sábado, 8 de octubre de 2011

LA SAGA DE LOS TEMPLARIOS


La Tetralogía de los Templarios nace de la imaginación de Amando de Ossorio, director y guionista gallego que ya había hecho sus pinitos en el fantástico con Malenka: la sobrina del vampiro -rodada en 1968 y con un reparto encabezado por la sueca Anita Ekberg, protagonista de La Dolce Vita (1960) de Federico Fellini- y que solo abandonaría el género en el resto de su carrera en un par de ocasiones.

Según contaba el propio Ossorio, le costo encontrar productores para su proyecto, ya que estos lo veían como algo invendible, al no tratarse de personajes terroríficos conocidos por el gran público, como pudieran ser Drácula o Frankenstein. Para ello, Amando dibujó unas láminas y máscaras representando la caracterización de los famosos monjes-guerreros (su otra pasión aparte del cine fue la pintura), logrando, por fin, la tan esperada financiación para llevar a cabo la obra por la que sería recordado para siempre. Con este apunte queda patente el poco interés que había dentro de la industria española en aportar algo novedoso al género, más preocupada en amortizar el capital invertido, repitiendo manidos clichés, “yendo a lo seguro”, que en innovar y diferenciarse del resto de la producción europea.

Pero, ¿de dónde vienen los templarios de Ossorio? Si bien es incuestionable la sombra alargada del entonces reciente éxito de La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) de George A. Romero, tampoco es menos cierto que Ossorio también bebe de Gustavo Adolfo Bécquer y de la verdadera Orden del Temple para dar forma a sus criaturas. Por un lado, no dejan de ser muertos que salen de sus tumbas para devorar carne humana, aunque, a diferencia de los de Romero, dotados de inteligencia, pero por otro lado tienen un halo de oscurantismo, de brujería, propia de la leyenda de la Orden del Temple y de las leyendas de Bécquer.

LA NOCHE DEL TERROR CIEGO: EL COMIENZO DEL MITO


El 10 de abril de 1972 es estrenada La noche del terror ciego, punto de partida de la saga de los templarios y, como ya hemos dicho, de uno de los mitos más conocidos del fantaterror español. En principio, el título original iba a ser Terror ciego, pero para aprovechar el éxito comercial cosechado el año anterior por La noche de Walpurgis de León Klimovsky (en el que ya aparecía un monje con un aspecto muy similar al de los templarios de Ossorio) y, sobre todo, el de cierta película norteamericana sobre muertos que regresan a la vida, citada anteriormente, se le añadió la coletilla de “La noche de” . Otro detalle más que deja a las claras lo mucho de explotación de éxitos ajenos y lo poco de originalidad que hubo en el movimiento fantástico español.

Pero ¿por qué el título de La noche del terror ciego? Como explica en la cinta el profesor a la pareja protagonista, Berzano (nombre del pueblo abandonado donde habitan los muertos vivientes) era en la antigüedad un priorato de los templarios donde éstos practicaban ritos satánicos. Por esos hechos fueron condenados a muerte por herejes, y sus restos expuestos a la opinión pública hasta que los cuervos les arrancaran los ojos, motivo por el cual, por las noches, sus cadáveres momificados vagan ciegos, localizando a sus víctimas por el sonido, para poder continuar realizando sacrificios al diablo. Si bien es risible que los zombis sean ciegos por haberles sido arrancados los ojos de sus cuerpos, y sin embargo puedan oír, cuando sus momias no tienen oídos, es esta premisa argumental sobre la que se apoyan gran parte de las situaciones terroríficas de la película, como el instante en que el personaje interpretado por Lone Fleming es localizado por el ruido de los latidos de su corazón.

Rodada en coproducción con Portugal, aunque, según palabras del propio Ossorio, fue una maniobra de cara a la censura, siendo la participación lusa mínima, ya que al ser coproducida había más posibilidades de estrenarla sin que fuera prohibida en su totalidad. También, para evitar problemas, se modificó la verdadera cruz de los templarios por su parecido con la cruz de Caravaca, poniendo en su lugar una cruz egipcia que significa vida eterna; no obstante, este cambio supone un gran acierto con respecto a la trama. No es de extrañar que el director gallego tomara tantas precauciones, ya que su opera prima, Bandera negra, de 1956, fue prohibida sin llegar a estrenarse, por tratarse de un alegato contra la pena de muerte, circunstancia esta que casi acaba con su carrera, aparte de ser multado por rodar la película sin los permisos oportunos.

Llama la atención la banda sonora compuesta para la ocasión por Antón García Abril, autor de los scores de la mayoría de las comedias españolas de los 70, unos cantos gregorianos que suenan muy tétricos y que, según parece ser, fueron grabados solamente por dos voces, entonando el nombre del productor Pérez Giner y tratadas convenientemente al revés. Sin duda, nos encontramos ante uno de los mayores logros de este músico y una de las mejores, si no la mejor, banda sonora que tuvo el género en España.

En este primer título se dan cita muchos de los ingredientes que veremos en el resto de la tetralogía, pese a que ciertos detalles irán cambiando en cada entrega. Por un lado tenemos el triángulo amoroso, la inclusión de alguna escena erótica, en este caso, las relaciones lésbicas entre las dos muchachas, el encierro y acoso que sufren los protagonistas a manos de los templarios, y la escena ambientada en la Edad Media, que servirá al director gallego durante toda la saga para mostrar las credenciales de los siniestros templarios.

Una de las claves del éxito del film, es un puñado de escenas rodadas con pericia y buen hacer, que quedan grabadas en la retina del espectador, como:

- La resurrección de los templarios, uno de los momentos míticos de la saga. En medio de la noche suenan campanadas en el cementerio de la abadía abandonada. Vemos cómo las tumbas empiezan a resquebrajarse, manos descarnadas salen de las lápidas y, finalmente, los esqueletos encapuchados de los monjes-guerreros hacen acto de presencia. Se trata de una escena con una atmósfera irreal, que como ya hemos dicho antes, enlaza directamente con las descripciones dadas por Bécquer en “El monte de las ánimas” o “El miserere”.

- Las persecuciones, donde tenemos uno de los mayores hallazgos visuales de la tetralogía: las cabalgadas a cámara lenta de los caballeros templarios, que junto a la banda sonora de García Abril logran unas imágenes que parecen sacadas de una pesadilla. Por cierto, cabe destacar que la persecución en campo abierto que sufre la muchacha interpretada por Helen Harp (en realidad, la catalana María Elena Arpón) a manos de dos jinetes zombis recuerda a la llevada a cabo por dos Nazgul a Frodo y Arwen en El señor de los anillos: La comunidad del anillo (The Lords of the Rings: The Fellowship of the Ring, 2001) de Peter Jackson. ¿Coincidencia? Quién sabe, como veremos más adelante, no será la única vez que ocurran estas similitudes entre escenas de la obra de Ossorio y de películas posteriores.

- Cuando la pareja protagonista es informada por el profesor sobre la veracidad de las leyendas que corren sobre Berzano, Ossorio aprovecha para incluir una escena ambientada en el medievo, muy bien planificada, en la que vemos cómo después de torturar a una muchacha, los monjes beben sangre de sus heridas para alcanzar la vida eterna. Esta escena, en el montaje americano, esta situada como prólogo, antes de los títulos de crédito.

- El ataque al tren, principalmente cuando vemos cómo gotea en la cara de una niña la sangre de su madre que acaba de ser degollada por los diabólicos zombis, que sirve como ejemplo de la imaginación de la que hace gala Ossorio, para recrear imágenes impactantes.

Aun con todas sus virtudes, la película no deja de quedar algo coja, dando la sensación de que el director no sabe sacar jugo a tanta situación apuntada (como el caso de vampirismo que sufre la primera víctima tras ser atacada por los templarios, que no se volverá a repetir en ninguna de las otras películas), o la inclusión de las escenas eróticas, que además de no aportar nada a la historia lastran el ritmo de la cinta.

Como curiosidad, señalar que Amando de Ossorio realiza un cameo en la última secuencia, haciendo del jefe de la estación de trenes que encuentra a la protagonista en el vagón del carbón.

EL ATAQUE DE LOS MUERTOS SIN OJOS: OSSORIO Y ROMERO


Tras el éxito conseguido por La noche del terror ciego, es estrenada en 1973 su primera secuela, El ataque de los muertos sin ojos. En esta ocasión nos encontramos con un reparto superior al de la anterior cinta –los protagonistas de aquélla eran contumaces intérpretes de fotonovelas románticas, muy de moda en la época-, lleno de caras conocidas, aunque también haya sitio para actores que habían aparecido en la primera parte, interpretando, eso sí, roles distintos. Tenemos a Lone Fleming, protagonista en la anterior cinta, haciendo de mujer de uno de los esbirros del alcalde; a Joseph Thelman, que pasa de contrabandista a novio del personaje interpretado por la bellísima Loretta Tovar; o a Francisco Sanz, que de profesor se convierte en jefe del apeadero del tren. Este hecho de repetir actores es una tónica habitual dentro de la obra de Amando de Ossorio, que, según comentó el fallecido director en diversas entrevistas, venia dada por los pobres presupuestos de sus películas, y por el hecho de que, al tratarse de actores no demasiados conocidos, el público al verlos en pantalla pudieran ponerse en la piel de los personajes con mayor facilidad que si se tratara de actores famosos.

De nuevo tenemos un triángulo amoroso, esta vez conformado por el alcalde-cacique (Fernando Sancho), la novia de éste (Esperanza Roy) y el experto en pirotecnia contratado por el ayuntamiento para las fiestas, un antiguo teniente del ejército, interpretado por Tony Kendall (nombre artístico del italiano Luciano Stella, que volvería a coincidir con Ossorio un año después en Las garras de Lorelei), que se convierte en el héroe de la función. En esta ocasión, el idilio no supone un lastre, sino que enriquece la historia, dando lugar a diversos roces entre los personajes, especialmente durante el asedio en la iglesia, que ayudan al desarrollo del relato.

Si en la anterior película los templarios buscaban víctimas para aplacar su sed de sangre humana, en esta ocasión lo que tratan es de castigar a los descendientes de aquellos que les ejecutaron, y quemaron antes los ojos para que no encontraran el camino del pueblo ante la promesa de éstos de volver después de la muerte para vengarse. Estos hechos nos son presentados en el prólogo, ambientado en la Edad Media, que tiene cierto sabor a las películas de la Universal, donde el pueblo acababa con el monstruo de turno. Toda una declaración de principios, pues se trata de la película más “clásica” de la tetralogía, tanto en planteamientos como en desarrollo.

Ya en la actualidad, Bouzano (nombre muy parecido al del pueblo abandonado de la anterior película, Berzano), conmemora la fecha en que los caballeros fueron derrotados, mientras éstos son despertados de su sueño de siglos a través de un sacrificio humano. Al oír los fuegos artificiales, los diabólicos resucitados se dirigen al pueblo para cumplir su venganza. La inclusión de planos provenientes de La noche del terror ciego para recrear esta secuencia da lugar a que se produzcan fallos de continuidad, pues mientras estos están ambientados de noche, el resto de la acción transcurre de día. Todo hace pensar que fuera para abaratar costes, pero según el director gallego, la reutilización de este material atendía a la complicación de filmar dichas escenas, no a razones de presupuesto. Lo que Ossorio no pudo rodar, esta vez sí por motivos económicos, fue la resurrección de los caballos, para acallar las críticas que preguntaban por el origen de las monturas de los muertos vivientes. De todas formas, esto queda suficientemente explicado en la escena en que Moncha (Loretta Tovar) va a pedir ayuda al jefe del apeadero de trenes, y ante la incredulidad de éste levanta la manta que cubre al caballo con el que ha huido de los templarios, para mostrar que en realidad se trata de un equino momificado.

Cuando los templarios llegan al pueblo se dirigen a la plaza mayor, donde se encuentra la mayoría de los habitantes, colocándose estratégicamente en cada una de las entradas para que no pueda salir nadie. Aquí tenemos la primera situación de encierro de la película, bastante agobiante, pues los aldeanos poco pueden hacer para defenderse de las embestidas de los templarios, que realizan una auténtica masacre. Mención aparte merecen los planos subjetivos en los que vemos cómo los jinetes resucitados, blandiendo su espada, atacan a diestro y siniestro, logrando sumergirnos en la acción, como si fuésemos un personaje más tratando de salvar la vida.

Tras esto, los protagonistas logran refugiarse en la iglesia, mientras el resto de aldeanos es masacrado en las inmediaciones del pueblo. Es en este punto donde la cinta logra mayor interés, dando lugar a diversas situaciones de tensión, como los intentos desesperados de escapar del asedio, las relaciones entre los diversos personajes dentro del encierro o las tentativas de los zombis por entrar en el templo cristiano. Es, principalmente, este punto el que ha llevado a comparar el presente film con La noche de los muertos vivientes. Pese a que son ciertas las similitudes entre ambas obras (esencialmente en el hecho de que los asaltantes sean muertos vivientes), Ossorio, que reconocía haber visto el clásico de Romero, citaba como influencias a diversos westerns de Ford y Hawks, seguramente el mismo modelo tomado en su día por Romero.

En La noche del terror ciego ya se apuntaban detalles gore, que en la cinta que nos ocupa son exprimidos al máximo, llegando a las más altas cotas de sadismo de toda la saga, con una violencia grafica bastante atrevida para su tiempo. Sirva, como ejemplo, la escena en que, en un ritual, los siniestros caballeros arrancan el corazón de una muchacha, para acto seguido comérselo, o cuando en el prólogo los aldeanos queman los ojos de los templarios. No obstante esta secuencia pierde algo de su eficacia a causa de los pobres efectos especiales.

Algunos autores han querido ver en esta película una crítica a la dictadura de Franco. Es innegable que escenas como el ataque a caballo de los Templarios al pueblo en fiestas, o la antológica escena final, deudora sin duda de Los pájaros (The Birds, 1963) de Alfred Hitchcock, donde la llegada del nuevo día acaba con los poderosos caballeros, se pueden asociar respectivamente a los “grises” de la época cargando contra manifestantes, y el final del régimen dictatorial que sufría España por entonces, pese a que el director gallego afirmaba que su única intención era la de parodiar a la clase política de su tiempo, más interesada en el dinero (caso del alcalde-cacique, que no duda en arriesgar la vida de otros para poder huir con el botín), que en los problemas de los ciudadanos (caso del gobernador, que cuando es telefoneado para pedirle ayuda se muestra más preocupado en dar un discurso y en llevarse a su criada a la cama que en escuchar los S.O.S. que le lanzan desde Bouzano).

Nos encontramos ante el mejor título de la tetralogía, en función de sus resultados y de su acabado, donde el engranaje funciona a la perfección, con un ritmo trepidante que va in crescendo, a lo que ayuda el que toda la historia se desarrolle en un solo día y que los personajes sean los mejor trabajados y desarrollados de toda la saga.

EL BUQUE MALDITO: LOS TEMPLARIOS Y EL HOLANDÉS ERRANTE


Debido al gran éxito internacional de los dos primeros títulos, máxime en tierras germanas, una productora alemana encarga a Amando de Ossorio en 1974 una tercera entrega de su saga sobre los caballeros de la Orden del Temple. El buque maldito es la cinta que más difiere del resto de la tetralogía, principalmente por el temor de su creador a repetirse, lo que le lleva a situar el argumento en alta mar, mezclando a los templarios con la leyenda del Holandés Errante. No es la primera vez que el director gallego entremezcla mitos en sus películas, sin ir más lejos, en su anterior trabajo, Las garras de Lorelei, fusionaba la leyenda de esta sirena del folclore alemán con los Nibelungos.

En esta ocasión Ossorio vuelve a recuperar situaciones de La noche del terror ciego, como el idilio homosexual entre dos de las protagonistas, las escaleras de madera podridas que ceden, o el personaje del profesor, en esta ocasión una especie de mezcla entre Van Helsing y el profesor chiflado, una constante en la obra del director, que ya aparecía en Malenka, y que siempre es el encargado de encontrar una explicación a los fenómenos sobrenaturales que acechan a los protagonistas. En el reparto tenemos al norteamericano Jack Taylor y a la austriaca Maria Perschy, dos de los actores más asiduos del fantástico español del periodo, acompañados por Carlos Lemos, Manuel de Blas y una jovencísima Bárbara Rey, en su primer papel “con peso” y que protagoniza una de las mejores secuencias del film, cuando, pretendiendo escapar de los diabólicos monjes, intenta pedir agónicamente auxilio con la garganta cortada, mientras los resucitados tiran de sus talones para llevarla escaleras abajo.

La trama comienza cuando unas modelos que están haciendo una especie de promoción / montaje de unas lanchas deportivas desaparecen en alta mar. La última noticia que se tiene de ellas es que se toparon con un galeón antiguo. Una expedición sale en su búsqueda, topándose también con la nave fantasma, que vaga sin rumbo. Una vez a bordo descubrirán los terribles secretos del buque y sus habitantes. Como se puede intuir, todo este prólogo, donde se advierte una cierta apatía por parte del director en su filmación, es solo un pretexto para llevarnos hasta el escenario donde habitan los templarios, en este caso el navío, cosa que ya ocurría, en menor medida, en sus dos precuelas, donde la mayor parte de la historia era una coartada para conducir a los personajes al terreno de lo terrorífico.

Uno de los mejores aspectos de este título es la atmósfera conseguida en toda la parte desarrollada en el barco, en la cual se respira un halo de irrealidad, como si, efectivamente, el buque estuviera en medio de la nada más absoluta, gracias al espléndido trabajo del fotógrafo aragonés Raúl Artigot. Otro de los aciertos es el apropiamiento de iconos de la imagineria vampírica, sugerido ya en los anteriores títulos, pero que en esta oportunidad esta más presente si cabe, como la utilización de una cruz (envuelta en fuego) para rechazar a los resucitados caballeros o la estancia repleta de sarcófagos, donde descansan durante el día los restos de los templarios, que evoca ciertos pasajes del Nosferatu el vampiro (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922) de Murnau.

A pesar de la estimulante y original trama, y de los aciertos comentados, El buque maldito naufraga estrepitosamente por culpa del tedioso ritmo narrativo, consecuencia del ridículo presupuesto asignado (otro de los males endémicos, salvo en contadas ocasiones, del cine de género nacional del periodo), que hace que no se nos muestre en ninguna escena el decorado del barco entero o que haya momentos de vergüenza ajena, como la ridícula maqueta del navío que aparece entre secuencias, o el incendio final de esta misma, donde las llamas son más grandes que el propio buque.

Como anteriormente había señalado, de nuevo encontramos en películas posteriores elementos que evocan a escenas del film que nos ocupa, como la salida de las huestes del capitán Barbosa de debajo de las aguas en Piratas del Caribe: La maldición de la perla negra (Pirates of the Caribbean: The Curse of the Black Pearl, 2003) de Gore Verbinski, o el momento en que unos marineros se topan con el barco fantasma que aparece de la nada en La niebla (The Fog, 1980) de John Carpenter, cosa esta última que no es de extrañar si atendemos a que ambas películas tienen su origen en leyendas sobre navíos espectrales.

LA NOCHE DE LAS GAVIOTAS: LOS TEMPLARIOS Y LOVECRAFT


En 1975 Ossorio pone el punto y final a su tetralogía sobre los caballeros no-muertos, aunque durante cierto tiempo Profilmes (la Hammer española de la época, salvando las distancias, claro está), barajó la posibilidad de juntar en un mismo film a las dos sagas más populares del fantastique español, la protagonizada por Waldemar Daninsky, el licántropo polaco de Paul Naschy/Jacinto Molina y los Templarios de Ossorio. Según las fuentes consultadas, el nombre que debiera haber llevado esta quinta película varía entre El Necronomicón de los templarios, Necronomicón o El cementerio de las poseídas, y su argumento sería, más o menos, el que sigue: Un médico, tratando de liberar a Waldemar Daninsky de su terrible maldición, averigua que en una antigua abadía se encuentra un manuscrito donde quizás pueda hallar la cura para el licántropo: el Necronomicón; lo que ignora es que esa abadía esta poblada por los Templarios, guardianes del libro, del que han obtenido los secretos para vencer al tiempo y a la muerte. Finalmente el proyecto no se llevó a cabo, según parece, por las desavenencias entre Naschy y Ossorio, dando al traste con un proyecto que podría haber culminado en un título señero del género. No sería la última vez que los caminos del director gallego y Jacinto Molina se cruzarían. En 1979, “MoliNaschy” dirigiría Los cántabros, película que en un principio fue encomendada a Amando de Ossorio, y para la que éste ya había buscado localizaciones.

Volviendo a La noche de las gaviotas, el relato comienza cuando una pareja llega al pueblo al que ha sido asignado el hombre como médico. Una vez en el lugar, descubren cierta hostilidad de los lugareños hacia ellos, y extrañas tradiciones, como las procesiones de mujeres por la playa que se suceden cada noche. Muchos autores han visto en la presente obra una adaptación no acreditada de “La sombra sobre Innsmouth” (The Shadow Over Innsmouth) de H. P. Lovecraft, tomando como referencia todos los puntos en común que comparten ambas, como las ofrendas humanas al dios batracio, una especie de Primordial del mundo submarino, la orden esotérica, o el pueblo de pescadores, cosa que Ossorio nunca desmintió, pero tampoco reconoció. Este relato del escritor norteamericano, junto con el que da título al film en cuestión, seria de nuevo llevado a la gran pantalla en 2001, dando como resultado Dagon de Stuart Gordon, uno de los escasos productos interesantes de la Fantastic Factory, y último trabajo del gran Paco Rabal, fallecido durante el rodaje.

Como en El buque maldito, el director gallego vuelve a echar mano de situaciones y personajes de anteriores películas suyas, así la figura del tonto del pueblo, que ya aparecía en El ataque de los muertos sin ojos, o que los sacrificios deban producirse durante un ciclo de tiempo determinado, algo parecido a lo que sucedía en Las garras de Lorelei. En el plantel de actores nos tropezamos con toda una colección de scream queens del fantástico hispano, empezando por la protagonista del film, María Kosty, y siguiendo con la tristemente recordada Sandra Mozarowsky, la “naschyana” Julia Saly y la reina del “destape” durante la transición, Susana Estrada, que repetiría con Ossorio en Pasión prohibida.

Como en las anteriores obras de la saga, la película es rica en hallazgos y detalles, como por ejemplo, la reinvención de las cabalgadas de los Templarios, que adquieren un nuevo efecto en el entorno marítimo; las inquietantes imágenes de las comitivas de mujeres vestidas de luto por la playa en medio de la noche, que desembocan en la entrega de nuevas víctimas a los caballeros del Temple para sus sacrificios humanos; el escenario donde se desarrolla la trama, con ese pueblo opresivo y asfixiante, lleno de habitantes dominados por la superstición y el miedo, donde reina el silencio y una pertinaz niebla lo cubre todo; o los graznidos de las gaviotas a modo de lamento (ya que se supone que se han reencarnado en ellas las almas de las doncellas martirizadas por los caballeros), durante las noches en que son ofrecidas las muchachas del pueblo al dios batracio, y de donde coge el nombre la película, ya que las gavinas no vuelan de noche. Otro de los aciertos viene cuando la pareja protagonista intenta escapar, utilizando para ello los caballos zombis de los Templarios, no consiguiendo que estos obedezcan sus órdenes y llevándolos a la guarida de sus verdaderos amos.

Pero, al igual que en su predecesora, todos estos aciertos se ven ensombrecidos por un monótono tempo y por un repentino final, que, conforme a las palabras del director gallego, no era el previsto, debiendo de haber concluido con la pareja acosada por los diabólicos caballeros cuando intentan huir en un bote. Esto da lugar a que la tetralogía tenga dos desenlaces felices, en los que el mal es derrotado, precisamente en las dos ocasiones en las que se antoja que el público pueda sentirse más identificado con los protagonistas, y dos finales en los que la maldad representada por los Templarios triunfa.

por José Luis Salvador Estébenez

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