La obra culmen de la literatura gótica, Melmoth el errabundo (1820), se debe a la pluma de Charles Robert Maturin Dublín, 25 de septiembre de 1782 - 30 de octubre de 1824, Dublín) que fue un predicador protestante anglo-irlandés (ordenado por la Iglesia de Irlanda).
Su protagonista, Melmoth, una especie de Fausto y Mefistófeles, después de haber sellado un pacto con el Diablo, logra que su vida se prolongue indefinidamente, lo cual le convierte en un ser cuyo tormento no tiene fin, y sólo podrá librarse de su condena cuando encuentre a alguien dispuesto a asumir tal destino. Su errancia le conduce a los lugares más siniestros creados por los hombres: cárceles, manicomios, los tribunales de la Inquisición... Melmoth el errabundo se erige como un monumento a una visión infernal del destino humano, en el que sólo existe un acto eternamente repetido: el descenso y hundimiento en el abismo.
"Ése -prosiguió el desconocido- es el más exquisito refinamiento del arte de torturar en el que esos seres son tan expertos: colocar la miseria al lado de la opulencia; permitir que el desventurado muera por falta de alimento, mientras oye el rumor de los espléndidos carruajes que hacen estremecer su choza al pasar, sin dejar atrás alivio alguno; permitir que el laborioso y el imaginativo desfallezcan de hambre, mientras la orgullosa mediocridad hipa saciada; permitir que el moribundo sepa que su vida podría prolongarse con una simple gota de ese estimulante licor que, prodigado en exceso, sólo produce degradación y locura en aquellos cuyas vidas socava; hacer esto es su principal objetivo, y lo logran plenamente. El infeliz que soporta, a través de las grietas, los rigores del viento invernal que se clava como flechas en sus poros, con las lágrimas que se hielan antes de llegar a desprenderse, con el alma tan entenebrecida como la noche bajo cuya bóveda estará su tumba, y con los labios pegados y viscosos incapaces de recibir el alimento que implora el hambre alojada como carbones ardientes en sus entrañas, y que, en medio del horror de un invierno sin cobijo, prefiere su desolación al antro que usurpa el nombre de hogar, sin alimento y sin luz, donde a los aullidos de la tormenta responden esos otros más feroces del hambre, donde tropieza, en un rincón oscuro y sin paja, con los cuerpos de sus hijos tendidos en el suelo, no descansando, sino desesperados. Ese ser, ¿no es suficientemente desdichado?"
En 1835 Honoré de Balzac, apiadándose del personaje escribiría "Melmoth reconciliado". Melmoth, fantasma execrado de Melmoth, el hombre errante, de Charles Mathurin, halla en las líneas candentes de Balzac un final de reposo y conciliación. Condenado a no poder morir por haber vendido su alma a Satanás en la novela de Ch. R. Mathurin, en este relato de Honoré de Balzac, sin embargo, el descanso de sus penas es el fin de su dura saga vital.
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