto hallaba una auténtica familia holandesa, cuidadosamente encerrada entre sus cuatro paredes, en su casa de techo bajo, construida casi debajo de la ancha copa de algún árbol, la consideraba como un pequeño volumen y la estudiaba con el celo de un ratón de biblioteca.

De todas estas investigaciones resultó una historia de la provincia bajo los gobernadores holandeses, que se publicó hace unos años. Existen numerosas opiniones acerca del verdadero carácter literario de ese libro, que, a decir verdad, no es lo que debería ser. Su mérito principal consiste en la escrupulosa exactitud, de la que se dudó al aparecer, pero que ha sido demostrada después sin lugar a dudas. Se le admite ahora en todas las bibliotecas de historia como un libro cuya autoridad es indiscutible.

Aquel anciano caballero murió poco después de publicar su obra y, ahora que ha desaparecido, puede decirse, sin ofender su memoria, que su tiempo hubiera estado mucho mejor empleado si se hubiera dedicado a tareas más importantes. Tendría que seguir sus inclinaciones personales, de acuerdo con métodos propios y, aunque alguna que otra vez molestó a sus vecinos y ofendió a amigos, por los cuales sentía gran afecto, hoy se recuerdan sus errores y locuras más con lástima que con rencor y algunos empiezan a sospechar que nunca tuvo la intención de ofender a nadie. De cualquier modo que los críticos aprecien su memoria, la tienen en muy alta estima muchas personas cuya opinión puede compartirse, particularmente ciertos confiteros que en su admiración han llegado a reproducir su efigie en los pasteles de Año Nuevo, dándole así una oportunidad de hacerse inmortal, casi equivalente a la que proporciona una medalla de Waterloo o de la reina Ana.

*

Cualquier persona que haya viajado río arriba por el Hudson, recordará los montes Kaatskill. Son un desprendimiento aislado del gran sistema orográfico de los Apalaches. Se les ve al oeste del río elevándose lentamente hasta considerables alturas y enseñoreándose del país circundante. Todo cambio de estación o del tiempo, hasta cada hora del día, producen alguna modificación en las mágicas formas de estas montañas; todas las buenas mujeres de los alrededores, y hasta las de lejos, tienen a esos montes por barómetros perfectos. Cuando el tiempo es bueno y se mantiene así, parecen revestirse de azul y púrpura y se destacan nítidamente sobre el fondo azul del cielo; algunas veces cuando el firmamento de la región está completamente limpio de nubes, alrededor de sus picos se forma una corona de grises vapores, que al recibir los últimos reflejos del sol poniente despiden rayos como aureola de un santo.

A los pies de estas bellas montañas, el viajero habrá percibido columnas de humo que se desprenden de un villorrio cuyos techos se destacan entre los árboles, allí donde la coloración azul de las tierras altas se confunde con el verde esmeralda de la vegetación de las bajas. Es una pequeña villa de gran antigüedad, pues fue fundada por los primeros colonos holandeses, en los primeros tiempos de la provincia, al iniciarse el período de gobierno de Pedro Stuyvesant, a quien Dios tenga en su gloria; hasta hace unos pocos años, todavía quedaban algunas de las casas de los primeros colonos. Eran edificios construidos de ladrillos amarillos, traídos de Holanda.

En aquella misma villa y en una de esas mismas casas (que, a decir verdad, el tiempo y los años habían maltratado bastante), vivió hace ya de esto mucho tiempo, cuando el territorio era todavía una provincia inglesa, un buen hombre que se llamaba Rip Van Winkle. Descendía de los Van Winkle que tanto se distinguieron en los caballerescos días de Pedro Stuyvesant y que le acompañaron en el sitio de Fuerte Cristina. Sin embargo, poco había heredado del carácter marcial de sus antecesores. Debo hacer notar que era de buen natural, vecino bondadoso y esposo sumiso, pegado a las faldas de su mujer. A esta última circunstancia, a esta mansedumbre se debía su enorme popularidad, pues estos hombres, que en casa están bajo el dominio de una tarasca, tienden en la calle a ser conciliadores y obsequiosos. Sin duda, sus temperamentos se ablandan y se hacen maleables en el terrible fuego del hogar conyugal; los gritos de su mujer equivalen a todos los sermones del mundo, en lo que respecta al aprendizaje de la paciencia y de la longanimidad. En un cierto sentido, una mujer bravía puede considerarse como una bendición; si así es, Rip Van Winkle estaba bendito tres veces.

Cierto es que era el favorito de todas las buenas mujeres de la vecindad que, como es corriente entre el bello sexo, se ponían de parte de Rip en todas las dificultades domésticas de éste; de noche, cuando se dedicaban a comentar las ocurrencias de la villa, todas ellas echaban la culpa a la señora Van Winkle. Los chiquillos lanzaban exclamaciones de júbilo en cuanto se acercaba. Los ayudaba en sus juegos, fabricaba sus juguetes, les enseñaba a hacer cometas y canicas, y les contaba extensos relatos acerca de aparecidos, brujas e indios. En cualquier lugar de la villa que se encontrara, estaba rodeado de un grupo de ellos, colgados de sus faldones o de sus espaldas, y haciéndole mil diabluras con toda impunidad; ni un perro de la vecindad le ladraba.

El gran error de Rip consistía en su invencible aversión por toda clase de trabajo provechoso. Eso no procedía de carencia de asiduidad o perseverancia, pues era capaz de pasarse sentado en una roca húmeda, con una caña tan pesada como la lanza de un tártaro, tratando de pescar todo el día, aunque los peces no se dignasen morder el anzuelo ni una sola vez. Con un fusil al hombro, recorría a pie bosques y pantanos durante muchas horas, para matar algún pájaro. Nunca se negaba a asistir a un vecino, hasta para el trabajo más duro. Era el primero en tomar parte en todas las diversiones campesinas, como tostar maíz o construir una empalizada de piedras; las mujeres de la aldea se valían de él para los pequeños servicios y hacer aquellas labores menudas que sus esposos, menos corteses, no querían llevar a cabo. En una palabra: Rip estaba pronto a efectuar cualquier trabajo menos el propio: le era completamente imposible mantener su granja en orden o dar cumplimiento a sus deberes de padre de familia.

Afirmaba que no tenía sentido trabajar sus tierras. En todo el país no se encontraba un predio que contuviera tantas dificultades, en igualdad de tamaño. Todo salía mal y saldría mal, a pesar de cualquier cosa que él hiciera. Su empalizada se derrumbaba sola. Su vaca desaparecía o se metía en la granja vecina. En sus campos crecía más aprisa la maleza que cualquier otra cosa que él plantara. La lluvia parecía empeñada en caer justamente cuando se había propuesto trabajar al aire libre. Por todas estas razones, las tierras heredadas de sus padres se habían ido reduciendo, hasta quedarle sólo una parcela, plantada de papas y maíz, que a pesar de su reducido tamaño era la granja peor administrada de toda la región.

Sus hijos, por lo descuidados, no parecían pertenecer a ninguna familia. Su primogénito, que se llamaba Rip como él, era su propia estampa y parecía heredar, con los trajes viejos de su padre, todas sus características. Se le veía, generalmente, saltando como un potrillo, al lado de su madre, vistiendo un par de pantalones, cortados de otros viejos del autor de sus días, que sostenía con una mano, con la misma elegancia con que una damisela recoge su larga falda, para evitar que se ensucie, cuando hace mal tiempo.

Sin embargo, Rip Van Winkle era uno de esos felices mortales que, gracias a su innata disposición, toman las cosas como se presentan, comen pan negro o blanco, el que pueda conseguirse con menos dificultades y quebraderos de cabeza y que prefieren morirse de hambre con un penique a trabajar por una libra. Si hubiera estado solo se habría desprendido de todas sus dificultades vitales, pero su mujer no cesaba de echarle en cara su haraganería, su descuido y la ruina que su conducta traía a su familia.

De mañana, al mediodía, de tarde y de noche, aquella mujer no daba descanso a su lengua; cualquier cosa que dijese o hiciera, provocaba, con toda seguridad, un torrente de elocuencia doméstica. Rip tenía un método propio de replicar a estos sermones y que ya se estaba convirtiendo en hábito. Consistía en encogerse de hombros, sacudir la cabeza, bajar los ojos y no decir una palabra. Sin embargo, esta actitud siempre provocaba una nueva andanada de reproches de su mujer, por lo que se veía obligado a retirarse y refugiarse fuera de la casa, el único lugar que corresponde a un marido demasiado paciente.

Sólo un miembro de la familia tomaba partido por él, y era su perro: Lobo, tan perseguido como su dueño, pues la señora Van Winkle consideraba a entrambos como cómplices en la haraganería y hasta atribuía a Lobo el que su marido se perdiera por aquellos andurriales con tanta frecuencia.

Cierto es que, en lo que respecta a las cualidades que deben adornar a un perro honorable, Lobo era tan valiente como cualquier otro animal que hubiera rastreado por los bosques. Pero, ¿qué coraje puede aguantar el eterno terror de una lengua femenina, que nada perdona? En cuanto Lobo entraba en la casa, toda su pelambre caía laciamente por los costados, metía el rabo entre las piernas, se deslizaba como si fuera culpable de algún terrible crimen y con el rabillo del ojo vigilaba a la señora Van Winkle; a la menor indicación de una escoba salía disparado hacia la puerta, aullando lastimeramente.

A medida que pasaban los años, la situación se hacía cada vez más intolerable para Rip Van Winkle; el mal genio nunca mejora con la edad y la lengua es el único instrumento cuyo filo aumenta con el uso. Durante algún tiempo se consolaba, cuando debía abandonar el hogar conyugal, frecuentando una especie de club, abierto a todas horas, formado por todos los sabios, todos los filósofos, así como todas las gentes que no tenían nada que hacer. Mantenían sus sesiones en un banco, delante de una pequeña taberna, cuyo nombre derivaba de un rubicundo retrato de su Majestad Británica Jorge III. Acostumbraban sentarse a la sombra, durante los largos días de verano, hablando sobre las murmuraciones propias de una pequeña ciudad o contando larguísimas y soporíferas historias acerca de naderías. Eran dignos de los tesoros de un hombre de estado los profundos comentarios y discusiones que tenían lugar allí, cuando por casualidad algún viajero les dejaba alguna gaceta anticuada. ¡Con qué atención escuchaban a Derrick Van Bummel leerla en voz alta, arrastrando mucho las palabras! Es cierto que el lector era el dómine del lugar, hombre pequeñito, muy sabiondo y siempre cuidadosamente vestido, que no se asustaba ante la palabra más larga del diccionario. ¡Con qué sabiduría discutían los hechos públicos, varios meses después de ocurridos!

Las opiniones de esta junta de notables estaban bajo la influencia de Nicolás Vedder, patriarca de la villa y dueño de la taberna, a cuya puerta estaba siempre sentado, desde la mañana hasta la noche, moviéndose sólo lo estrictamente necesario para evitar el sol y quedar siempre bajo la protectora sombra de un árbol, con lo que los vecinos deducían la hora por su posición con tanta certidumbre como si fuera un reloj de sol. Es cierto que muy raras veces hablaba, pero en cambio fumaba continuamente su pipa. Sus discípulos (pues todo gran hombre los tiene), sin embargo, le entendían perfectamente y sabían comprender sus opiniones. Cuando se leía o se contaba algo que no era de su agrado, fumaba nerviosamente su pipa, echando frecuentes bocanadas de humo con gesto de enojo; pero cuando le gustaba, inhalaba lentamente el humo y lo lanzaba formando nubes ligeras y plácidas. A veces llegaba a sacarse la pipa de la boca, dejando que el oloroso humo girara en volutas alrededor de su nariz, inclinando la cabeza en señal de perfecto asentimiento.

Su terrible esposa logró expulsar a Rip hasta de este último reducto, pues muchas veces interrumpió la serena tranquilidad de aquella asamblea para expresar su opinión acerca de cada uno de los presentes. Ni el mismo Nicolás Vedder estaba seguro ante la audaz lengua de aquella arpía, que le acusó públicamente de fomentar la haraganería crónica de su marido.

El pobre Rip llegó así a un estado de verdadera desesperación; su única posibilidad de escapar al trabajo en su granja o a las vociferaciones de su mujer, consistía en tomar la escopeta y recorrer los bosques. Allí se sentaba, a la sombra de un árbol, compartiendo el contenido de su mochila con el pobre Lobo, que gozaba de todas sus simpatías por ser copartícipe de sus sufrimientos. «¡Pobre Lobo!», acostumbraba decir, «tu ama te hace llevar una vida de perros, pero no te preocupes, pues mientras yo viva no te ha de faltar un amigo que te ayude». Lobo  meneaba la cola, miraba cariñosamente a su amo y si los perros pueden sentir piedad, estoy plenamente convencido de que respondía con el mismo afecto a los sentimientos de su señor.

En uno de estos largos paseos, durante un bello día de otoño, Rip llegó sin darse cuenta a una de las más elevadas regiones de los Kaatskill. Se dedicaba a su pasatiempo favorito: la caza; en aquellas tranquilas soledades, el eco repetía varias veces los disparos de su escopeta. Por encontrarse cansado, se tiró, ya muy entrada la tarde, en un prado cubierto con hierbas de la montaña que terminaba en un precipicio. Desde allí podía divisar hasta gran distancia parte de las tierras bajas. A lo lejos, distinguía el señorial Hudson, que avanzaba majestuosamente, reflejando en sus ondas una nube purpúrea, o el velamen de alguna barca que se deslizaba por su superficie de cristal, para perderse luego en el azulado horizonte.

Por el otro lado se veía un estrecho valle, cuyo suelo estaba cubierto con las piedras que habían caído de la parte superior de la montaña. Los rayos del sol poniente difícilmente penetraban hasta su fondo. Durante algún tiempo, Rip observó distraído la escena; avanzaba la tarde; las montañas empezaban a arrojar sus azules sombras sobre los valles; comprendió Rip que sería completamente de noche cuando llegase a su casa y suspiró profundamente al pensar en lo que diría su mujer.

Cuando se disponía a descender, oyó una voz que lo llamaba: «¡Rip Van Winkle, Rip Van Winkle!» Miró en todas direcciones, pero no pudo descubrir a nadie. Creyó que su fantasía le había engañado y se dispuso a bajar, cuando oyó nuevamente que le llamaban: «¡Rip Van Winkle! ¡Rip Van Winkle!» Al mismo tiempo, Lobo enarcó el lomo y gruñendo se refugió al lado de su amo, mirando aterrorizado hacia el valle. Rip sintió que un miedo vago se apoderaba de él, miró ansiosamente en la misma dirección y pudo observar una extraña figura que subía lentamente por las rocas, llevando una pesada carga sobre los hombros. Se sorprendió al ver un ser humano por aquellas soledades, pero creyendo que fuera alguno de sus vecinos, necesitado de su ayuda, se apresuró a socorrerlo.

Al acercarse, se sorprendió aún más por la extraña apariencia del desconocido. Era un hombre bajo, de edad avanzada, con pelo hirsuto y barba grisácea. Vestía a la antigua usanza holandesa. Llevaba sobre los hombros un pesado barril, que parecía estar lleno de licor; hacía señales a Rip para que se acercara a ayudarle. Aunque desconfiaba algo de su nuevo amigo, Rip acudió con su prontitud habitual y, ayudándose mutuamente, ascendieron por un estrecho sendero, que era aparentemente el lecho de un seco torrente. Mientras proseguían su camino, Rip oyó algunas veces extraños ruidos, como de truenos lejanos, que parecían salir de una estrecha garganta, formada por altas rocas, hacia la cual conducía el áspero sendero que seguían. Se detuvo un momento, pero creyendo que el ruido proviniera de una de esas tormentas momentáneas tan frecuentes en las alturas, prosiguió. Pasando por la estrecha garganta, llegaron a una especie de anfiteatro, rodeado de murallas de piedra perpendiculares, por encima de las cuales se asomaban algunas ramas de árboles. Durante todo el camino, tanto Rip como su compañero habían permanecido en silencio, pues aunque el primero se admiraba de que el segundo llevase un barril de licor a aquellas alturas, había algo extraño e incomprensible en el desconocido que inspiraba respeto e impedía la familiaridad.

Al entrar en el anfiteatro, aparecieron nuevos motivos de asombro. En el centro se encontraba un grupo de extraños personajes que jugaban a los bolos. Estaban vestidos de una manera realmente extraña y anticuada, que se parecía a la del guía de Rip Van Winkle. También sus caras eran peculiares: uno tenía una cabeza larga, una cara ancha y ojillos rodeados de grasa, como los de un cerdo; la cara de otro parecía consistir exclusivamente en nariz, y llevaba sobre la cabeza un sombrero cónico, en cuya cúspide lucía una roja pluma de gallo. Todos tenían barbas de las más diversas formas y colores. Uno de ellos parecía ser el jefe. Era un caballero de edad provecta, muy alto, y cuya apariencia demostraba que había pasado mucho tiempo al aire libre. Aquel grupo le recordaba a Rip las pinturas de la antigua escuela flamenca, que colgaban en el cuarto del párroco y que habían sido traídas de Holanda, en los primeros tiempos de la colonia.

Lo que extrañaba particularmente a Rip era que aquellas gentes, aunque estaban divirtiéndose, ponían unas caras muy serias, mantenían un silencio sepulcral y formaban el más melancólico grupo de personas que Rip hubiera visto jamás.

Nada interrumpía el silencio de la escena, excepto los bolos, que cuando rodaban producían entre las montañas un ruido como de truenos.

Cuando Rip y su compañero se aproximaron, dejaron repentinamente de jugar y le observaron con una mirada tan fija, más propia de una estatua, y un aire tan extraño que el corazón se le dio vuelta y se le echaron a temblar las piernas. Su compañero vertió contenido del barril en grandes copas e hizo señas a Rip para que las repartiera entre los presentes. Obedeció asustado y temblando; los extraños personajes bebieron y continuaron su juego.

Gradualmente desapareció el miedo y la aprensión de Rip. Hasta se atrevió, cuando nadie le miraba, a probar aquella bebida, en la cual encontró el sabor de una excelente ginebra. Como era de naturaleza sedienta, pronto se sintió tentado a repetir el trago. Como no hay dos sin tres, persistió en sus besos a la copa, con tanta asiduidad que finalmente perdió el sentido, le bailaron los ojos, inclinó gradualmente la cabeza y se durmió profundamente. Cuando se despertó, encontrose otra vez en la verde pradera, desde la cual había distinguido por primera vez al extraño viejo. Se frotó los ojos. Era una mañana estival. Los pájaros saltaban entre los árboles. Un águila volaba a gran altura, aspirando el aire puro de la montaña. «Supongo», pensó Rip Van Winkle, «que no habré dormido aquí toda la noche». Recordó los extraños sucesos ocurridos antes de que empezara a dormirse: el desconocido que subía con un barril a cuestas, la garganta entre las montañas, aquel anfiteatro rodeado de rocas, el juego de bolos, la copa. «¡Oh! ¡Aquella maldita copa!», pensó Rip, «¿qué explicación le daré ahora a mi mujer?»

Buscó su escopeta, pero en lugar de su arma bien aceitada y limpia, encontró a corta distancia de donde estaba un caño enmohecido, que tenía roto el gatillo y la culata carcomida. También Lobo había desaparecido, pero era probable que se hubiera escapado detrás de una liebre. Silbó y le llamó por su nombre, pero todo fue en vano: el eco repitió el sonido, pero el can no aparecía por ninguna parte.

Se decidió a visitar el lugar de la fiesta de la noche anterior y a pedir explicaciones a sus ocasionales compañeros acerca de su escopeta y de su perro. Al levantarse, comprobó que sus articulaciones no funcionaban como siempre. «Estas montañas no me convienen», pensó Rip, «y si esta fiesta me ha de obligar a guardar cama con reumatismo, ¡vaya el escándalo que me armará mi mujer!» Tuvo muchas dificultades para caminar, pero al fin llegó al principio del sendero que la noche anterior habían seguido él y su compañero; con gran asombro suyo halló que ahora era un verdadero río montañés, que saltaba de roca en roca, formando cascadas de espuma. Intentó ascender por sus orillas, atravesando con gran trabajo los arbustos, que parecían extender ante él una red impenetrable.

Finalmente, llegó al punto donde se abría la garganta, pero no quedaban ni rastros de aquel camino. Las rocas presentaban una superficie sólida y unida, por la cual descendía el torrente formando una capa de espuma, cayendo en su lecho ancho y profundo. Aquí el pobre Rip no pudo proseguir. Otra vez silbó y llamó a su perro. Nadie le respondió. ¿Qué hacer? Avanzaba la mañana, y Rip sentía hambre, pues no había desayunado. Le dolía perder su perro y su arma; además temía encontrarse con su mujer, pero no quería morirse de hambre en las montañas. Sacudió la cabeza, se puso sobre el hombro su descabalada escopeta y con el corazón lleno de miedo y ansiedad se dirigió a su casa.

Al acercarse a la villa encontró diferentes personas, todas desconocidas, lo que le sorprendió sobremanera, pues creía conocer a todos los habitantes de aquella parte del país. También la manera como iban vestidas se diferenciaba de aquella a la cual estaba acostumbrado. Todos le miraban con iguales demostraciones de sorpresa y, en cuanto le veían, se acariciaban la barbilla. La constante repetición de este ademán indujo a Rip a hacer lo mismo, y observó entonces con gran asombro suyo que tenía una barba de casi medio metro.

Finalmente, llegó a los suburbios de la villa. Una tropa de chiquillos desconocidos corría detrás de él gritando desaforadamente y burlándose de su barba. Los perros, ninguno de los cuales parecía conocerle, ladraban a su paso. La misma villa había cambiado: era más grande y más populosa. Encontró hileras de casas que nunca había visto; además habían desaparecido muchos lugares familiares. Las puertas tenían inscripciones de nombres desconocidos; se asomaban a las ventanas caras que nunca había visto; no podía reconocer nada. La cabeza le daba vueltas, y llegó al extremo de preguntarse si él o la villa estarían embrujados. Ciertamente este era su lugar natal, del cual había salido el día anterior. Allí estaban los Kaatskill; a una cierta distancia corría el plateado Hudson; cada colina y cada valle se encontraban precisamente donde debían estar. Rip estaba profundamente perplejo. «Esas copas de anoche -pensó- me han trastornado la cabeza».

Lo costó bastante trabajo encontrar el camino hacia su casa, a la que se acercó lleno de sobresalto, esperando oír a cada momento la voz chillona de su mujer.

La casa estaba en ruinas: el techo se había desplomado; no quedaba puerta ni ventana en su sitio. Un perro famélico rondaba por allí. Como tenía un cierto parecido con Lobo, Rip le llamó por su nombre, pero el animal le mostró los dientes y siguió de largo. «¡Hasta mi mismo perro me ha olvidado!», dijo Rip con un suspiro.

Entró en la casa, que, a decir verdad, la señora Van Winkle había mantenido siempre limpia y en orden. Estaba vacía y aparentemente abandonada. Una intensa desolación se apoderó de él. Llamó a gritos a su mujer y a sus hijos. Resonó su voz en los cuartos vacíos y después reinó otra vez un silencio completo.

Echó a correr en dirección a la taberna, pero ésta también había desaparecido. En su lugar se elevaba un edificio de madera, muy amplio, de frágil apariencia, con ventanas irregularmente colocadas, sobre cuya puerta había un letrero que decía: «Hotel Unión, de Jonatán Doolitle». En lugar del árbol, bajo el cual se albergaban los ciudadanos de antaño, había ahora un gran mástil, que en la punta tenía algo que parecía ser un rojo gorro de dormir, además de una bandera, conjunto de estrellas y barras, que era completamente extraño e incomprensible. Reconoció la rubicunda cara del rey Jorge, pero también ésta había sufrido una metamorfosis singular. En lugar de la casaca roja, llevaba otra azul, tenía una espada en la mano, en lugar de un cetro y debajo del cuadro decía en grandes caracteres: general Washington.

Cerca de la puerta se encontraba un grupo de personas, pero Rip no pudo reconocer a ninguna de ellas. Parecía que hubiera cambiado hasta el carácter de la gente. Hablaban con un tono discutidor y gritón, como si estuvieran engolfados en algún asunto importante, en lugar de la acostumbrada flema y soñolienta tranquilidad de antaño. Buscó en vano al sabio Nicolás Vedder, el de la ancha cara, la doble mandíbula y la larga pipa holandesa, que acostumbraba fumar en vez de echar discursos tontos, o a Van Bummel, el maestro de escuela, que les leía en voz alta el contenido de una vieja gaceta. En lugar de aquellas gentes, a las que estaba acostumbrado, un hombre flaco, de aspecto bilioso, echaba una vehemente arenga acerca de los derechos de los ciudadanos, las elecciones, los miembros del Congreso, la libertad, los héroes del 66 y muchas otras cosas más, que para el extrañado Rip Van Winkle sonaban como si se las dijeran en chino.

La aparición de Rip Van Winkle con su larga barba gris, su herrumbrosa escopeta, su traje desarreglado, y una procesión de mujeres y de chiquillos detrás de él, pronto atrajo la atención de aquellos políticos de taberna. Se agruparon a su alrededor, observándole de pies a cabeza con gran curiosidad. El orador se apoderó de él y, llevándole aparte, le preguntó por quién iba a votar. Rip le echó una mirada estúpida por lo inexpresiva. Otro hombrecillo, que se movía ágilmente como una ardilla, le arrastró por el brazo y, poniéndose en puntas de pies, le preguntó al oído si era federal o demócrata. Rip se encontró igualmente imposibilitado de responder a esa pregunta, pues no la entendía tampoco. Un anciano caballero, que se daba mucha importancia, se abrió paso a través de la multitud, apartándola a derecha e izquierda con sus codos, se plantó delante de Van Winkle, y con una mirada que parecía querer penetrarle hasta el fondo del alma, le preguntó en tono austero cómo se le ocurría venir a una elección portando armas, con una muchedumbre detrás de él y si era su intención armar un escándalo en la villa.

-Ay, señores -dijo Rip algo asustado-. Yo soy hombre de paz, nacido en esta villa y fiel súbdito de nuestro señor, el rey Jorge, a quien Dios guarde.

Los circunstantes estallaron en exclamaciones: «¡Un espía! ¡Un refugiado! ¡Fuera con él!» Con gran dificultad, aquel anciano caballero, que se daba tanto pisto, logró restablecer el orden. Con un fruncimiento de cejas, que indicaba una austeridad diez veces mayor, preguntó a aquel malhechor desconocido a qué había venido allí y qué buscaba. El pobre Rip aseguró humildemente que no tenía ninguna mala intención y que venía a buscar algunos de sus vecinos que acostumbraban frecuentar la taberna.

-¿Quiénes son? Nómbrelos.

Rip pensó un momento y luego preguntó por Nicolás Vedder.

Reinó silencio durante un momento, interrumpido finalmente por un anciano, que con voz quebradiza exclamó: «¿Nicolás Vedder? Murió hace dieciocho años. Hasta hace poco tiempo todavía quedaba en el cementerio una tabla con su nombre, pero ya ha desaparecido».

-¿Dónde está Brom Dutcher?

-Ese ingresó en el ejército, al principio de la guerra; algunos dicen que fue muerto durante el ataque a Stony Point; otros que se ahogó durante una tempestad. De todas maneras, nunca volvió.

-¿Dónde está Van Bummel, el maestro de escuela?

-También se fue a la guerra. Ahora forma parte del Congreso.

Al pobre Rip se le subía el corazón a la boca al oír todos estos tristes cambios, experimentados por su familia y sus amigos. Se encontraba solo en el mundo. Todas las respuestas le asombraban por referirse a tan enormes espacios de tiempo y a cosas que no podía entender: la guerra, Stony Point, el Congreso. Ya no tenía valor para preguntar acerca de sus amigos, sino que gritó desesperado:

-¿No conoce nadie aquí a Rip Van Winkle?

-¡Oh!, ¡Rip Van Winkle! -exclamaron algunos-; claro, Rip Van Winkle está allí apoyado en un árbol.

Rip miró y vio una reproducción exacta de sí mismo cuando se fue a las montañas. Por lo que se veía, seguía siendo tan haragán como siempre y su desastrado traje no había cambiado nada. El pobre Rip estaba completamente confundido. Dudaba de su propia identidad y no sabía si él era él o cualquier otra persona. En medio de su confusión, oyó que el anciano caballero le preguntaba su nombre.

-¡Sólo Dios lo sabe! -exclamó sin saber ya qué pensar ni qué decir-. Yo no soy yo. Yo soy otro. Es decir, yo estoy allí. No, es otro que se ha metido en mis zapatos. Hasta anoche, yo era yo, pero me dormí en las montañas y me cambiaron hasta la escopeta. Quiero decir, todo ha cambiado. Yo he cambiado y no puedo decir quién soy ni cómo me llamo.

Los circunstantes empezaron a mirarse los unos a los otros y a hacer girar los dedos sobre las sienes. En voz baja, se dijeron que era mejor sacarle la escopeta para evitar que hiciera algún disparate, al oír lo cual el anciano caballero, que se creía muy importante, retirose con cierta precipitación. En este momento crítico, una mujer que acababa de llegar se abrió paso a través de la muchedumbre, para poder observar a Rip. Tenía en los brazos un chiquillo de cara redonda, que, al verle, comenzó a gritar. «¡Vamos, Rip! -exclamó ella-, ¡tonto!, ese hombre no te va a hacer daño! El nombre del niño, el aspecto de la madre, el tono de su voz, todo despertó en Rip numerosos recuerdos.

-¿Cómo se llama usted, buena mujer? -le preguntó.

-Judit Gardenier.

-¿Cómo se llamaba su padre?

-Rip Van Winkle, ¡pobre hombre! Hace veinte años que desapareció en las montañas con su escopeta y desde entonces nadie ha sabido más de él. Su perro volvió solo a casa. No sabemos si se mató o si se lo llevaron los indios. Yo era entonces muy pequeña.

A Rip le quedaba tan sólo una pregunta por hacer, la que formuló con voz temblorosa:

-¿Dónde está ahora su madre?

-Murió hace muy poco tiempo. Sufrió un ataque consecuencia de una discusión que tuvo con un vendedor ambulante que venía de Nueva Inglaterra.

Por lo menos con esto oía algo reconfortante. El honrado Rip no pudo contenerse más tiempo. Abrazó a su hija y a su nieto.

-Yo soy tu padre. ¿No conoce aquí nadie al viejo Rip Van Winkle?



Todos se quedaron asombrados, hasta que una anciana salió de entre la multitud con paso tembloroso y, poniéndose la mano delante de los ojos, para ver mejor, exclamó: «¡Claro!, es Rip Van Winkle. ¡Es el mismo! Bienvenido, vecino. ¿Dónde has estado todos estos años?»

Rip acabó pronto de contar su historia, pues para él aquellos veinte años se reducían a una sola noche. Los vecinos se asombraron al oírle referir tan extraña historia; algunos se hicieron mutuamente señas; el anciano caballero que se creía importante y que había vuelto en cuanto pasó la alarma, sacudió la caza, al ver lo cual toda la asamblea hizo lo mismo.

Se decidió preguntar la opinión del viejo Pedro Venderdonk, a quien vieron venir lentamente por el camino. Descendía del historiador del mismo nombre, que escribió una de las primeras crónicas de la provincia. Era él el habitante más viejo de la villa; estaba versado en todos los sucesos maravillosos y tradiciones de la vecindad. Reconoció a Rip enseguida y corroboró su historia de la manera más satisfactoria. Aseguró a los presentes que era un hecho, transmitido de padres a hijos, que los Kaatskill habían sido siempre refugio de extraños seres. Se afirmaba que el gran Hendrick Hudson, el descubridor del país y de la comarca, mantenía allí una especie de vigilancia, visitando la región cada veinte años y vigilando el río y la gran ciudad que llevaba su nombre. El padre de Vanderdonk los había visto una vez, en sus antiguos trajes holandeses, jugando a los bolos, en un rincón de la montaña; él mismo había oído una vez durante el verano el ruido de sus juegos, que sonaban como truenos lejanos. Los circunstantes se dispersaron y volvieron a la elección, que era más importante. La hija de Rip le llevó a su casa a vivir con ella: habitaba un elegante chalet bien amueblado que compartía con su marido, un hacendado enérgico y optimista, a quien Rip reconoció como uno de los chiquillos que acostumbraban jugar con él. En lo que respecta al hijo y heredero de Rip, que era la misma estampa de su padre, y que éste había visto apoyado en un árbol, se decidió emplearlo en trabajar la hacienda, pero demostró una predisposición hereditaria a preocuparse de sus propios asuntos.

Rip reanudó sus viejos paseos y costumbres; pronto encontró muchos de sus antiguos compañeros, aunque el tiempo no los había hecho mejores, por lo cual nuestro personaje prefería hacerse amistades entre la joven generación, que pronto le consideró uno de sus favoritos.

No teniendo nada que hacer en casa, y habiendo llegado a aquella feliz edad en que un hombre puede impunemente dedicarse a la holgazanería, ocupó una vez más su lugar en el banco de la taberna, donde se le reverenciaba como uno de los patriarcas de la villa y una crónica viviente de los viejos tiempos «antes de la guerra». Pasó algún tiempo antes de que pudiera encontrar el método actual de murmuración o pudiera comprender los extraños hechos que habían ocurrido durante su sueño: la guerra, la liberación del yugo de Gran Bretaña y la circunstancia de que ahora, en vez de ser un súbdito de su majestad Jorge III, era un libre ciudadano de los Estados Unidos. Rip no era ningún político; las transformaciones de los Estados y de los imperios le hacían muy poca impresión; había una especie de despotismo bajo el cual había gemido durante muchos años: la dictadura de las faldas. Felizmente, eso había terminado, había logrado sacudir el yugo del matrimonio, y podría entrar y salir sin temor a la tiranía de la señora Van Winkle. Cuando se mencionaba su nombre, sin embargo, meneaba la cabeza, se encogía de hombros y bajaba la vista, lo que podía pasar por una expresión de resignación ante su suerte o de alegría por su liberación.

Acostumbraba contar su historia a todos los extraños que llegaban al hotel de Doolittle. Al principio, algunos oyentes observaron que variaba en diversos puntos, lo que se debía indudablemente a que acababa de despertarse. Finalmente llegó a contarla exactamente cómo yo lo he relatado aquí; todo hombre, mujer o niño de la vecindad la conocía ya de memoria. Algunos pretendían dudar de la realidad de la narración e insistían en que Rip había estado loco. Sin embargo, casi todos los viejos habitantes holandeses de la villa le daban entero crédito. Hoy mismo, en cuanto oyen truenos, en una tarde de verano, alrededor de los Kaatskill, dicen que Hendrick Hudson y su tripulación están dedicados a jugar a los bolos; en la vecindad, cuando un marido a quien le ha tocado una mujer demasiado dominadora siente lo pesado de su situación, desea beber un buen trago de la misma copa de Rip Van Winkle.


 Nota

Es de sospechar que el relato anterior haya sido sugerido al señor Knickerbocker por una superstición alemana acerca del emperador Federico Barbarroja y las montañas de Kiffhäuser. Sin embargo, la nota agregada a este relato demuestra que es un hecho referido con su usual fidelidad: 

«La historia de Rip Van Winkle puede parecer increíble a muchos, a pesar de lo cual la creo verdadera en todos sus puntos, pues nuestras colonias holandesas han sido siempre escenario de hechos y apariciones maravillosas. Yo mismo he escuchado historias más extraordinarias que ésta en las villas situadas a lo largo del Hudson, todas las cuales eran tan auténticas que no admitían la más mínima duda. Yo mismo he hablado con Rip Van Winkle, quien, cuando le vi por última vez, era un venerable anciano, tan perfectamente lógico y consistente en todos los puntos, que no puedo suponer que ninguna persona consciente pudiera negarse a creerle. He visto un certificado del juzgado de paz sobre esta materia, firmado con una cruz, en la propia caligrafía del juez. Por consiguiente, la historia está fuera de toda duda.

D. K.»


Postdata

En lo que sigue transcribimos algunas notas de viaje del señor Knickerbocker:

«Las montañas Kaatsberg o Catskill, como se llaman ahora, han sido siempre una región legendaria. Los indios creían que allí moraban los espíritus que reinan sobre el tiempo, que esparcen las nubes o los rayos del sol, y que conceden abundantes o escasas estaciones de caza. Estaban sometidos a un viejo espíritu femenino, que, según ellos, era su madre. Esa mujer se aposentaba en el pico más alto de los Catskill, desde donde abría y cerraba las puertas del día y de la noche, siempre a la hora conveniente. Suspendía la luna nueva en los cielos y transformaba las otras en estrellas. En los tiempos de sequía, si los sacrificios que se le ofrecían eran de su agrado, hilaba ligeras nubes de verano, con telas de araña y rocío de la mañana y las mandaba a las crestas de las montañas, copo por copo, como si fuera algodón cardado, flotando en el aire, hasta que, disolviéndose por el calor del sol, descendían a la tierra en suaves lluvias, que hacían renacer los pastos, madurar los frutos y crecer rápidamente el maíz. Si, por el contrario, las ofrendas no le placían, soplaba nubes negras como la tinta, sentándose en medio de ellas, como una araña en medio de su red, y cuando estas nubes descendían, ¡ay de los valles!

»En tiempos antiguos vivía una especie de Manitú o espíritu que tenía su morada en lo más recóndito de los Catskill y que se complacía en hacer toda clase de males a los pieles rojas. Algunas veces tomaba la forma de un oso, una pantera, o un ciervo, y conducía al extrañado cazador por intrincados bosques o entre peñascales, hasta que el piel roja se encontraba al borde de un precipicio o de un impetuoso torrente.

»El escondite favorito de este Manitú se muestra todavía hoy al excursionista curioso. Es una gran roca, que por la vegetación silvestre que la adorna se llama el Jardín Rocoso. Cerca se encuentra un pequeño lago. Los indios respetaban mucho este lugar, tanto que el más audaz cazador no perseguía su presa hasta allí. Sin embargo, uno, perdido en las montañas, penetró una vez en él, donde recogió un bejuco de los que crecían en aquel lugar. En su prisa por abandonar el paraje, lo dejó caer entre las rocas, donde se formó un gran río que le arrastró entre precipicios, deshaciéndole en pedazos y abriéndose camino hasta el Hudson, hacia el cual va fluyendo hasta el día de hoy. Trátase del mismo río que se conoce con el nombre de Kaaters-kill.»

FIN

martes, 28 de enero de 2014

DUST BOWL



Como si de una plaga veterotestamentaria se tratara, el Medio Oeste de los Estados Unidos se vio afectado durante los años de la Gran Depresión por una serie de calamidades que obligaron a miles de familias campesinas a abandonar sus granjas y emigrar a la entonces tierra prometida de California. Esta es la conocida historia que cuenta la célebre novela de John Steimbeck, Las uvas de la ira y que John Ford puso en imágenes de celuloide. Pero también es la historia que Woody Guthrie narró musicalmente y en primera persona en el disco Dust bowld ballads. Guthrie nació 1912 en Okemah, Oklahoma, el estado que se hizo célebre por ser el que más materia humana aportó a la marea de hambrientos que cogieron camino de California en esta peregrinación. Tal es así que a estos inmigrantes que cambiaron la “cuenca del polvo” por la “cuenca de la fruta” se les llamó para siempre okies, vinieran de donde vinieran. Woody Guthrie fue uno de ellos.

Dust Bowl (El fenómeno de los años 1930 conocido como Dust Bowl (literalmente, 'Cuenco de Polvo') fue uno de los peores desastres ecológicos del siglo XX. La sequía afectó a las llanuras y praderas que se extienden desde el Golfo de México hasta Canadá. La sequía se prolongó al menos entre 1932 y 1939, y fue precedida por un largo periodo de precipitaciones por encima de la media. El efecto dust bowl fue provocado por condiciones persistentes de sequía, favorecidas por años de prácticas de manejo del suelo que dejaron al mismo susceptible a la acción de las fuerzas del viento. El suelo, despojado de humedad, era levantado por el viento en grandes nubes de polvo y arena tan espesas que escondían el sol. Estos días recibían la denominación de «ventiscas negras» o «viento negro». El Dust Bowl multiplicó los efectos de la Gran Depresión en la región y provocó el mayor desplazamiento de población habido en un corto espacio de tiempo en la historia de Estados Unidos. Tres millones de habitantes dejaron sus granjas durante la década de 1930, y más de medio millón emigró a otros estados, especialmente hacia el oeste)

El drama humano que se esconde detrás del fenómeno dust bowl transformó esta manifestación meteorológica y su principal ingrediente, el polvo levantado por el viento, polvo que lo sepultaba todo, polvo que oscurecía el sol trayendo la noche durante días, polvo que enterraba casas, coches, animales, campos; en el símbolo de la diáspora de los okies: “I’m going where’s no depression, to the lovely land that’s free from care”. El polvo de las tormentas de arena, pero también el polvo del camino del exilio y el polvo de los campos de refugiados en una tierra prometida que no pudo, o tal vez no quiso, acogerlos a todos, fue su inseparable compañero de fatigas.

En Las Uvas de la ira de Steinbeck/Ford la tormenta de arena y el polvo están presentes como una negra premonición de los malos tiempos que se avecinan para los granjeros acosados por la sequía, las malas cosechas y las deudas con los bancos; sin embargo, en las baladas de Guthrie dedicadas al Dust Bowl el polvo es un símbolo omnipresente que resume íntegramente la condición del wanderer worker; el propio Guthrie se autodefinía como “the dustiest of the dust bowlers”. Al contrario que en la Biblia, la emigración no será un camino gozoso de regreso a la tierra patria, sino un arriesgado viaje hacia una incierta tierra prometida.

Estas tres obras artísticas están enlazadas entre sí con continuas remitencias de una a otra. Guthrie escribió o cantó esas canciones a los largo de los años 30, antes durante y después de la publicación/proyección de The grapes of wrath. Steimbeck se ilustró con su figura y sus historias cantadas y después el propio Woody escribió algunas canciones inspiradas por la lectura de la novela y el visionado de la película (de la que hizo una reseña en el Daily Worker). Sirvan como ejemplo su retrato de Tom Joad en la canción del mismo nombre o la historia del martirio del predicador Casey, reconvertido en azote del explotador sin escrúpulos, en Vigilante man. La sesión de grabación de Dust Bowl Ballads se llevó a cabo en New York el 26 de abril de 1940, el disco se publicó a principios de julio. Las tres obras se difundieron prácticamente a la par.

No podemos olvidar tampoco, en este repaso del reflejo artístico de la depresión en el medio rural de los Estados Unidos, el trabajo de los fotógrafos del programa fotográfico de la Farm Security Administration. Roosevelt quiso que una parte de la partida presupuestaria destinada a paliar la miseria en el campo en el contexto del New Deal sirviera para que algunos de los mejores fotógrafos americanos de la época documentaran un modo de vida destinado a desaparecer, al mismo tiempo que se justificaba el dinero gastado en paliar la miseria campesina y la construcción de campos de acogida mínimamente decentes para los hambrientos que buscaban trabajo mediante la difusión masiva de las imágenes del desatre. El resultado fue tan interesante y válido desde el punto de vista artístico que tiene hoy lugar asegurado en cualquier Historia del Arte del Siglo XX.


jueves, 16 de enero de 2014

CINE DE TERROR JAPONÉS


Japón, uno de los lugares que más tiene diversos tipos de Leyendas Urbanas y Fantasmas, principalmente. Lo que hace más atractivo al Cine de Terror Japonés es su sencillez; siempre cuenta con una historia original. El cine de terror japonés se conoce como J- Horror, y se centra en el terror psicológico, usando elementos como fantasmas que son por lo general mujeres vestidas de blanco, con el rostro cubierto por su cabello dejando desconcierto sobre las características de su rostro causando miedo.Los japoneses usualmente retratan a los yūrei vestidos en trajes de funerales con pelo largo y oscuro. Originalmente los yūrei se representaban en el arte y teatro como personas normales, pero su estilo cambió en el siglo XVIII. Desde entonces, los fantasmas tienen esa apariencia espectral. Por alguna razón, los yūrei normalmente son personajes femeninos.

Los yūrei tienden a atormentar a una persona en específico, o estar en un lugar específico. Ya que los yūrei tienen una razón en específico por la cual siguen en este mundo, no atacan a otras personas que no se relacionen con ellos. En La historia de Okiku por ejemplo, la desesperación de Okiku por la falsa acusación es tan grande que no es capaz de descansar, aunque no haya sido su culpa.

Existen otras características que distinguen al horror japonés:
  • El universo es gobernado por reglas
  • Estas reglas están más allá de la comprensión humana
  • La sociedad moderna no ofrece protección de los espíritus y fantasmas (noten cómo en algunas películas los personajes utilizan recursos tecnológicos como en el caso de Sadako)
  • Perseverancia frente a la destrucción inminente
  • Escenarios con agua (a los fantasmas se les asocia con el agua)
  • El impacto de las películas de terror japonesas en el mundo


Básicamente, el Boom del cine de terror japonés y asiático comenzó con Ringu (El aro Original) , ya que da inicio principalmente el concepto en las películas. Hideo Nakata, director de la película Ringu de 1998 es quien directamente hizo propagación internacional de la maldición de Sadako y del cine de terror japonés. Nadie podía predecir que esta adaptación cinematográfica de la novela de Koji Suzuki sobre la cinta maldita pudiera llegar a alcanzar el éxito y reconocimiento que ha conseguido en todo el mundo. Nacido en Okayama, Japón, el 19 de Julio de 1961, Hideo Nakata, admirador de clásicos como Suspiria y La Profecía, se ha convertido en uno de los directores japoneses de mayor repercusión internacional y cuenta en su filmografía con éxitos como: The Ring (1998), The Ring 2 (1999), Ghost Actress (1996), Chaos (1999), un documental sobre Masaro Konuma bajo el titulo Sadistic y Mosochistic (2000), Dark Water (2002) y Last Scene (2002). Ringu con un presupuesto de tan solo 1,4 millones de dólares, obtuvo premios en festivales como el de Sitges y el de Bruselas. Ringu tuvo su remake (Cómo no era de esperarse) en e 2002.

Otra cinta de terror muy conocida en todo el mundo es Ju-on: The Grudge del director japonés Takashi Shimizu, estrenada en 2003. Está película fue reconocida mundialmente, llegando a muchos países alrededor del mundo. La película fue estrenada en Japón el 25 de enero de 2003 y ha engendrado varias secuelas y un remake estadounidense titulado The Grudge que fue estrenado en el año 2004. La película está basada en una leyenda sobre la típica casa embrujada japonesa. Se dice en Japón que cuando alguien muere en una pena o rabia extrema, la emoción permanece y puede dejar una mancha en ese lugar. La muerte se convierte en una parte de ese lugar, matando todo lo que toca. Una vez que te vea, nunca te dejara huir. En el año 2004, Sony Pictures Entertainment estreno un remake estadounidense de la película, fue dirigida por Takashi Shimizu y estelarizada por Sarah Michelle Gellar y Jason Behr. El argumento principal del filme siguió la experiencia de Rika (en el caso norteamericano, el nombre de Rika fue cambiado por Karen) dentro de la casa.

A continuación un repaso de las que me gustaron a mi:

KAIRO


A finales del siglo XX, la decadencia del género de terror del cine americano era un hecho irresoluble. Los derroches de sangre y efectos especiales con que intentaban sustituir la falta absoluta de imaginación y creatividad habían perdido la ideología neta del terror: provocar miedo en el espectador. En 1998 apareció The Ring (Ringu) de Hideo Nakata, con la escena de terror más escalofriante de la última década y que combinaba certeramente el clásico fantasma con la tecnología. Siguiendo este camino aparece en 2001 Kairo, de Kiyoshi Kurosawa, un prestigioso director japonés. 

Si en Ringu el vídeo equivalía a la muerte, en Kairo se da un nuevo giro: en este caso, la vía de entrada son los ordenadores, tan presentes en la vida cotidiana de Japón como el vídeo. A través de Internet, una misteriosa página web abre una puerta a los fantasmas. El retrato de la sociedad juvenil japonesa es desolador: solitarios con la única compañía del PC, sin apenas relaciones familiares, casi sin amigos. Un terreno abonado para ser atrapados por el Más Allá. Como en Ringu, tampoco en Kairo hay apenas sangre: las escenas más impactantes corresponden a sombras, o siluetas inmóviles que acechan, inquietantes imágenes de pesadilla espiando desde la pantalla del ordenador. En una sociedad donde se ha llegado al aislamiento, la inmensa red global que es Internet convertida en vector de una epidemia mortal sólo puede conducir al cataclismo. 

Superior a la obra de Nakata en cuanto a la perfección del montaje y a la fotografía, Kairo se ha visto catapultada desde su estreno al submundo de las copias por Internet, lo que no deja de ser paradójico. Ganó el premio de la crítica en Sitges, “por el tratamiento innovador a una clásica historia de fantasmas”, y a pesar de su evidente calidad, pareció desaparecer. El mayor reproche que se le hace a esta película es la falta de explicaciones de su argumento. Se ha llegado a decir que podría ser una película perfecta... de no ser porque no se entiende casi nada, algo excesivo. La historia se sigue sin dificultad, pero sin la explicación detallada, a lo Agatha Christie, tan típica del cine norteamericano –fuente de muchos goces y también de la mayoría de los defectos–. El espectador actual está tan habituado a la técnica, estilo y lenguaje visuales americanos que le resulta difícil desprenderse de los estereotipos: es un hábito esperar en cada película lo que da la generalidad de los filmes USA. El espectador medio no está acostumbrado a hacer concesiones, ni a estimular la imaginación: los esfuerzos de atención resultan desacostumbrados; nos hemos vuelto vagos. El cine americano ha acostumbrado a los espectadores a contemplar pasivamente la pantalla, sin finales “abiertos” que demanden al espectador imaginación y creatividad: un espectador habituado a películas “mascadas”, autómatas que miran pero no tienen costumbre ya de “ver”. 

Quizá por eso pueda costar comprender la joya que es Kairo, narrada con estilo oriental, detallada y metódica, donde no nos dan explicaciones acerca de lo que sucede, por la sencilla razón de que no la hay: sucede porque sí. Por la misma inmutable razón por la cual suceden los cataclismos o las devastadoras tormentas; porque la vida es así: impredecible y, a menudo, inexplicable. 

Kairo supone un cambio en el lenguaje y estilo narrativos, planteando una situación anómala sin explicación ulterior, y dejando un final abierto a distintas posibilidades y razonamientos. El espectador se convierte en testigo de un Apocalipsis espectral, provocado no por un virus ni por una explosión nuclear (aunque con elementos de ambas, como después veremos), sino por la invasión de fantasmas que tienen como puerta de entrada el ciberespacio. El motivo por el que esto sucede no lo conocen los personajes, luego nosotros tampoco. Son jóvenes que viven solos, sin apenas contacto familiar, a menudo sin amigos, y esa soledad intrínseca parece provocar la invasión, posibilitando que el mundo de los fantasmas –la soledad absoluta– pueda acceder al mundo de los vivos. A medida que avanza la película, esa soledad se va extendiendo como una marea negra por todas partes: las calles, las tiendas, la Universidad. Algunos personajes manejan algunas teorías acerca del motivo de la invasión de fantasmas –y ciertamente, la que un joven estudiante de informática propone puede resultar muy válida–. También se podría entender la soledad intrínseca de la sociedad japonesa con el peligro a que esa condición le hace vulnerable. Pero asimismo hay indicios que recuerdan la progresión de los virus: “el contagio” a través de la red, las habitaciones clausuradas selladas con cinta roja –que parece evocar las cruces rojas que se pintaban en la puerta de las casas de los enfermos de peste bubónica en la Edad Media- y la siniestra mancha oscura, de ceniza, que dejan las víctimas en la pared, relacionado con los cataclismos nucleares. Se conjugan, pues, factores de lo que la mentalidad mundial considera los dos grandes peligros para la supervivencia: los virus y la amenaza nuclear. Y esto es posible en cuanto la sociedad en que vivimos vaya deteriorándose, perdiendo sus valores más tradicionales. En toda la filmografía de Kiyoshi Kurosawa hay una clara intención de denuncia de una sociedad peligrosamente alienada, solitaria, enferma, abocada a la destrucción (veáse Cure, Kourei). Una realidad incómoda que se conoce a nivel mundial por las epidemias de suicidios que aparecen esporádicamente en las noticias –reflejada, por otro lado, en la singular Suicide Club (2002), de Sono Sion–.

La fotografía, por otra parte, es soberbia, reflejando la desolación de esa sociedad en los tintes sombríos y grises que predominan; no hay apenas resplandor, sino sombras, siluetas espectrales, inquietantes, que se mueven de manera aterradora; se maneja más el recurso sutil de la insinuación que el primer plano. La inveterada costumbre del cine de terror americano de mostrar de forma nítida a los fantasmas hace que sea prácticamente imposible asustarse de verdad, de manera que los sugestivos espectros de Kairo asustan al espectador, como en los viejos tiempos, como la figura de la señorita Jessel, inmóvil en el bosque en ¡Suspense!  de Jack Clayton, o el sonido de la pelotita cayendo por las escaleras en Al final de la escalera (1979, Peter Medak). Algo semejante sucede con Kairo, pudiendo afirmarse que hay un antes y un después en la concepción de los fantasmas “terroríficos”. Provoca mucho más inquietud la silueta inmóvil en la pared, que acecha al protagonista en una habitación de una fábrica abandonada, que los excesos de maquillaje de Freddy Krueger, cuchillas en mano. 

No hay efectos especiales excesivos en estos fantasmas. Lo que aterra en ellos, y quédense con ese detalle, son los movimientos. Uno de los elementos más aterradores de Sadako en la antológica escena final de Ringu son sus movimientos. En las secuencias de Kairo, los fantasmas se mueven con lentitud, con rigidez... se adivina que no están vivos. El elemento sobrenatural está implícito en cada uno de los gestos.

NOROI


Noroi: The Curse (ノロイ Noroi), es una película de Terror Japonés y se forma de un Falso Documental. La película es inusualmente larga y compleja para el género J-Horror, que abarca más de dos horas y con un reparto principal de más de veinticinco personajes.

La película comienza en una sala de edición de vídeo, donde una voz en off describe brevemente a Masafumi Kobayashi, un experto en lo paranormal que produjo una serie de libros y películas sobre la actividad sobrenatural en todo Japón. La película comienza con la investigación de Kobayashi sobre una mujer llamada Junko Ishii y su hijo sin nombre, que llegan cuando Kobayashi fue contactado por una vecina. Poco después de la primera visita de Kobayashi, Ishii se muda fuera de la ciudad, y los vecinos que tuvieron contacto con Kobayashi mueren en un accidente de coche. Ishii no es vista o mencionada hasta el desenlace de la película.

La primera mitad de la película que se muestra a continuación, se despliega una serie de constantes eventos sin relación aparente, entre ellas la desaparición de una niña psíquica, un programa de televisión sobre casos paranormales, un suicidio en masa , donde los participantes se cuelgan de cuerdas anudadas de manera similar, y muchos extraños sucesos más. La multitud de acontecimientos no parece tener ninguna similitud entre sí, hasta que la segunda parte de la película comienza. Aquí, se hace evidente que todos los eventos están relacionados con una entidad misteriosa conocida como Kagutaba.

la búsqueda de Kobayashi para encontrar la verdad lo lleva a un área regional de Nagano, donde muchos años antes era ciudad muy religiosa. La ciudad llevó a cabo una ritual demoníaco para contener Kagutaba, hasta que fue demolido para construir una represa.

Mientras que la película llega a su fin, la relación de cada personaje con Kagutaba se hace evidente, y las historias individuales y muchos hilos narrativos señalan a una conclusión climática única. Fiel al lema de la película, todo el mundo muere, la mayor parte del elenco principal muere por la conclusión de la película. Después de que la película de Kobayashi se termina, volvemos a la sala de edición de vídeo, donde continúa la voz en off diciendo que Kobayashi y su familia murieron en un incendio pocos días después de los acontecimientos de la película. Además, varios otros personajes han muerto en extrañas e inexplicables maneras, incluyendo a Hiro, un psíquico que fue encontrado en un conducto de ventilación.

La voz en off anuncia después que el video de la cámara de Kobayashi fue enviado de forma anónima a un canal de televisión, y este material se reproduce. En este se ve a Kobayashi y su esposa cenando con el hijo de Junko Ishii (a quien adoptaron), cuyo nombre aún se desconoce. Después de una serie de circunstancias más oído que visto (por el movimiento desconcertante de la cámara), la cámara se estabiliza en mostrar a la esposa de Kobayashi, al parecer bajo la maldición o posesión, casualmente a se prende fuego a si misma, y el hijo de Junko Ishii sale de la habitación junto con Hiro, quien había escapado de la institución en donde estaba internado.

La voz en off anuncia entonces que la esposa de Kobayashi fue encontrada quemada abajo de los restos, pero tampoco Kobayashi ni el misterioso muchacho se han visto. La película termina ambiguamente aquí, con un clip corto de la película con enfriamiento de clímax mostrando aparentemente a Kana rodeada de lo que parecen ser bebés caminando encima de ella, seguido de inmediato por los créditos.

La película está filmada en su totalidad con una cámara DV, para simular la sensación de documentales realizados en el hogar y para ahorrar espacio en el presupuesto para la comercialización. Aun así la película tuvo una gran cantidad de publicidad atípica a pesar de su presupuesto y género.

JU-ON


La historia de Ju-on es complicada. Primero se lanzó como v-cinema, que no es otra cosa que el mercado de video japones. Constaba de dos partes: Ju-on (Ju-on: The Curse) y Ju-on 2 (Ju-on: The Curse 2) ambas del 2000. Fue tal su éxito, que se convirtió en obra de culto. Visto el exito, se preparó la version cinematográfica que es la que nos ocupa, dirigida al igual que las ediciones para video por el mismo director, Takashi Shimizu.

Es la maldición del que muere presa de la rabia. Ésta se concentra y actúa en los lugares donde vivió la persona. Los que la encuentran mueren y nace una nueva maldición.
Rika es una joven que encuentra trabajo cuidando de una anciana que vive en una casa en la que suceden cosas muy extrañas. Un día Rika se encuentra en el piso de arriba de la casa a un niño de seis años que lleva un gato negro en los brazos...

CRITICA: Si alguien hiciera una lista de las mejores películas de terror de la década y no incluyera en ella a Ju-On, automáticamente desaparezcan de ese sitio lo mas pronto posible porque esa persona no sabe ni lo que come, así de claro es el hecho irrefutable de que esta película es una de las mejores cintas de terror de todos los tiempos, una saga que junto a Ringu se podría decir que abrió un mercado para que el cine Asiático se globalizara y llegara a Occidente, al menos para el género del terror. Para los que no lo sepan, Ju-On: The Grudge es en realidad la tercera entrega de la saga, habían salido 2 películas antes en el año 2000 tituladas Ju-On: The Curse 1 y 2 que salieron directamente para la TV y luego en DVD con la supervisión de Kurosawa (Retribution, Pulse…) e Hiroshi Takahashi.

Es difícil encontrar películas que den miedo, se pueden contar con el dedo de una mano las películas que dan miedo de verdad, El Exorcista, Shutter, Alien (¿)…..muy pocas que recuerde ahora mismo y entre ellas podríamos poner a este film. Ju-On: The Grudge es casi perfecta porque todos los apartados van de la mano para que uno se coma las uñas durante todo el metraje, vamos por parte.

La ambientación que Kurosawa le impregna a la película es de libro, como el juego de luces, la escenografía, la fotografía, toda esa atmosfera a media luz la hace propicia para ver unas buenas escenas de terror, ya desde los estético la película te predispone a ponerte los pelos de punta pero en el tema de los sustos, ahí Shimizu se recibe como un maestro. No solo utiliza el recurso básico de apariciones rápidas y sonidos estruendosos, un recurso muy utilizado en el genero, sino que también utiliza el terror visual, el terror sutil, lentas secuencias que causan el mismo impacto que un sonido estruendoso en el momento indicado, Shimizu sabe manejar como un maestro cualquier recurso imaginable para provocar terror y todas las escenas postumas son de gran calidad. El apartado sonoro no podía quedar afuera, las melodías de fondo adornando cada una de las inquietantes escenas es espectacular, siempre pongo hincapié en este apartado, muchas veces se lo deja de lado o no se le da tanta importancia pero es importantísimo una buena melodía en el momento justo en cualquier género.

La guion es un tanto particular, es lo único que no está a la altura del resto y no porque este mal escrito sino porque no tiene un principio y un fin contundente, la película esta dividida en pequeños segmentos que nos muestran a los diferentes personajes, todas terminan igual, siendo víctimas de una u otra forma de Kayako y Toshio, esto convierte Ju-On en más bien un compendio de sustos uno atrás de otro sin siquiera dejarnos respirar o agarrar un pochoclo, eso esta bueno porque el ritmo es trepidante pero la historia no es nada del otro mundo, este seria el único defecto pero de todas formas no es determinante para bajarle demasiado la nota porque en definitiva logra algo que muy pocos films han podido, dar miedo con escenas que se quedan en la retina.