Sherlock Holmes es una de las figuras más representadas de la historia del cine, en feroz pugna con otras como Tarzán, Drácula, Napoleón o el mismísimo Jesucristo. La obra de Arthur Conan Doyle ha sido ingente inspiración para efectuar una gran cantidad de adaptaciones. Pero, además, los propios cineastas han recreado historias totalmente originales sobre el genio de Baker Street, o se han inspirado en la labor de otros escritores. Efectuemos un somero repaso sobre algunas de estas películas...
El éxito de Sherlock Holmes llegó a sorprender al mismísimo sir Arthur Conan Doyle. Su obra comenzó a ser publicada activamente en gran cantidad de países. No sólo eso: amén de la propia creación de Conan Doyle, se comenzaron a publicar obras apócrifas, en ocasiones adjudicadas al propio autor de La compañía blanca, y en otros casos sin citar autor alguno; países como Alemania o España vieron esas publicaciones a principios del siglo XX.
Además, pronto otros autores se hicieron eco del éxito del médico metido a escritor, y crearon otros personajes cuya simiente estaba indudablemente ligada al Rey de los Detectives. Sin ánimo de exaustividad, cabe destacar otros investigadores como sir Nayland Smith de Sax Rohmer -némesis del pérfido Fu Manchú, remedo a su vez del taimado Moriarty-, Harry Dickson de Jean Ray, Solar Pons de August Derleth o Jules de Grandin de Seabury Quinn, algunos de los cuales incursionaban no pocas veces en el área sobrenatural. Paralelamente a estos émulos holmesianos, otros autores también hicieron uso de la creación de Conan Doyle, en ocasiones de forma muy poco encubierta, como el Herlock Sholmes de Maurice Leblanc, y que concebiría para enfrentarlo a su propia creación, Arséne Lupin. Otros, en suma, ya emplearían directamente el personaje, con autorización o no de su creador (o sus herederos).
Mientras, el floreciente invento del cinematógrafo también habría de fijarse en nuestro personaje. A poco de iniciado el siglo XX, y cuando las obras para este arte aún en pañales habían de durar escasos minutos, no existía tiempo material para plasmar novela alguna, ni siquiera alguno de los muchos relatos. Así, la que es considerada primera película sobre la creación de Conan Doyle, Sherlock Holmes Baffled, fue rodada en 1900, esto es, aún en el siglo XIX, si bien no sería registrada oficialmente hasta el año 1903. En este pequeño gag de un minuto de duración y filmado en un soleado ático de Nueva York perteneciente a la American Mutuoscope and Biograph Company, Holmes es sorprendido por un caco que se introduce en su cuarto con el tópico saco al hombro, y al que habrá de hacer frente.
Nuevas cintas, aún titubeantes, seguirán presentando a nuestro personaje. De gran singularidad es Sherlock Holmes and the Great Murder Mystery, de 1908, pues aquí no se adapta historia alguna de Conan Doyle, sino de... Edgar Allan Poe. En efecto, se trata de una versión del relato "Los crímenes de la calle Morgue", en la cual el detective francés Auguste Dupin es reemplazado por el genio de Baker Street. Más misterios tendrán lugar durante la época del cine mudo, como en la danesa Sherlock Holmes i livesfare, del mismo año, donde nuestro héroe no sólo tendrá que vérselas con el habitual Moriarty, sino incluso con el ladrón Raffles, creación del cuñado de Doyle, Ernest W. Hornung.
Pronto surgirán gran cantidad de obras que adaptan tanto la obra de Conan Doyle como la famosa versión teatral de William Gillette, e importantes actores dan vida al genial detective, así Eille Norwood o Arthur Wontner en Inglaterra, o John Barrymore y Clive Brook en Estados Unidos, en especial. Una rareza, dentro de toda esta avalancha, supondrá el film norteamericano
Estudio en rojo (A Study in Scarlet, 1933), de Edwin L. Marin, con Reginald Owen como Holmes y Warburton Gamble como Watson. Pese al título, no se trata de una adaptación de la novela de Conan Doyle, sino de una trama original debido al guionista (y también director) Robert Florey. ¿El argumento? Los miembros de una turbia organización van siendo asesinados de uno en uno según se describe en una canción infantil sobre "diez negritos". El lector, sin duda, exclamará: ¡Agatha Christie! Sin embargo, el libro de la célebre escritora fue publicado en 1939, seis años después del estreno de la película, por lo cual... En fin.
Otra rareza supondrá la alemana
Sherlock Holmes (Der Mann, der Sherlock Holmes war), dirigida en 1937 por Karl Hartl, y protagonizada por las grandes estrellas del cine germano del momento Hans Albers y Heinz Rühmann, pero no como Sherlock Holmes y Watson, sino como sendos impostores. La celebridad de los personajes en Alemania era tal que ya incluso se efectuaban películas sobre gente que fingía ser ellos. Al final, los dos intrusos, sendos detectives de pacotilla, serán detenidos y juzgados por suplantar a los auténticos, hasta que al propio tribunal llegará el mismísimo Arthur Conan Doyle (Paul Bildt), que exculpará a los farsantes.
Sin lugar a dudas, la mayor celebridad es la que ostenta el ciclo de películas protagonizado por Basil Rathbone como Holmes y Nigel Bruce como Watson. En principio fue un díptico producido por la 20th Century Fox, y que adaptaba El perro de Baskerville y la socorrida obra teatral de Gillette; después, la productora cedió los derechos a la Universal, quien actualizó la época y rodó doce películas más. En algunas de ellas podía reconocerse remotamente la trama de alguno de los relatos de Conan Doyle, así, la primera de ellas, Sherlock Holmes and the Voice of Terror [tv/vd: Sherlock Holmes y la voz del terror, 1942], de Jack Rawlins, se inspira en "Su último saludo en el escenario"; sin embargo, muchas de ellas partían de guiones originales. Tras una primera etapa donde el enemigo se identificaba nada menos que con el III Reich -aburrida constante de la época-, después se le fue adjudicando enemigos más fascinantes, de no poca raigambre pulp, y de hecho las mejores aventuras de la saga son aquéllas que introducen tímidos conatos de cine de terror:
La mujer araña [tv: Sherlock Holmes y la mujer araña] (Sherlock Holmes and the Spider Woman, 1944), de Roy William Neill (3), La garra escarlata [tv: Sherlock Holmes y la garra escarlata] (The Scarlett Claw, 1944), La casa del miedo [tv: Sherlock Holmes y la casa del terror] (The House of Fear, 1945) (4) y El caso de los dedos cortados [tv/vd/dvd: Sherlock Holmes y la mujer de verde (The Woman in Green, 1945).Sin embargo, tras el abandono de Basil Rathbone, ya aburrido del personaje (también lo representaría en la radio o en algún cameo fílmico), no será hasta 1958 en el que regresa Sherlock Holmes, y su mejor personificación cinematográfica de todos los tiempos, al juicio del que suscribe: Peter Cushing, por medio de la versión Hammer de
El perro de Baskerville dirigida por Terence Fisher. Lamentablemente, la película fue un fracaso, y ello imposibilitó la prosecución de todo un ciclo del personaje encarnado por Cushing.
Curiosamente, la siguiente película con el genio de Baker Street será personificada por el habitual colega de Cushing, Christopher Lee, y que en la previa había interpretado a sir Henry Baskerville. El collar de la muerte (Sherlock Holmes und das Halsband des Todes, 1962) fue una coproducción entre Alemania, Francia e Italia que se intentó vender internacionalmente, y para ello se buscaron diversos nombres de la Hammer: Lee como Holmes, Thorley Walters como Watson y Terence Fisher en la realización, y como guionista contaron con el escritor americano, originario de Alemania, Curt Siodmak, quien efectuó una historia original con ciertos puntos de contacto con El valle del miedo. Muy poco vista en décadas, ahora está disponible para nuevas generaciones en formato dvd, y podremos vislumbrar una de las mayores rarezas del personaje, que, como colofón, ofrece un comentario final sobre un nuevo enemigo al que ha de enfrentarse Holmes: Jack el Destripador.
Y precisamente, la siguiente aventura de Sherlock Holmes le encaró al destripador de Whitechapell.
Estudio de terror (A Study in Terror/Sherlock Holmes grosster Fall) es una producción británica -con una tímida participación germana- rodada en 1965 por el discreto Jack Hill, pero que habrá de pasar a la historia, a pesar de esa limitación. En efecto, aquí disfrutamos del primer enfrentamiento en la pantalla entre Jack el Destripador y el mismísimo Sherlock Holmes. Estudio de terror dispone, ante todo, de un excelente guión magníficamente estructurado y en el que se acumulan los habituales apuntes que hacen la delicia de todo holmesiano, a pesar de la sencillez de su resolución final. Una hermosa y pastosa fotografía en color es otro de los alicientes que ayudan a ocultar la torpe realización de Hill, llena de zooms y una convencional planificación, pero que en más de una ocasión, y sobre todo en el excelente clímax, la lucha entre Sherlock y Jack, consigue ocultar lo obvio de la dirección e interesar al espectador. El magnífico reparto incluye a John Neville como Holmes, Donald Houston como Watson, un sublime Robert Morley como Mycroft (el hermano de Holmes), y no diremos quién interpreta al Destripador por desvelarse en los últimos minutos de la cinta.
Uno de los títulos más importantes de la filmografía holmesiana será
La vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970), en la cual su genial director, Billy Wilder, explora lo que el título insinúa, a partir de un guión escrito junto a su habitual I.A.L. Diamond. Se juega con la misoginia del personaje, y se sugiere, y al tiempo se derriba, una relación homosexual entre los dos personajes, se hace aparecer al monstruo del lago Ness, y tiene una participación importante Mycroft. Una magistral película, que, sin embargo, no debió gustar a los productores, que masacraron el resultante y alteraron su perfecto ritmo.
Tras alguna parodia sobre la cual será preferible correr un tupido velo, nuestro personaje regresará con una muy peculiar producción. Nicholas Meyer, curioso hombre que se inició en la literatura, publicó en 1975 una novela proponiendo una aventura "inédita" de Sherlock Holmes con
Elemental, Dr. Freud (The Seven Per Cent Solution), sencilla y hábil obra en la cual enfrenta a Holmes con el padre del psicoanálisis. El éxito de ventas, e incluso de crítica, condujo a su correspondiente adaptación cinematográfica que contó con idénticos títulos original y español al año siguiente, y con dirección del antiguo coreógrafo Herbert Ross. El reparto fue de lujo pero poco espectacular, con Laurence Olivier como Moriarty, Alan Arkin como Sigmund Freud, Vanessa Redgrave como Irene Adler, un sorprendente Robert Duvall como Watson y el actor de teatro Nicol Williamson -posterior Merlín en la magistral Excalibur (Excalibur, 1981), de John Boorman- como Holmes. De igual modo, se contrató al propio Meyer para escribir el guión -ya había escrito el libreto de la espantosa Invasion of the Bee Girls [tv: La invasión de las chicas avispa;vd: La invasión de las abejas reina, 1973], de Dennis Sanders- y, sorprendentemente, el escritor varió totalmente la trama policial de la película, conservando los personajes y las relaciones que entre estos se establecen.
Mientras, alentado por el éxito de su libro, Meyer "descubre" al año siguiente otro manuscrito perdido de Watson y lo publica bajo el título de Horror en Londres (The West-End Horror), con mejores resultados que el primero, y donde hace aparecer -como sospechosos de asesinato- a George Bernard Shaw, Oscar Wilde y Bram Stoker. La intención era hacer una nueva película también a partir de este libro, pero curiosamente el film de Ross fue un relativo fracaso y el proyecto se frustra, para desesperación de todo amante de la novela y el personaje.
En 1978 tendremos otra obra esencial.
Asesinato por decreto (Murder by Decree, 1978), de Bob Clark, ofrece un nuevo enfrentamiento entre el detective de Baker Street y el destripador de Whitechapel, pero esta vez, acorde con nuevos tiempos, más espectaculares, se alían conjuras masónicas, drogas alucinógenas y corrupción en el 10 de Downing Street. Como Holmes tenemos a un adecuado Christopher Plummer (pese a que inevitablemente parece imitar de continuo al incomparable Peter Cushing), y gozamos con el, a mi juicio, y como ya dije, mejor Watson de todos los tiempos, James Mason. Coproducción anglo-canadiense, entre las versiones para cada país hay sutiles diferencias de montaje, pequeñas pero evidentes, que no obstante permiten apreciar la intención de Clark, la cual no es otra que la de recrear la época victoriana desde el clásico look Hammer, con resultados halagüeños y hasta apasionantes, dados los tiempos espurios que corrían entonces y aún sufrimos.
Otro título que habría que citar, pese a sus muchas insuficiencias, es El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes,
1986), de Barry Levinson, donde se explora la juventud de nuestro controvertido personaje, entrando en directa contradicción con lo preestablecido de antemano. Todo ello no sería despreciable, con todo, si no fuera por el contumaz infantilismo de la producción en sí, donde Levinson explora una trama con cierto interés con estilemas propios de una producción para niños, inserta una ridícula historia de amor y humor cretino, y lo mejor lo deja para el final de los créditos, por lo cual muchos espectadores serán inconscientes de ello.
Muy superior a ésta es otra producción presumiblemente más infantil, Basil, el ratón superdetective (Basil, the Great Mouse Detective, 1986), película en dibujos animados de la Disney servida por un impecable ritmo, una historia deliciosa y con algunos suculentos elementos para los paladares del más entusiasta seguidor holmesiano, en especial si se disfruta de la obligatoria versión original del film: los dos ratones detectives viven en un agujero del apartamento del 221B de Baker Street, y pueden escuchar a los mismísimos Holmes y Watson comentando sus casos: esa ocasión es aprovechada por los creadores del film para incluir en la banda sonora un extracto de un diálogo de Basil Rathbone de una de sus muchas películas. Por lo demás, el maquiavélico ratón al cual se enfrentarán nuestros héroes, Rattigan, no es sino un evidente émulo de Moriarty, y cuenta con la inigualable voz del gran Vincent Price en la versión original.
Y aún habremos de citar otra obra peculiar, como es
Sin pistas (Without Clues, 1988). Su director fue Thom Eberhardt, quien en 1984 había dirigido La noche del cometa (The Night of the Comet), atroz film de ciencia-ficción y zombies que supone uno de los mayores engendros de la época, imposible de concebir para un equipo cinematográfico profesional. Ahora, sorprendentemente, con Sin pistas, aún sin alcanzar una obra maestra, consigue una obra fresca y viva, aunque justo es reconocer que el gran mérito deriva de sus intérpretes y de una trama un tanto original. El doctor Watson es un escritor afamado por sus narraciones ficticias de Sherlock Holmes; pero el éxito llega a tal punto que se le demanda que el sagaz detective sea presentado en sociedad, por lo cual habrá de buscar a un actor, un tal Reginald Kincaid, acabado y alcoholizado, amén de notoriamente idiota. Embarcados en una aventura, habrá de ser el inteligente Watson el que haya de sacar de problemas al torpe Holmes... Todo ello, brindado por unas prodigiosas interpretaciones de Ben Kingsley como Watson y, en especial, un Michael Caine en estado de gracia como Kincaid/Holmes, que conduce su(s) personaje(s) con una facilidad y espontaneidad encomiables. Sin duda, sin semejantes intérpretes el film sería muy inferior.
Una de las últimas aportaciones al mito proviene nada menos que de Brasil, en unión con Portugal, para brindar una adaptación al cine del decepcionante libro O xangô de Baker Street en 2001, a dirigir por Miguel Faria Jr. y que exhibe la peculiaridad de ofrecer como Sherlock Holmes a Joaquim de Almeida que, por descontado, tampoco brinda el físico adecuado.