Ya sólo el nombre del país resulta curioso. Recuerda a los Syldavia y Borduria de las aventuras de Tintín, a la patria de Tom Hanks en La Terminal, Krakozhia, o al reino de Ruritania, donde se desarrolla El prisionero de Zenda.
Pero a diferencia de todos ellos, Transnistria existe realmente. Se trata de una estrecha franja de territorio moldavo situada entre el Río Dniester (de ahí el nombre) y la frontera con Ucrania. Tiene poco más de 4.000 kilómetros cuadrados (más o menos el tamaño de la provincia de Pontevedra) y en él viven unos 550.000 habitantes transnistrios. Su nombre oficial en ruso es Pridnestrovie, o Pridnestrovskaya Moldavskaya Republika, República Moldava de Transnistria. La capital es Tiraspol, ciudad de unos 150.000 habitantes. La principal institución de Transnistria es el Soviet Supremo. Sí, habéis leído bien, el Soviet Supremo. Es la única República Soviética superviviente tras la caida de la URSS en 1991. Resiste como un Estado independiente de facto, pese a que es unánimemente reconocida como una provincia de Moldavia, gracias a la protección que le brinda Rusia.
El problema transnistrio es, como en muchos otros casos, de origen étnico. La mayor parte de la población moldava es rumana (de hecho, Moldavia fue parte de Rumanía hasta 1940), pero la región al este del río Dniéster es mayoritariamente de habla rusa o ucraniana, siendo los rumanos una minoría importante (31% de la población), pero minoría. Una de las primeras medidas de la República Socialista de Moldavia, en el marco de la Perestroika, y antes del colapso de la URSS y de su independencia de ésta, fue retornar a la grafía latina y al idioma rumano, en lugar del cirílico y el ruso oficiales hasta entonces. Ello provocó los primeros roces entre la población rusófila y los moldavos rumanos de Transnistria, y, más tarde, la declaración unilateral de independencia por parte de mandos soviéticos opuestos a la Perestroika, el 2 de septiembre de 1990, un año antes de la independencia moldava. La declaración no tuvo ningún efecto inmediato, pero ni la Unión Soviética (que se desintegraría un año más tarde), ni la RSS de Moldavia, ni ningún otro país hicieron ningún movimiento, por lo que las fuerzas separatistas, ejerciendo una fortísima presión sobre la minoría rumana, fueron tomando lentamente el control del país. En septiembre de 1991, tras el fallido golpe de Estado en Moscú que hizo a Boris Yeltsin subirse a un tanque, Moldavia proclamó su independencia, pero, carente por completo de cualquier ejército o fuerzas armadas, no pudo realizar ningún tipo de movimiento para recuperar el control de Transnistria.
En marzo de 1992, mientras el ejército serbio preparaba el asedio de Sarajevo, las fuerzas armadas de Moldavia invadían Transnistria para recuperar el control de la región. Enfrente se encontraron al ejército de Transnistria, formado fundamentalmente por soldados soviéticos del 14º ejército ruso, y con material ruso, pues en Tiraspol se encuentra uno de los mayores almacenes de armas de Europa. El general al mando de dicho ejército en 1990, de hecho, fue el primer ministro de defensa de la República tras la declaración de independencia, aunque posteriormente fue sustituido por una figura más neutral, y gran parte de los soldados del ejército de Transnistria desertó de las filas rusas tras declarar Boris Yeltsin la neutralidad en el conflicto moldavo. No obstante, gran parte del material utilizado en la guerra era ruso, sustraido por los soldados transnistrios que habían cambiado de fuerzas armadas.
La guerra concluyó en julio de 1992, sin llegar nunca a ser una guerra abierta, sino más bien una sucesión de escaramuzas localizadas en tres puntos distintos del país. El ejército ruso permaneció desplegado por el territorio transnistrio como fuerza de paz, algo que es considerado por las autoridades moldavas como una ocupación ilegal. La guerra civil provocó, según las cifras oficiales, algo más de millar y medio de muertos entre soldados y civiles moldavos, y combatientes transnistrios y rusos.
Aunque de facto el país proclamó su independiencia hace más de 17 años (como República Socialista Soviética Moldava de Transnistria), ni un solo país del mundo ha reconocido a Transnistria, y tanto la ONU como todos los organismos internacionales reconocen a Transnistria como parte de Moldavia. Las únicas entidades que reconocen a Transnistria como régimen legítimo son Nagorno-Karabaj, Osetia del Sur y Abjasia, otros tres países no reconocidos de los que hablaremos otro día. Es por ello que Transnistria, oficialmente, no existe. Hasta tal punto está rechazado por la comunidad internacional que los miembros del Soviet Supremo tienen prohibida su entrada en la Unión Europea, incluido el presidente, Igor Smirnov. Pero a todos los efectos es un Estado independiente, con sus propias leyes, moneda e instituciones.
La moneda oficial es el Rublo de Transnistria, que, obviamente, carece de cualquier tipo de cambio oficial más allá del que marquen las autoridades locales, y no es convertible en ningún otro lugar del mundo más que en la pequeña república. El cambio a día de hoy está en unos doce rublos por euro. Cualquier documento de identificación local es unánimemente rechazado fuera de las fronteras del país, lo que ha provocado que 400.000 residentes en Transnistria se hagan con el pasaporte moldavo, según las autoridades de Chisnau.
Transnistria tiene un aparato de propaganda en Internet muy bien montado. Desde el periódico en inglés de la capital, el Tiraspol Times (la mitad de cuyas noticias están dedicadas a proclamar a los cuatro vientos lo feos, gordos, corruptos e infelices que son los moldavos) hasta la web oficial del país, pasando por la de la oficina de turismo, toda la información que produce el régimen separatista destaca lo maravilloso del lugar, especialmente comparado con Moldavia.
Pero la realidad es otra, claro. Un testimonio de primera mano y en español lo podemos encontrar en el blog de Banyuken, en cuatro partes (1, 2, 3 y 4). El relato nos presenta un lugar habitable, pero corrupto hasta la médula, pobre y bananero, además de infectado con la clásica paranoia comunista. Transnistria es un centro internacional de tráfico de armas, y las pocas fábricas que hay en Tiraspol se dedican a la manufactura de éstas. Las libertades civiles básicas están en entredicho (el presidente Smirnov fue reelegido en 2006 con más de un 80% de los votos), y la minoría rumana se ha visto acosada a lo largo de este siglo con clausuras de escuelas que enseñan en rumano y otras medidas de persecución.
La situación, pese a la propaganda gubernamental, es bastante mala. Ucrania bloqueó, durante varios meses de 2006, todas las importaciones y exportaciones de la república separatista, provocando una importante crisis en el país. El cruce de intereses rusos, moldavos, ucranianos y europeos no tiene visos de solución a corto plazo, por lo que, mientras tanto, Transnistria seguirá existiendo sin existir.
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