Un día, un inspector reparó en la jaula y preguntó a los mozos por qué no aprovechaban aquella jaula tan buena en que únicamente había un podrido montón de paja. Nadie lo sabía hasta que por último, uno, al ver la tablilla del número de días se acordó del ayunador. Revolvieron con horcas la paja, y en medio de ella encontraron al ayunador.
- ¿Estás ayunando aún? - le inquirió el inspector -. ¿Cuando vas a terminar de una vez?
- Perdonadme todos -musitó el ayunador, pero solamente le entendió el inspector, que tenía el oído muy cerca de la reja.
- Por supuesto -contestó el inspector, poniéndose el índice en la sien, para indicar así al personal el estado mental del ayunador-, todos le disculpamos.
- Toda mi vida deseé que admirarais mi resistencia al hambre -dijo el artista del hambre.
- Y la admiramos -repúsole el inspector.
- Pero no tendrías por qué hacerlo - dijo el ayunador.
- Bien, de acuerdo, no lo admiraremos -repuso el inspector-; pero ¿por qué no hemos de hacerlo?
- Porque me es imprescindible ayunar, no puedo evitarlo -dijo el ayunador.
- Eso es evidente -dijo el inspector-, pero ¿por qué no puedes evitarlo?
- Porque -dijo el artista del hambre, alzando un tanto la cabeza y hablando en la misma oreja del inspector para que no dejaran de oírse sus palabras, con los labios alargados como si fuera a dar un beso-, porque nunca encontré comida que me agradara. De lo contrario, créeme, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y los demás.
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